Génesis 1
Nos ajustaremos a
algunas de las verdades principales que se hallan en este importante pasaje.
I. El Creador
Ningún científico o historiador puede mejorar: «En el principio Dios[ …
]». Esta simple afirmación refuta al ateo que dice que no hay Dios; al
agnóstico, que afirma que no puede conocer a Dios; al politeísta que adora a
muchos dioses; al panteísta, que dice que «toda la naturaleza es Dios»; al
materialista, que argumenta que la materia es eterna y no se crea; y al
fatalista, que enseña que no hay plan divino detrás de la creación y la
historia. La personalidad de Dios se ve en este capítulo, porque habla, ve,
nombra y bendice. El científico puede afirmar que la materia sólo «llegó a
existir», que la vida «ocurrió» y que todas las formas complejas de vida
«evolucionaron gradualmente» de formas inferiores, pero no puede dar pruebas de
sus declaraciones. Admitimos que hay cambios dentro de las especies (tales como
el desarrollo del caballo o del gato doméstico), pero que una clase de criatura
se transforme en otra, no lo aceptamos. ¿Por qué creó Dios el universo? No cabe
duda que no fue para añadirse nada a sí mismo, puesto que no necesita nada. En
realidad la creación limita a Dios, puesto que el Eterno ahora debe confinarse
a obra en el tiempo y la historia humana. La Palabra deja en claro que Cristo
es el autor, sustentador y meta de la creación (Col 1.15–17; Ap 4.11).
Cristo, el Verbo viviente, revela a Dios en la Palabra escrita y en el libro de
la naturaleza (Jn 1.1–5; véase también Sal 19).
¿Qué revela la
creación acerca de Dios? La creación revela: (1) su sabiduría y poder (Job
28.23–27; Pr 3.19); (2) su gloria (Sal 19.1); (3) su poder y deidad (Ro
1.18–21); (4) su amor por el hombre insignificante (Sal 8.3–9); (5) su
cuidado providencial (Is 40.12ss). Cuando nuestro Señor estaba en la tierra,
vio la mano de la gracia del Padre incluso en las flores y las aves (Mt 6.25ss).
El nombre hebreo
para Dios en Génesis 1 es Elohim, el cual lo liga con la creación. La
raíz básica del nombre es El, que significa «poderoso, fuerte,
prominente». En 2.4 tenemos «Jehová Dios» que es Jehová Elohim. Jehová
es nombre del pacto de Dios y lo une a su pueblo. Este es el nombre que dio
cuando le habló a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY» (Éx 3.14–15). Significa que es
el Dios que existe en sí mismo, inmutable.
II. La
creación
La existencia de los ángeles y la caída de Satanás preceden en fecha a
la creación, porque los ángeles («hijos de Dios») cantaban en la creación (Job
38.7). Lucifer era el más superior de los seres creados por Dios en esta
creación original (véase Ez 28.11–19) y quiso tomar el lugar de Dios (Is
14.12–17). Hallamos a Satanás ya en escena en Génesis 3, de modo que su
caída debe haber ocurrido anteriormente.
La tierra estaba
deforme, así que en los primeros tres días Dios formó lo que quería. La tierra
estaba vacía, así que Dios llenó lo que había formado. Hizo la expansión de los
cielos («firmamento») y los llenó con estrellas y planetas. Hizo la tierra y la
llenó con plantas y animales. Dios originó la luz antes de colocarla en los
cielos. Nótese el principio de separación ilustrado en la creación; porque Dios
dividió la luz de las tinieblas y el mar de la tierra (véase 2 Co 6.14–18).
Nótese también que cada ser viviente debía reproducirse «según su especie»; no
se sugiere una evolución gradual. Quizás podamos criar diferentes clases de
ganado, ¡pero no podemos procrear una vaca a partir de un venado!
El hombre es la
corona de la creación. Hay una «conferencia divina» entre los miembros de la
Deidad antes de crearlo, algo que no se ve en ninguno de los demás pasos de la
creación. Algunos de los ángeles ya se habían rebelado contra Dios y sin duda
Él sabía que el hombre lo haría. Sin embargo, en su amor y gracia, modeló al
primer hombre «a su imagen», refiriéndose a la personalidad del hombre: mente,
voluntad, emociones, libertad, antes que a su apariencia física. (Véanse Ef
4.24; Col 3.10). Al hombre se le dio el lugar de dominio sobre la tierra, la
más alta posición en la creación. Esto explica el ataque de Satanás; ¡porque
Satanás (Lucifer) tuvo una vez esa posición y quería una todavía más elevada!
Si no logró obtener el lugar de Dios en el universo, trataría de tomar el lugar
de Dios en la vida del hombre. ¡Y lo consiguió! El hombre perdió su dominio
debido a su pecado (Sal 8 y Heb 2.5–18), pero este dominio se ha recuperado
para nosotros por Cristo, el postrer Adán (véase Ro 5). Cuando estaba en la
tierra Jesús demostró que tenía dominio sobre los peces (Lc 5; Mt. 17.24ss),
las aves (Mt 26.74–75) y las bestias (Mt 21.1–7).
En un inicio, la
dieta del hombre era vegetariana, pero esto se cambió en Génesis 9.3–4. A los
judíos se les dio restricciones dietéticas (Lv. 11), pero no hay tales
restricciones hoy (Mc 7.17–23; Hch 10.9–16; 1 Ti 4.1–5).
III. La nueva
creación
Segunda de Corintios 4.3–6 y 5.17 deja en claro que en Cristo Dios
tiene una nueva creación. Pablo usa las imágenes del relato de la creación en
Génesis para ilustrar esta nueva creación. El hombre se creó perfecto, pero lo
arruinó el pecado. Nace pecador, «desordenado y vacío»; su vida no tiene
propósito y está vacía y oscura.
El Espíritu
Santo empieza su obra de convicción «moviéndose» en los corazones de los
hombres (Gn 1.2). En verdad, la salvación siempre empieza con el Señor (Jon
2.9); a su gracia se debe la salvación de cualquier pecador. El Espíritu usa
la Palabra para producir luz (Sal 119.130), porque no puede haber salvación
sin la Palabra de Dios (Jn 5.24). Y Hebreos 4.12 dice que la Palabra tiene
poder para «partir», o dividir, trayendo a la mente el hecho de que Dios
dividió la luz de las tinieblas, la tierra y las aguas.
Como los seres
creados en Génesis, los creyentes tienen la responsabilidad de fructificar y
multiplicarse «según su género». En un paralelo a la posición de dominio de
Adán, el creyente es parte de la realeza bajo el gobierno de Dios y puede
«reinar en vida» mediante Cristo (Ro 5.17ss).
Así como Adán
fue la cabeza de la antigua creación, Cristo es la Cabeza de la nueva creación;
es el postrer Adán (1 Co 15.45–49). El AT es el «libro de las generaciones de
Adán» (Gn 5.1) y concluye pronunciando una maldición (Mal 4.6). El NT es el
«libro de la generación de Jesucristo» (Mt 1.1) y concluye con «no habrá más
maldición» (Ap 22.3).
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