Nota a modo de Prólogo
Los dos medios
principales de gracia, esenciales los dos, son la Palabra de Dios y la Oración. Por medio de
ellos viene la conversión; porque somos nacidos otra vez por la Palabra de Dios, que vive
y permanece para siempre; y todo aquel que invoca el nombre del Señor será
salvo.
Por medio de los dos
también crecemos; porque se nos exhorta a desear la sincera leche de la Palabra , y no podemos
crecer en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesucristo a menos que le
hablemos también a Él en la oración.
Es por la Palabra que el Padre nos
santifica; pero se nos manda también que velemos y oremos, para que no entremos
en tentación.
Estos dos medios de
gracia deben ser usados en la proporción debida. Si leemos la Palabra y no oramos,
podemos engreírnos de conocimiento, sin amor que nos edifique. Si oramos sin
leer la Palabra ,
quedaremos en ignorancia de la mentalidad y voluntad de Dios, y nos volveremos
místicos y fanáticos, expuestos a ser llevados de acá para allá por todo
viento de doctrina.
Los capítulos siguientes
se refieren especialmente a la oración, pero para que nuestras oraciones sean
utilizadas para cosas que sean conforme a la voluntad ele Dios tienen que estar
basadas en la revelación de su voluntad a nosotros: porque de Él, y por Él y
para Él son todas las cosas; y es solo oyendo su Palabra que aprenderemos sus propósitos para nosotros
y para el mundo, y oraremos de modo aceptable, orando en el Espíritu Santo,
pidiendo las cosas que son agradables a su vista.
Estos mensajes no tienen la-intención de ser exhaustivos, sino
sugestivos. Éste es un gran tema que ha sido presentado por los Profetas y
Apóstoles, y por todos los hombres piadosos de todas las edades del mundo; y mi
interés al escribir este pequeño volumen ha sido el animar a los hijos de Dios
a procurar «mover el Brazo que mueve el mundo».
D. L. Moody
Capítulo 1
Las oraciones de la Biblia
Las personas que han dejado la impresión más profunda en esta tierra,
maldita por el pecado, han sido hombres y mujeres de oración. Podrás ver que la ORACIÓN
ha sido un gran poder que ha movido no solo a Dios, sino al hombre. Abraham era
un hombre de oración y los ángeles descendían del cielo para hablar con él. La
oración de Jacob fue contestada en la maravillosa entrevista de Peniel, que dio
por resultado tan gran bendición y el que se ablandara el corazón de su
hermano Esaú; el niño Samuel nació como respuesta a la oración de Ana; la
oración de Elías cerró los cielos durante tres años y seis meses, y cuando oró
otra vez los cielos dieron lluvia.
El apóstol Santiago nos dice que el profeta Elías era un hombre
«sometido a pasiones semejantes a las nuestras». Estoy agradecido de que estos
hombres y mujeres que eran tan poderosos en oración fueran exactamente como
nosotros. Corremos el peligro de pensar que estos grandes profetas y varones de
antaño eran diferentes de nosotros. Sin duda, vivieron en una edad en que
había menos conocimientos disponibles, pero estaban sometidos a pasiones
semejantes a las nuestras.
Leemos que en otra ocasión Elias hizo descender fuego del cielo en el
Monte Carmelo. Los profetas de Baal invocaron a su dios durante mucho tiempo,
pero no hubo respuesta. El Dios de Elias escuchó y contestó su oración.
Recordemos que el Dios de Elias vive todavía. El profeta fue transportado al
cielo, pero su Dios todavía vive; y tenemos el mismo acceso ante Él
que tenía Elias. Tenemos la misma autorización de ir a Dios y pedirle fuego del
cielo que descienda y consuma nuestras pasiones y malos deseos; que queme
nuestra paja y escoria y deje vislumbrar a Cristo en nosotros.
Eliseo predicó y resucitó
un niño muerto. Muchos de nuestros hijos están muertos en sus delitos y
peca-dos. Hagamos lo que hizo el profeta: pidamos a Dios que los, resucite como
respuesta a nuestras oraciones.
El rey Manases era un
hombre malvado y había hecho todo lo que había podido contra el Dios de sus
padres; con todo, cuando invocó a Dios en Babilonia, su clamor fue oído y fue
sacado de la prisión y puesto sobre el trono de Jerusalén. Sin duda, si Dios
escuchó la oración del inicuo Manases, oirá la nuestra en tiempos de
aflicción. ¿No es éste un tiempo de aflicción para un gran número de nuestros
prójimos? ¿No lo es para muchos, cuyos corazones están abrumados? Al ir al
trono de la gracia recordemos que DIOS CONTESTA LA
ORACIÓN.
Demos otra mirada, esta
vez a Sansón. Sansón oró, y le fue devuelta la fuerza, de modo que al morir, él
mismo causó la muerte de más filisteos que los que había matado durante su
vida. Este hombre que se había vuelto atrás, este renegado, tuvo otra vez poder
con Dios. Si aquellos que se han retractado quieren volver a Dios, verán que
Dios contesta prontamente su oración.
Job oró, y fue
restaurado. La luz substituyó a la oscuridad y Dios le devolvió su antigua
prosperidad, en respuesta a la oración.
Daniel oró a Dios, y vino
Gabriel para decirle que era un hombre amado sobremanera por Dios. El mensaje
le llegó tres veces desde el cielo como respuesta a su oración. Le fueron
comunicados los secretos del cielo, y se le dijo que el Hijo de Dios iba a ser
inmolado por los pecados de su pueblo. Vemos también que Cornelio oró, y Pedro
le fue enviado para darle un mensaje por medio del cual él y los suyos iban a
ser salvos. Como respuesta a la oración le llegó esta gran bendición a él y a
su familia. Pedro estaba en el terrado para orar por la tarde y tuvo esta maravillosa
visión del lienzo que descendía del cielo. Fue cuando Cornelio hubo hecho
oración sin cesar a Dios que el ángel fue enviado a Pedro.
De modo que en todas las
Escrituras hallamos que siempre que la oración de fe llega a Dios, se le da una
respuesta. Creo que sería muy interesante seguir a lo largo déla Biblia lo que
ha ocurrido cada vez que un hijo de Dios se ha puesto de rodillas invocando su
nombre. Sin duda, el estudio reforzaría nuestra fe en alto grado, mostrando
cuan maravillosamente Dios ha escuchado y librado a aquellos que le han
invocado pidiendo socorro.
Veamos a Pablo y a Silas
en la cárcel de Filipos. Mientras cantan y oran, el lugar es sacudido por un
temblor y el carcelero se convierte. Posiblemente esta conversión ha hecho más
que ninguna otra de las que encontramos registrada en la Biblia para traer a la
gente al Reino de Dios. ¡Cuántos han sido bendecidos al buscar respuesta a la
pregunta: «¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?»! Fue la oración de los
dos piadosos varones la que puso al carcelero de rodillas, y le trajo la
bendición para él y su familia.
Recordarás cómo Esteban,
mientras estaba orando y mirando hacia arriba, vio los cielos abiertos y al
Hijo del Hombre a la diestra de Dios; la luz del cielo resplandeció sobre él.
Recuerda, también, cómo brilló el rostro de Moisés cuando descendió del monte;
había estado en comunión con Dios, Él hace resplandecer su faz sobre nosotros;
y en vez de ser nuestras caras sombrías, resplandecen, porque Dios ha escuchado
y contestado nuestras oraciones.
Jesús, como Hombre de Oración
Quiero llamar la atención del lector de modo especial sobre Cristo
como un ejemplo para nosotros en todas las cosas, pero de un- modo especial en
la oración. Leemos que Cristo oraba al Padre por todo. Toda gran crisis de su
vida fue precedida por la oración. Dejadme citar unos pocos pasajes. Nunca noté
hasta hace unos pocos años que Cristo estaba orando en su bautismo. Mientras
oraba, los cielos se abrieron, y el Espíritu Santo descendió sobre Él. Otro
gran acontecimiento de su vida fue la Transfiguración.
«Y entretanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido
blanco y resplandeciente» (Lucas 9:29).
En Lucas 6:12, leemos: «Aconteció en aquellos días que Él salió al
monte a orar, y pasó la noche entera en oración a Dios». Éste es el único punto
en que se nos dice que el Salvador pasó toda una noche en oración. ¿Qué iba a
acontecer? Cuando descendió del monte reunió a sus discípulos y les predicó el
gran mensaje conocido como el Sermón del Monte, el sermón más maravilloso que
ha sido predicado a los mortales. Probablemente no hay otro sermón que haya
hecho tanto bien, y fue precedido por una noche de oración. Si nuestros
sermones han de alcanzar los corazones y las conciencias de la gente, hemos de
estar en contacto con Dios en oración para que haya poder en la Palabra.
En el Evangelio de Juan leemos que Jesús, junto a la tumba de Lázaro,
levantó sus ojos al cielo y dijo: «Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo
sabía que siempre me oyes, pero lo dije por causa de la multitud que está
alrededor, para que crean que Tú me has enviado» (Juan 11:41, 42). Antes de
hablar y devolver la vida al muerto habló a su Padre. Si hemos de ver
levantados a nuestros muertos espirituales, hemosae conse^hj_poder de Dios. La
razón por la que fallamos en conmover a nuestros prójimos es que tratamos de
ganarlos sin obtener poder de Dios antes. Jesús estaba en comunión con su
Padre, de modo que podía estar seguro de que sus oraciones eran oídas.
Y leemos en Juan (12:27, 28) que nuestro Señor oraba al Padre. Creo
que éste es uno de los capítulos más tristes de la Biblia. Estaba a
punto de dejar a la nación judía y de hacer expiación por los pecados del
mundo. Oigamos lo que dice: «Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre,
sálvame de esta hora? Mas, para esto he llegado a esta hora». Estaba ya casi
bajo la sombra de la cruz; las iniquidades de la humanidad iban a ser puestas
sobre Él; uno de los doce discípulos iba a negarle y a jurar que nunca le había
conocido; otro le vendería por 30 monedas de plata; todos iban a abandonarle y
huir. Su alma estaba afligida en extremo y por ello ora. Dios le contestó.
Luego, en el huerto de Getsemaní, mientras oraba, un ángel apareció para
fortalecerle. En respuesta a su clamor: «Padre, glorifica tu nombre», se oyó
una voz del cielo que descendía desde la gloria: «Lo he glorificado, y lo
glorificaré otra vez» (Juan 12:28).
Otra memorable oración de nuestro Señor tuvo lugar en el huerto de
Getsemaní: «Y Él se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra;
y puesto de rodillas, oraba» (Lucas 22:41). Quisiera llamar tu atención sobre
el hecho de que cuatro veces llegó la respuesta del cielo directamente mientras
el Salvador oraba a Dios. La primera vez fue con ocasión de su bautismo, cuando
los cielos fueron abiertos y el Espíritu descendió sobre Él en respuesta a su
oración. Luego, en el monte de la Transfiguración , Dios se le apareció y le habló.
Luego, cuando los griegos fueron a Él deseando verle; y finalmente, cuando
clamó al Padre en medio de su agonía recibió una respuesta directa. Estas cosas
son registradas, sin la menor duda, para animarnos a orar.
Leemos que sus discípulos
acudieron a Él y le dijeron: «Señor, enséñanos a orar». No se dice que les
enseñara a predicar. He dicho más de una vez que me gustaría mucho más poder
orar como Daniel que predicar como Gabriel. Si tienes amor en tu corazón de
modo que la gracia de Dios pueda descender a contestar tu oración, no tendrás
dificultad para alcanzar a la gente. No es por medio de sermone elocuentes que las almas que perecen pueden ser
alcanzadas; necesitamos el poder de Dios a fin de que pueda decender la
bendicion.
La oración que nuestro
Señor enseñó a sus discípulos es comúnmente conocida como Padrenuestro. Y por
otros como la Oración
del Señor. Yo creo que la oración del Señor, propiamente, es la del capítulo 17
de Juan. Ésta es la oración más larga de Jesús de la que tenemos registro. Uno
puede leerla lentamente y con cuidado en unos 4 o 5 minutos. Aquí podemos
aprender una lección. Las oraciones del Maestro eran cortas cuando las ofrecía
en público; cuando estaba a solas con Dios ya era otra cosa, y podía pasar toda
una noche en comunión con su Padre. Según mi experiencia, Tos que pasan más
tiempo en su cuarto en oración privada generalmente hacen oraciones cortas en
público. Las oraciones largas en general no son oraciones y cansan a los
demás. ¡Cuan corta fue la oración del publicano!: «Ten misericordia de mí,
pecador!». La mujer sirofenicia hizo una oración más corta aún: «¡Señor,
ayúdame!». Fue al blanco directamente, y consiguió lo que quería. La oración
del ladrón en la cruz fue muy corta: «¡Acuérdate de mí cuando vinieres en tu
reino!». La oración de Pedro fue: «¡Señor, sálvame que perezco!». De modo que
puedes hojear las Escrituras y hallarás que las oraciones que trajeron
respuestas inmediatas fueron generalmente breves. ¡Que nuestras oraciones vayan
al grano, di-ciéndole a Dios lo que querernos!
En la oración de nuestro
Señor, en Juan 17, hallamos que hizo siete requerimientos: uno para El mismo,
cuatro para los discípulos que le rodeaban, y dos para los discípulos de épocas
subsiguientes. Seis veces en esta oración repite que Dios le ha enviado. El
mundo le miraba como un impostor; y Él quería que supieran que Dios le había
enviado. Habló del mundo nueve veces, y hace mención de sus discípulos y de los
que creen en Él cincuenta veces.
La última oración de
Cristo en la cruz fue corta: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Creo que esta oración fue contestada. Vemos que allí mismo, ante la cruz, se
convirtió un centurión romano. Era, probablemente, como respuesta a la oración
del Salvador. La conversión del ladrón, creo, fue en respuesta a la oración de
nuestro bendito Salvador. Saulo de Tarso oyó, sin duda, la oración de Esteban
pidiendo misericordia por los que le apedreban. Las palabras que oyó, tan
parecidas a las de Jesucristo en la cruz, puede que le siguieran hasta el
camino de Damasco, donde el Señor se le apareció. Una cosa sabemos: en el día
de Pentecostés algunos de los enemigos del Señor fueron convertidos. Sin duda,
fue como respuesta a la oración: «Padre, perdónalos».
Los hombres de Dios son hombres de Oración
De todo ello vemos que la
oración tiene un lugar elevado entre todos los ejercicios de la vida
espiritual. Todos los hombres de Dios han sido hombres de oración. ¡Miremos,
por ejemplo, a Baxter! Las paredes de su estudio estaban descoloridas por su
aliento; y cuando hubo sido ungido por la unción del Espíritu Santo, de él
brotaron ríos de agua viva sobre Kidder-minster, siendo centenares los que se convirtieron.
Lutero y sus compañeros eran hombres de tal poder en la oración a Dios que quebrantaron el
hechizo de siglos y pusieron naciones enteras a los pies de la cruz. John Knox
abarcó a toda Escocia en los brazos de la fe; sus oraciones tenían aterrorizados
a los tiranos. Whitefield, después de mucha oración santa y fiel privada, fue a
la feria de Satanás, y arrancó más de mil almas de la garra del león en un solo
día. ¡Vemos a Wesley convirtiendo a diez mil almas para el Señor! Mirad a
Finney, cuyas oraciones, fe, sermones y escritos han sacudido a nuestro país
entero, y ha enviado una ola de bendición a las iglesias, a los dos lados del
mar.
El doctor Guthrie hablaba así de la oración y de su necesidad: «La
primera señal verdadera de vida espiritual, la oración, es también el medio de
mantenerla. El hombre no puede vivir físicamente sin respirar como tampoco
puede \i\u espiritualmente sin orar. Hay una determinada clase de animales, los
cetáceos, que habitan en las profundidades del mar. Es su hogar, nunca se
acercan a la orilla; sin embargo, aunque nadan bajo las olas y llegan a grandes
profundidades tienen que aparecer en la superficie, de vez en cuando, porque
han de respirar aire. Sin ello, estos monarcas de las profundidades no podrían
sobrevivir en el denso elemento en que se mueven. algo semejante a lo que les
impone la necesidad tísica, podemos decir del cristiano que debe hacerlo por
una necesidad espiritual. El cristiano ha de elevarse de vez en cuando a Dios,
por medio de la oración, hacia las regiones más puras de las provisiones de la
gracia divina, para poder mantener su vida espiritual. Si be impide a uno de estos
animales que alcance la superficie, muere asfixiado; si se impide a un
cristiano llegar a Dios, muere por falta de oración».
«Dadme hijos», clamaba Raquel, «o muero». «Dejadme respirar», dice el
hombre que se ahoga, «o muero». «Dejadme orar», dice el cristiano, «o muero».
Desde que empecé a pedir a Dios bendición sobre mis estudios», dijo el
doctor Payson cuando era un estudiante, «he hecho más en una semana que antes
en todo un año-.
Lutero, cuando se hallaba más agobiado de trabajo, dijo: «Tengo tanto
qué hacer que solamente puedo dedicar tres horas diarias a la oración».
Y no solo los teólogos tienen en gran estima y hablan así de la
oración; hombres de todos los tipos de vida han dicho lo mismo. El general
Havelock se levantaba a las cuatro, si la hora de empezar la marcha eran las
seis, para no perder el precioso privilegio de la comunión con Dios antes de
emprender las marchas a que obligaba su profesión.
Su Matthew Hale decía: «Si descuido orar y leer la Palabra de Dios por la
mañana, nada va bien durante el día».
Una gran parte de mi tiempo», decía McCheyne, «lo paso afinando mi
corazón para la oración. Es el hilo que une la tierra con el cielo».
Una perspectiva comprensiva de este tema nos mostraría que hay nueve
elementos que son esenciales para la verdadera oración. El primero es la adoración;
no podemos establecer contacto con Dios en el mismo nivel, hemos de acercarnos
a Él como quien está más allá de nuestro alcance y nuestra vista. El siguiente
es la confesión; el pecado ha de ser eliminado. No podemos tener comunión con
Dios mientras haya alguna transgresión por nuestra parte. Si hay algo
pecaminoso hecho por el hombre, no puede esperar favor hasta haber confesado la
falta. La restitución es otro; hemos de hacer compensación por la falta,
siempre que sea posible. La acción de gracias es el próximo paso; hemos de
estar agradecidos a Dios por lo que ha hecho por nosotros ya. Luego viene ej
perdón, y después la unidad; y luego, tiene que haber fe. Bajo esta influencia
estaremos preparados para ofrecer nuestras peticiones. Escuchamos gran número
de oraciones que no son nada más que exhortaciones; si el individuo que ora no
tuviera los ojos cerrados supondríamos que está predicando. Hay también mucha
oración que es solo buscar faltas en otros. La esencia,de la oración es
petición. Pero con ella y tras ella ha de habpr sumisión. Mientras oramos hemos
dé estar dispuestos a aceptar la voluntad de Dios. Vamos a considerar estos
nueve elementos en detalle, y cerraremos nuestra pesquisa dando ilustraciones
incidentales de la certidumbre de recibir, bajo estas condiciones, respuestas
a la oración.
La hora de oración
¡Señor qué gran cambio producirá en
nosotros el pasar una hora en tu presencia!
¡Qué cargas tan pesadas nos quitará del
pecho! ¡Qué refrigerio, cual lluvia en verano!
Nos arrodillamos y alrededor todo baja;
Y nosotros subimos, y todo, cerca y
lejos,
se destaca en el nítido horizonte;
¡Débiles al caer de rodillas; fuertes al
levantarnos!
¿Por qué, pues, caminamos con los hombros
caídos abrumados de cuitas y problemas cuando sería fácil obtener el remedio?
¿Por qué hemos de ser débiles o fríos,
angustiados, ansiosos, cuando orando tendremos paz en Ti, gozo, fuerza y valor?
R. Trench
Capítulo
2 Adoración
Se ha definido el acto de rendir honor a Dios, reverencia, estima y
amor, como adoración. Significa, literalmente, aplicar la mano a la boca para besarla:
«El besamanos». En los países orientales ésta es una marca de respeto y
sumisión. La importancia de presentarnos ante Dios en este espíritu es
capital; por lo que se nos hace ver esto bien claro en la Palabra de Dios.
El reverendo Newman Hall, en su obra sobre el Padrenuestro, dice: «El
culto de adoración del hombre, aparte de la revelación, ha sido caracterizado
de modo uniforme por el egoísmo. Vamos a Dios bien para agradecerle los
beneficios ya recibidos, o para implorar otros nuevos: comida, vestidos, salud,
seguridad, comodidad. Como Jacob en Betel estamos dispuestos a hacer la
adoración que rendimos a Dios correlativa a "comida para comer, vestido
para vestirnos". Este estilo de petición, en la cual generalmente
predomina el yo, si no la absorbe del todo, se ve no solo en los votos de los
sistemas falsos, sino en la mayoría de las oraciones de los profesos
cristianos. Nuestras oraciones son como los jinetes partos, que cabalgaban en
una dirección pero miraban a otra; avanzamos hacia Dios pero en realidad
miramos hacia nosotros. Y esto puede ser la razón por la que muchas veces
nuestras oraciones salen como el cuervo del arca de Noé, pero nunca vuelven.
Ahora bien, cuando hacemos de la gloria de Dios el fin principal dejiujstra
devoción, salen corno la paloma para regresar con un ramo de olivo en el pico.
Permitidme que me refiera a un pasaje de las profecías de Daniel.
Daniel era un hombre que sabía orar, su oración trajo la bendición del cielo
sobre sí y sobre su pueblo. Dice: «Y volví mi rostro al Señor Dios, buscándole
en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza. Y oré a Jehová mi Dios, y le
hice esta confesión: "Ah, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que
guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos!"»
(9:3, 4).
El pensamiento sobre el que quiero llamar la atención del lector es
el de las palabras: «¡Oh Señor, Dios grande, digno de ser temido!». Daniel se
colocaba en la posición justa delante de Dios: en el polvo; puso a Dios en el
lugar debido. Fue cuando Abraham se hallaba de rodillas, postrado delante de
Dios, que Dios le habló.
La santidad pertenece a Dios: la pecaminosidad a nosotros.
Brooks, el gran escritor puritano, dice: «Una persona de santidad
verdadera queda completamente afectada y absorbida en la admiración de la
santidad de Dios. Las personas no santas pueden quedar algo afectadas por las
otras características de Dios; solo las almas santas quedan impresionadas con
su santidad. Cuanto más santas son, más afectadas y de modo más profundo. Para
los santos ángeles, la santidad de Dios es el diamante resplandeciente del anillo de
gloria. Pero las personas no santas son afectadas por otras cosas distintas.
Nada le parece más desalentador al pecador que un mensaje sobre la santidad de Dios: es como el escrito en la
pared; nada hace sufrir el corazón y la cabeza de un pecador como un sermón
sobre Aquel que es santo; nada les duele y les provoca, nada les aguijonea y
aterroriza a los no santos, como el que se les presente de modo vivo la santidad de
Dios. Pero las almas santas no pueden oír un mensaje más deleitoso,
satisfactorio, que les dé más contento y más les aproveche que aquel en que
descubren más plena y poderosamente la gloria de Dios en su santidad». De modo
que, al presentarnos ante Dios, hemos de adorar y reverenciar su nombre.
Lo mismo se nos dice en Isaías 6:1-3: «En el año en que murió el rey
Uzías, vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su
manto llenaba el templo. Por encima de El había serafines; cada uno tenía seis
alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban.
Y el uno al lado del otro daba voces, diciendo: "Santo, santo, santo es
Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria"».
Necesitamos sentir la santidad de Dios
Cuando contemplemos la santidad de Dios, le adoraremos y
engrandeceremos su nombre. Moisés tuvo que aprender esta misma lección. Dios le
dijo que se quitara las sandalias de sus pies, porque el lugar en que estaba
era santo. Cuando oímos a los hombres que tratan de presentarse como santos y
hablan de su santidad, creo que toman a la ligera la santidad de Dios. Es de su
santidad de la que necesitamos hablar y en la que hemos de pensar; cuando
hacemos esto nos postramos en el polvo. Recordemos también lo que le ocurrió a
Pedro. Cuando Cristo se le dio a conocer contestó: «¡Apártate de mí, que soy
hombre pecador!». A la vista de Dios nos damos cuenta de lo santo que Él es y
de lo pecadores que somos nosotros. Hallamos esto en Job también, que tuvo que
aprender la misma lección: «He aquí que yo soy vil, ¿qué responderé? Mi mano
pongo sobre mi boca» (40:4).
Cuando escuchamos a Job discutiendo con sus amigos, pensamos que es el
hombre más santo que ha vivido sobre la tierra. Era ojos para los ciegos, pies
para los cojos; alimentaba a los hambrientos y vestía a los desnudos. ¡Qué hombre tan maravilloso era! Todo era yo, yo, yo. Al
final Dios le dijo: «Ahora, ciñe como un luchador tus lomos; yo te preguntaré,
y tú me contestarás». En el momento en que Dios se le reveló, Job cambió su
modo de hablar. Se dio cuenta de su mezquindad ante la perfección y pureza de
Dios y contestó: «De oídas te conocía; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto,
retracto mis palabras y me arrepiento en polvo y ceniza» (42:5, 6).
Lo mismo se ve en los
casos de aquellos que acudieron a nuestro Señor en los días de su vida en la
carne; los que vinieron directamente, buscando y obteniendo su bendición,
manifestaron un vivo sentimiento de su superioridad con respecto a ellos mismos.
El centurión, del cual leemos en Mateo 8, dice: «Señor no soy digno de que
entres bajo mi techo». Jairo «le adoró», al presentarse a hacer su petición; el
leproso en el Evangelio de Marcos vino «arrodillándose delante de Él»; la
mujer sirofenicia «vino y se arrodilló a sus pies»; el leproso «viendo a Jesús,
cayó sobre su rostro». Lo mismo el discípulo amado, hablando del sentimiento
que tenían respecto a Jesús cuando estaban con Él como su Señor, dice: «Contemplamos
su gloria, gloria como del unigénito del padre, lleno de gracia y de verdad».
Por íntima que fuera su relación, y por tierno que fuera su amor, le reverenciaban
cuando estaban con Él, y le adoraban en tanto que le amaban.
Podemos decir de cada
acto de oración lo que dice George Herbert del culto público:
Cuando cruza tu pie el umbral de la
iglesia
Tu cabeza ha de estar descubierta; Dios
es mayor que tú; porque tú estás i sólo con su permiso aquí en la tierra.
Y procura mostrar reverencia y temor¡ Aun
cuando te arrodilles, como debes, no vas a estropear tu vestido de seda;
bájate de tu estado, no te engrías,
todos somos iguales una vez nos hallamos
dentro del santuario.
El hombre sabio dice:
«Cuando vayas a la casa de Dios, vigila tus pasos; y acércate más para oír que
para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te
des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de
Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas
tus palabras» (Eclesiastés 5:1, 2).
Si estamos esforzándonos
para vivir una vida más elevada, y conocemos algo de la santidad y pureza de
Dios, lo que necesitamos es ponernos en contacto con Él, para que El pueda
revelársenos. Entonces tomaremos el lugar delante de Él. de aquellos hombres
de antaño que hemos visto.
Honraremos su Nombre,
como el Maestro enseñó a sus discípulos, cuando dijo: «Santificado sea tu
Nombre». Cuando pensamos en la irreverencia de los tiempos presentes, me parece
que hemos caído en días malos.
Como cristianos, cuando
nos acercamos a Dios en oración, démosle el lugar que le corresponde: «Tengamos
gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agra-dándole con temor y reverencia;
porque nuestro Dios es un fuego consumidor» (Hebreos 12:28, 29).
La trinidad
Misterioso y trino Dios, sé para siempre
adorado;
Por la gracia sin fin que hallamos en
nuestro Redentor acumulada.
La gracia del Padre cantamos, que un
tiempo nos eligió;
y que a su Hijo ordenó que en lugar
nuestro la muerte sufrir
También al Hijo sagrado, tenemos en
reverencia; por su gracia y sufrimientos y su perfecta justicia.
nuestros labios proclaman del Consolador
las glorias, Cuyo poder nos inspira, Cuyo impulso nos eleva.
así, juntos al Dios Trino rindamos
adoración, y toda la creación proclame el amor divino.
Capítulo
3 Confesión
Otro elemento de la verdadera oración es la confesión. No quiero que
los cristianos piensen que cuando digo confesión me refiero a los no
convertidos. Los cristianos tenemos muchos pecados que confesar.
Si volvemos a las Escrituras, veremos que los hombres que han vivido
más cerca de Dios y han tenido más poder en Él eran los que confesaban sus
parados y fracasos. Daniel confesó sus pecados y los de su pueblo (9:3-19). Sin
embargo, no se nos dice que hubiera nada en contra de Daniel. Era uno de los
hombres mejores, entonces, sobre la faz de la tierra, y a pesar de ello hace
una de las confesiones de pecado más profundas y humildes de que se tiene
memoria.
Brooki, refiriéndose a la confesión de Daniel, dice: «En estas
palabras tenemos siete circunstancias que Daniel usa en la confesión de sus
pecados y los del pueblo; y todas para hacerlos resaltar y agravarlos. Primero:
"Hemos pecado"; segundo: "hemos cometido iniquidad";
tercero: "hemos obrado perversamente^'; cuarto: "hemos sido
rebeldes"; quinto: "nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus
ordenanzas"; sexto: "no hemos obedecido a tus siervos los
profetas"; séptimo: "ni nuestros príncipes ni todo el pueblo de la
tierra". Estos siete agravantes que Daniel acumula en su confesión son
dignos de la consideración más seria».
Job era, sin duda, un hombre santo, un príncipe poderoso y, con todo,
tuvo que postrarse en el polvo y confesar sus pecados. Así vamos hallando
a lo largo de las Escrituras. Cuando Isaías vio la pureza y santidad
de Dios, y se vio a sí mismo tal como era, exclamó: «¡Ay de mí, ay de mí! que
estoy muerto; porque siendo inmundo de labios...» (Isaías 6:5).
Creo firmemente que la Iglesia de Dios tendrá que
confesar sus propios pecados antes de que pueda tener ninguna gran obra de
gracia. Ha de haber una obra más profunda entre el pueblo creyente en Dios. Y a
veces pienso que sería hora de predicar a los que profesan ser cristianos en
vez de predicar a los impíos. Si tuviéramos un nivel de vida más elevado en la Iglesia de Dios, serían a
millares los que acudirían al Reino. Así era en el pasado; cuando los hijos de
Dios se volvieron de sus ídolos y de sus pecados, el temor de Dios cayó sobre
el pueblo. Mira la historia de Israel y hallarás que cuando apartaron sus
dioses extraños, Dios visitó a la nación, e hizo en ellos su poderosa obra de
gracia.
Juicio de pecado en la
Iglesia
Lo que queremos en estos
días es un avivamiento verdadero y poderoso en la Iglesia de Dios. Tengo
poca simpatía con la idea de que Dios va a llegar a las masas a través de una
iglesia formal y fría. El juicio de Dios ha de empezar en nosotros. Ya vimos
que cuando Daniel consiguió la maravillosa respuesta a la oración que se relata
en el capítulo 9, estaba confesando su pecado. Este es uno de los mejores
capítulos sobre la oración en toda la
Biblia :
Leemos: «Aún estaba
hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo, Israel, y
derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios, por el monte santo de mi Dios;
aún estaba hablando en oración, cuando Gabriel, el varón a quien había visto en
la visión al principio, vino a mí volando con presteza, como a la hora del
sacrificio de la tarde. Y hablando conmigo, me hizo comprender, diciendo:
"Daniel, he salido ahora para ilustrar tu inteligencia"» (Daniel
9:20-23).
Lo mismo cuando Job
confesaba su pecado: Dios le restauró y escuchó su oración. Dios ya a escuchar
nuestra oración y nos restaurará cuando hayamos tomado el lugar que nos
corresponde delante de Él, y confesado v abandonado nuestras transgresiones.
Fue cuando Isaías clamó
ante Dios: «Estoy muerto», que vino la bendición; el carbón encendido que
estaba en el altar fue puesto sobre sus labios; y escribió uno de los libros
más maravillosos que ha conocido el mundo. ¡Qué bendición ha sido para la Iglesia !
Fue cuando David dijo:
«¡He pecado!», que Dios le mostró su misericordia. «Mi pecado te declaré, y no
encubrí mi iniquidad». Dije: «Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú
perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmo 32:5). David hizo una confesión muy
similar (Salmo 5:3, 4) a la del hijo pródigo que vemos en Lucas 15: «Porque yo
reconozco mis delitos, y mi pecado está siempre delante de mí. ¡Contra ti,
contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus OJOS!». No hay diferencia entre el rey y el mendigo cuando el Espíritu de Dios entra en el corazón y redarguye de pecado.
Richard Sibbes dice de la
confesión: «Ésta es la manera de dar gloria a Dios: cuando hemos abierto
nuestras almas a Dios y acumulado contra nosotros todo cuanto el diablo podría decir, puesto que hemos de pensar que el diablo
pondría todo aquello a nuestro cargo en la hora de la muerte y el día del juicio.
El diablo nos acusaría de todo aquello, así que acusémonos nosotros, como él
haría antes de poco. Cuanto más nos acusamos y nos juzgamos, y ponemos un
tribunal en nuestro corazón, más segura se seguirá una paz increíble. Jonás fue
echado al mar, y el barco se quedó
tranquilo; Acán fue apedreado, y terminó la plaga. Fuera Jonás, y fuera Acán; y
habrá paz y calma en nuestra alma. La conciencia obtendrá un gran refrigerio y
solaz.
»Ha de ser así; si Dios ha de ser honrado, la conciencia ha de ser
purificada. Dios es honrado por la confesión de todos los pecados de cualquier
clase que sean; esto hace honor a su omnisciencia, pues Él lo ve todo: ve todos
nuestros pecados y escudriña nuestros corazones, y nuestros secretos no están
escondidos de El. Honra su poder. ¿Qué nos hace confesar los pecados, sino el
temor a su poder, que puede ejecutarnos? Y ¿qué nos hace confesar los pecados,
sino el saber que hay misericordia en Él para que pueda ser temido, y que hay
perdón de los pecados en Él? No confesaríamos los pecados de otra forma. Con
los hombres después de la confesión viene la ejecución; pero con Dios después
de la confesión viene la misericordia. Es el modo en que Él muestra su
disconformidad. Nunca confesaríamos nuestros pecados si no fuera por la
misericordia. Así que honra a Dios; y cuando Él es honrado, Él honra al alma
con paz y sosiego.»
Thomas Fuller dijo: «El que el hombre confiese su debilidad es la
única rama sobre la que Dios puede injertar la gracia de su ayuda».
La confesión implica humildad y ésta, a los ojos de Dios, tiene mucho
valor.
Un labrador fue con su hijo a un campo de trigo ya dorado, a punto
para la siega.
-«¿Ves, padre?» -exclamó el muchacho-, «¡cuan derechos sostienen su
cabeza estos tallos! Deben ser los mejores. Los otros cuya cabeza cuelga, no
deben ser muy buenos». El labrador arrancó un tallo de cada clase y los mostró
al hijo:
-«¿Ves?: este tallo que cuelga lleno de modestia está lleno de grano.
Éste, enhiesto, no tiene casi grano en su espiga».
Es necesario ser franco y abierto ante Dios y ante los hombres.
Debemos..ser sinceros y francos con no-sotros mismos. Un soldado dijo en una
reunión de avivamiento «Camaradas soldados: no estoy entusiasmado, estoy
convencido, esto es todo. Creo que debería ser un cristiano; que debo
decíroslo, y pediros que vengáis conmigo, y si ahora va a haber una llamada
para que los pecadores acudan a Cristo, yo iré, no para hacer ostentación,
porque el hacerla es pecado. No iré porque quiera hacerlo, porque de buena gana
me quedaría en el asiento; pero, yendo, diré la verdad. Debería ser un
cristiano, quiero ser un cristiano; y presentarme para la oración, es decir, la
verdad de la cosa». Le siguieron más de otros veinte soldados.
De las palabras de Faraón: «Orad a Jehová para que quite las ranas de
mí» (Éxodo 8:8), dijo lo siguiente Spurgeon: «Esta súplica u oración tiene una
falta fatal: No contiene confesión de pecado. No dijo: "Me he rebelado
contra el Señor; ruego que se me perdone.". Nada semejante; sigue amando
el pecado como antes. Una oración sin penitencia es una oración que qo es aceptada. Si no va
regada con lágrimas se marchita. Has de venir a Dios como pecador por medio de
un Salvador, no hay otro camino. El que viene a Dios como un fariseo, con:
"Dios te doy gracias que no soy como los demás hombres", nunca llega
muy cerca de Dios; pero el que grita: "Señor, ten misericordia de mí,
pecador", ha llegado a Dios por el camino que Él mismo ha designado. Tiene
que haber confesión de pecado ante Dios, o nuestra oración es defectuosa».
Si esta confesión de pecado es profunda entre los creyentes, ha de
serlo entre los no convertidos también. Nunca he sabido que hubiera fallado.
Ansio que Dios avive su obra en los corazones de sus hijos para que podamos ver
la gran pecaminosidad del pecado. Muchos padres están ansiosos de que se
produzca la conversión de sus hijos. He recibido hasta cincuenta mensajes de
padres en una sola semana, extrañándose de que sus hijos no sean salvos, y
pidiendo que ore por ellos. Me atrevo a decir que cuando esto ocurre, por regla
general, la falta-está en nuestra propia puerta. Debe haber algo en nuestra
vida que estorba. Puede ser algún pecado secreto que impida la bendición. David
vivió en un gran pecado, durante meses, hasta que Natán apareció. Oremos a Dios
que venga a nuestro corazón y haga sentir su poder. Si es el ojo derecho el que
estorba, fuera el ojo derecho; si la mano derecha, fuera la mano derecha; para
que podamos tener poder con Dios y con el hombre.
La falta de poder en la
Iglesia
¿Por qué tantos hijos de cristianos están apartados, en una vida
mundana, alejándose en su infidelidad, dirigiéndose a una tumba sin honor?
Parece que hay muy poco poder en el Cristianismo hoy. Muchos padres piadosos
hallan que sus hijos se descarrían. Esto procede de algún pecado secreto que se
mantiene adherido al corazón. Hay un pasaje en la Palabra de Dios citado con
frecuencia pero en el cual, los que lo citan, se paran donde no deben. En el
capítulo 59 de Isaías leemos: «He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová
para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír». Y aquí se paran.
Naturalmente la mano de Dios no se ha acortado, ni se ha endurecido su oído;
pero deberían seguir leyendo en el versículo siguiente: «Vuestras iniquidades
han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han
hecho ocultar de vosotros su rostro para no escucharos. Porque vuestras manos
están contaminadas de sangre, y vuestros dedos de iniquidad; vuestros labios
pronuncian mentira; y vuestra lengua habla maldad».
Como dijo Matthew Henry: «No podía por menos que ocurrir; se interpusieron
a la misma luz que recibían, cerraron su propia puerta. Dios se dirigía a
ellos por el camino de la misericordia, y ellos le estorbaron. "Vuestras
iniquidades han impedido que recibierais cosas deseables"».
Recordemos que si consideramos la iniquidad de nuestros corazones, o
vivimos superficialmente y nuestra profesión de fe es vacía, no podemos esperar
que nuestras oraciones sean contestadas. No hay ni una sola promesa para
nosotros. A veces tiemblo cuando oigo que la gente cita promesas y dicen que
Dios tiene que cumplirlas para ellos, cuando constantemente hay algo en sus
propias vidas que no quieren abandonar aunque deberían hacerlo. Haríamos mejor
en examinar nuestro corazón y averiguar por qué nuestras oraciones no son
contestadas.
Hay un solemne pasaje en Isaías 1:10-18: «Gobernantes de Sodoma, oíd
la palabra de Jehová; escuchad la instrucción de nuestro Dios, pueblo de
Gomorra. ¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios?
Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no
quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda
esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de Mí para hollar
mis atrios? No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación;
novilunios y sábados, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir, son iniquidad
vuestras fiestas solemnes».
Incluso nuestras asambleas, nuestras fiestas solemnes. Si Dios no
puede conseguir que nuestro corazón esté en los servicios y reuniones, no
quiere saber "nada de ellos.
«Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene
aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. Cuando
extendáis vuestras manos, Yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando
multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos.
Lavaos, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos;
dejar de hacer lo malo; aprended a hacer el bien, buscad la justicia, reprimid
al opresor, defended la causa del huérfano, amparad a la viuda. Venid luego,
dice Jehová, y estemos a cuenta: aunque vuestros pecados sean como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán
a ser como blanca lana.»
En Proverbios 28:9 leemos: «El que aparta su oído para no oír la ley,
su oración también es abominable». Puede que asombre a algunos el pensar que
sus oraciones son una abominación a Dios, y con todo, si vivimos en un pecado
conocido, esto es lo que la Palabra
de Dios dice sobre nosotros. Si no queremos apartadnos del pecado y obedecer
la lev de Dios, no tenemos derecho a esperar que Él conteste nuestras
oraciones. El pecado no confesado es pecado no perdonado, y el pecado no
perdonado es lo más sombrío v dañoso de esta tierra maldita por el pecado. No
podéis encontrar un solo caso en la
Biblia de un hombre que fuera sincero en su actitud, respecto
al pecado, al cual Dios no correspondiera y bendijera. La oración del corazón
humilde y contrito es un deleite para Dios. No hay sonido que suene más dulce
al oído divino procedente de esta tierra que la oración del justo.
Permitid que mencione la oración de David en el Salmo 139:23:
«Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos,
y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno».
Quisiera que mis lectores aprendieran estos dos versículos de memoria.
Si pudiéramos hacer sinceramente una oración así cada día, habría un gran cambio
en nuestras vidas. «Escudríñame» a mí, no a mi vecino. Es muy fácil orar por
otra gente, pero es tan difícil ponernos nosotros como blanco de la oración...
Mucho me temo que estamos demasiado ocupados llevandoa cabo la obra del Señor
y, con ello, estamos en peligro de descuidar nuestra propia vida. En este
salmo, David habla de sí mismo. Hay una gran diferencia entre el examen que
nosotros hacemos de nosotros mismos y el que hace Dios. Yo puedo escudriñar mi
corazón y declarar que soy recto y justo, pero cuando Dios me escudriña bajo su
luz, aparecen muchas cosas que yo desconocía.
«Pruébame.» David fue probado cuando cayó, porque había apartado sus
ojos del Dios de su padre Abraham. «Conoce mis pensamientos.» Dios mira
nuestros pensamientos. ;Son nuestros pensamientos puros? ; Tenemos en nuestro
corazón pensamientos contra Dios v contra su pueblo, contra alguien en el mundo?
Si los tenemos, no somos justos a la vista de Dios. ¡Oh, que Dios nos
escudriñe, a cada uno! No conozco ninguna oración mejor que ésta de David. Una
de las cosas más solemnes de las Escrituras es que cuando los hombres santos
-mejores que nosotros fueron sometidos a prueba, se halló que eran tan débiles
como el agua si estaban apartados de Dios.
Estemos seguros de ser rectos y justos. Isaac Ambrose, en su obra
sobre Probándonos a nosotros
mismos, tiene el siguiente
sabroso comentario: «De vez en cuando hacemos dos preguntas a nuestro corazón:
1) "Corazón, ¿cómo te va?" una pregunta corta, pero muy seria. Ésta
es la pregunta primera, y es el saludo más corriente "¿cómo te va?".
Quisiera que le preguntáramos al corazón: «¿Cómo te va? Naturalmente, ¿cuál es
tu estado espiritual?» 2) "Corazón ¿cómo te irá?" es la segunda
pregunta, es decir: "Corazón, ¿qué será de ti y de mí?" como el
ciudadano romano dijo: 'Alma desgraciada y triste, ¿adonde vamos tú y yo?, ¿qué
será de ti cuando tú y yo nos separemos?".
» »Ésta es la misma cosa
que Moisés presenta a Israel, pero en otros términos: "¡Oh, si pudieras
consi-I derar tus
postrimerías!" y que pudieras hacerte esta pregunta constantemente al corazón,
y considerarla y debatirla». "Considera la cosa en tu propio
corazón", dice David; esto es, debate el asunto entre tú y tu corazón
hasta lo sumo. Que tu corazón se enfrasque en la consideración de esto, cuando
tienes tratos con él, que te habla desde su mismo fondo. Establece contacto, o
sea, ten una comunicación y conocimiento claro de tu propio corazón».
Esta fue la confesión de
un hombre de Dios sensible a su propio descuido y especialmente a la dificultad
de su deber: «He vivido, dice, durante cuarenta años y algo más, y he llevado
mi corazón en mi pecho todo este tiempo, y con todo, mi corazón y yo somos
extraños, y tan distantes, como si nunca nos hubiéramos visto o conocido. No,
yo no conozco mi corazón; lo he olvidado.
»¡Ay! ¡cuánto habré agraviado
a mi corazón, que ni siquiera nos conozcamos de lejos. Hemos caído en la época
de Atenas, pasando el tiempo oyendo y contando noticias. ¿Cómo van las cosas
aquí? ¿Y allí? ¿Cómo van en este lugar? ¿Y en el otro? Pero ¿quién hay que
tenga interés en saber cómo está tu propio corazón? Sopesa de modo serio el
tiempo que has pasado en este deber, y el tiempo pasado de y días que deberías
haber pasado en este deber con respecto al corazón, podemos decir que hemos
pasado cincuenta. O si debería haber cincuenta vasijas llenas de este deber,
¿podemos encontrar veinte o diez? ¡Oh, los días, meses y años que hemos
dedicado al pecado, a la vanidad, a los negocios de este mundo, mientras no
hemos dedicado un minuto a conversar con nuestro corazón respecto a su caso!».
Confiesa el egocentrismo como pecado
Si hay algo malo en
nuestras vidas, pidamos a Dios que nos lo muestre.; Hemos sido egoístas? ¿Hemos
tenido más celo por nuestra reputación que por el honor de Dios? Elias pensaba
que había sido celoso del honor de Dios; pero resultó que era su propio honor,
después de todo: el yo se hallaba realmente en el fondo. Una de las cosas más
tristes, creo, que Cristo tuvo que sufrir de sus discípulos fue precisamente
esto: había una lucha persistente entre ellos por ver cuál sería el mayor, en
vez de buscar cada uno el lugar más humilde y ser el menor en su propia
estimación. Se nos da prueba de esto en Marcos 9:33-37: «Llegaron a Capernaum.
Y estando ya en la casa, les preguntaba: "Qué discutíais por el camino?".
Pero ellos se callaban; porque en el camino habían discutido entre sí quién
era mayor. Entonces se sentó, llamó a voces a los doce, y les dijo: "Si
alguien desea ser primero, sea el último de todos y el servidor de todos".
Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo tomó en sus brazos y les
dijo: "Cualquiera que reciba a un niño como éste en mi nombre, a Mí
recibe; y cualquiera que me recibe a Mí, no me recibe a Mí, sino al que me
envió"».
Poco después de esto
leemos que «se acercan a Él Jacobo y Juan, los dos hijos de Zebedeo, y le
dicen: "Queremos que hagas por nosotros lo que te pidamos". Él les
dijo: "¿Qué queréis que haga por vosotros?". Y ellos le
respondieron: "Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu
derecha y el otro a tu izquierda". Jesús les dijo: "No sabéis lo que
estáis pidiendo. ¿Podéis beber la copa que Yo bebo, o ser bautizados con el
bautismo con que Yo soy bautizado?". Y ellos le contestaron:
"Podemos". Entonces les dijo Jesús: "La copa que Yo bebo, la
beberéis; y seréis bautizados con el bautismo con que Yo soy bautizado;
pero el sentarse a mi
derecha o a mi izquierda no es mío el concederlo, sino que es para quienes ha
sido preparado". Al oír esto, los diez comenzaron a indignarse con
respecto a Jacob y Juan. Y llamándoles, adonde Él estaba, les dice Jesús:
"Sabéis que los que se tienen por gobernantes de los gentiles, se
enseñorean de ellos, y sus magnates les sujetan bajo su autoridad. Pero, entre
vosotros no es así, sino que cualquiera que desee llegar a ser grande entre
vosotros, será vuestro sirviente; y cualquiera que desee entre vosotros ser
primero, será esclavo de todos; porque aun el Hijo del Hombre no vino a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos"» (Marcos 10:35-35).
Estas últimas palabras
fueron habladas en el tercer año de su ministerio. Hacía tres años que los
discípulos estaban con Él; habían escuchado las palabras que habían salido de
sus labios; con todo, habían fracasado en aprender esta lección de humildad.
Lo más humillante que ocurrió entre los doce escogidos en la noche de la
traición del Señor tuvo lugar cuando Judas le vendió y Pedro le negó. Si
hubiera algún lugar en que podíamos esperar que se pensara menos en estas cosas
era en la mesa de la Última Cena. Con todo, vemos que, cuando Cristo instituyó
este bendito recordatorio, había entre los discípulos una disputa sobre cuál de
los discípulos iba ser el mayor: ¡algo asombroso! ¡a la sombra de la cruz casi,
cuando el Maestro estaba «sobremanera triste, hasta la muerte»; cuando ya
estaba probando la amargura del Calvario y los horrores de esa noche sombría se
acumulaban sobre su alma!.
Creo que si Dios nos
escudriñara hallaría muchas cosas en nuestras vidas que tenemos que confesar.
Si fuéramos probados por la ley de Dios, habría muchas cosas que tendrían que
cambiar. Pregunto otra vez: ¿Somos egoístas o tenemos celos? ¿Estamos
dispuestos a oír que otros han sido usados por Dios más que nosotros? ¿Se
alegran nuestros amigos metodistas de que haya una gran avivamiento en la obra
de Dios entre los bautistas? ¿Se regocijarían sus almas al oír que los
esfuerzos de otros son bendecidos? Lo mismo podemos preguntar a bautistas, a
congregacionalistas, a otras iglesias. Si estamos llenos de partidismos y
sectarismos, habrá muchas cosas que tenemos que poner de lado. Oremos a Dios
pidiéndole nos escudriñe, nos pruebe, que vea si hay caminos de maldad en
nosotros. Si estos hombres santos y buenos se daban cuenta de que faltaban, ¿no
deberíamos temblar nosotros y esforzarnos por hallar si hay algo en nuestras
vidas de lo que Dios quiere que nos desprendamos?.
Una vez más quiero llamar
vuestra atención a la oración de David contenida en el salmo 51. Un amigo mío me dijo hace unos años que tenía la costumbre de repetir
esta oración cada semana por su cuenta. Me parece que es bueno que ofrezcamos
estas peticiones con frecuencia; que dejemos que salgan de nuestro corazón. Si
hemos sido orgullosos, irritables, poco pacientes, ¿no tenemos que confesarlo
al instante? ¿No es ya hora de que empecemos y enderecemos nuestras vidas? ¡Ved
cuan rápidamente los impíos empezarán a inquirir sobre nuestro modo de vida!
Que los que somos padres pongamos nuestras propias casas en orden, y seamos
llenos del Espíritu de Cristo; entonces, no tardará mucho sin que nuestros
hijos inquieran lo que tienen que hacer para tener el mismo Espíritu. Creo que
hoy, debido a su tibieza y formalidad, la iglesia cristiana está haciendo más
infieles que todos los libros que los infieles han escrito. No temo las lecturas
mundanas ni la mitad de lo que temo el formalismo frío y muerto en la iglesia
que profesa ser cristiana en el tiempo presente. Una reunión de oración como
la que tuvieron los discípulos en el día de Pentecostés sacudiría la apatía e
indiferencia de cualquier congregación.
Lo que queremos es echar mano de Dios en oración. No vamos a alcanzar
las masas por medio de grandes sermones. Lo que necesitamos es «mover el Brazo
que mueve al mundo». Para conseguirlo hemos de tener las cuentas claras y limpias ron Dios «Pues si nuestro corazón nos reprocha algo, mayor que
nuestro corazón es Dios, y Él conoce todas las cosas Amados, si nuestro corazón
no nos reprocha algo, tenemos confianza ante Dios; y lo que le pidamos lo
recibimos de Él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que
son agradables delante de Él» (1 Juan 3:20-22).
Confesión
No vengo a ti
Sin esperanza;
No doblo mi rodilla
Con desconfianza;
El pecado me ha vencido,
Pero también he sabido
Que Jesús murió por mí.
Mi maldad,
Es roja como la grana;
Sin medida,
Es mi pecado;
El pecado de no amarte,
El pecado de olvidarte.
¡Por el pecado inundado!
Pero Señor te confieso
Con tristeza este pecado;
Ni una excusa te presento
Vengo a ti tal como soy.
Limpíame de mi inmundicia.
Con tu sangre lava mi alma,
¡Hazme puro como el sol!
H. Bonar
Capítulo 4
Restitución
Un nuevo elemento de la oración triunfante es la restitución. Si en
otro tiempo he tomado lo que no me pertenecía, y no estoy dispuesto a
restituirlo, mis oraciones no van a llegar más allá del tejado, nunca
alcanzarán el cielo. Es algo singular, pero nunca he tocado este tema en mis
sermones o mensajes sin que haya habido resultados inmediatos. Un hombre una
vez me dijo que no tenía necesidad de insistir sobre este punto en una reunión
en la que iba a hablar, puesto que probablemente no habría nadie presente allí
que tuviera que hacer restitución. Pero yo creo que, si el Espíritu de Dios
escudriña nuestros corazones, hallará que la mayoría tenemos muchas cosas en
las que no habíamos pensado antes.
Después de que Zaqueo encontrase a Cristo, las cosas cambiaron
bastante para Zaqueo. Me atrevo a decir que la idea de hacer restitución no
había entrado nunca en su mente antes. Probablemente, pensaría esa mañana que
era un hombre honrado. Pero cuando el Señor le habló, vio las cosas de modo muy
distinto. Notemos cuan corto fue su discurso. Lo único que se nos dice del
mismo es: «Voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes; y si en algo he
defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado» (Lucas 19:8). ¡Unas pocas
palabras, pero su eco todavía resuena después de veinte siglos!.
Al hacer esta declaración confesó su pecado: no había sido honrado.
Además, mostró que conocía los requerimientos de la ley de Moisés. Si un hombre
había tomado lo que no le pertenecía, no solo había de devolverlo, sino que
tenía que multiplicarlo por cuatro. Creo que en esta dispensación nosotros tendríamos
que ser tan honrados como eran entonces bajo la Ley. Estoy cansándome
de sentimentalismo que no endereza la vida de un hombre. Cantamos himnos y
salmos y ofrecemos oraciones, pero éstos serán una abominación a Dios, a menos
que estemos dispuestos a enderezar nuestra vida diaria. Nada dará al
Cristianismo tanto poder sobre el mundo como el que los creyentes empiecen a
actuar de este modo. Zaqueo, probablemente, tuvo más influencia en Jericó
después de hacer restitución que ninguna otra persona en la ciudad.
Finne) en sus mensajes a los cristianos profesos, dice: «Una razón
para el requerimiento: "No os conforméis a este mundo" es la
influencia inmensa, saludable e instantánea que ejercería el que todo el mundo
hiciera negocios bajo los principios del Evangelio, que se cambiaran las
tornas, y fueran los cristianos los que hicieran los negocios durante un año
bajo los principios del Evangelio. ¡Esto sacudiría el mundo! Resonaría más que
un trueno. Que los infieles vieran a los cristianos profesos cómo en cada trato
consultan el bien de la otra persona, buscando no su propia riqueza, sino la
del otro: viviendo por encima del mundo no poniendo valor en el mundo más allá
de lo que pueda ser un medio de glorificar a Dios; ¿cuál creéis que .seria el
efecto? Cubriría al mundo de confusión y les redargüiría de modo abrumador de
pecado Finney hace notar apropiadamente que el arrepentimiento genuino es la
restitución. «El ladrón que no se ha arrepentido se queda con el dinero que
robó. Puede tener convicción de pecado, pero no se arrepiente- Si se
arrepiente, devolverá el dinero. Si has engañado a alguno, y no restauras lo
que has tomado injustamente; o si has injuriado a alguno y no procuras reparar
el daño que has hecho, por lo que a ti respecta, no te has arrepentido de
veras.
Éxodo 22:1 dice: «Cuando alguno hurte buey u oveja, y lo degüelle o venda, por
aquel buey pagará cinco bueyes, y por aquella oveja cuatro ovejas». Y luego:
«Si alguno deja pastar en campo o viña, y mete su bestia en campo de otro, de
lo mejor de su campo y de lo mejor de su viña pagará. Cuando se prenda fuego, y
al quemar espinos se quemen mieses amontonadas o en pie, o campo, el que
encendió fuego pagará lo quemado» (versículos 5, 6).
O volvamos a Levítico, cuando se establece la ley de los delitos y las
ofrendas: vemos el mismo punto presentado con la misma fuerza y claridad:
«Cuando una persona peque y haga prevaricación contra Jehová, y niegue
a su prójimo lo encomendado o dejado de su mano, o bien robe o calumnie a su
prójimo, o habiendo hallado lo perdido, después lo niegue, y jure en falso; en
alguna de todas aquellas cosas en que suele pecar el hombre, entonces, habiendo
pecado y ofendido, restituirá aquello que robó, o el daño de la calumnia, o el
depósito que se le encomendó, o lo perdido que halló, o todo aquello sobre lo
que había jurado falsamente; lo restituirá por entero a aquel a quien
pertenece, y añadirá a ello la quinta parte, en el día de su expiación»
(6:2-5).
Lo mismo se repite en Números, donde dice: «Di a los hijos de Israel:
"El hombre o la mujer que cometa alguno de todos los pecados con que los
hombres prevarican contra otro, ofendiendo a Jehová, aquella persona confesará
el pecado que cometió, y compensará enteramente el daño, y añadirá sobre ello
la quinta parte, y lo dará a aquel contra quien pecó. Y si aquella persona
hubiese fallecido y no tuviese pariente al cual sea resarcido el daño, se dará
la indemnización del agravio a Jehová entregándola al sacerdote, además del
carnero de las expiaciones, con el cual hará expiación por él"» (Números
5:6-8).
Éstas fueron las leyes que Dios promulgó para su pueblo, y creo que
sus principios obligan aún hoy. Si. hemos quitado algo a alguien, o le hemos
defraudado, no soto hemos de confesarlo, sino que hemos de harpr restitución.
Si hemos proyectado una falsa imagen de otro si hemos esparcido una calumnia o
falso informe sobre otro- hemos de hacer todo lo que podamos para deshacer la
injusticia cometida-Es con referencia a la justicia práctica de este tipo que
Dios dice en Isaías: «He aquí que para contiendas y debates ayunáis, y para dar
puñetazos al desvalido; no ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en
lo alto. ¿Es tal el ayuno que yo escogí, que por un día aflija el hombre su
alma, que incline su cabeza como un junto, y haga cama de cilicio y de ceniza?
¿Llamaréis a esto ayuno, y día agradable a Jehová? ¿No es más bien el ayuno que
yo escogí, desatar las cadenas de maldad, soltar las coyundas del yugo, y dejar
ir a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan al
hambriento, y a los pobres errantes albergues en tu casa; que cuando veas al desnudo,
lo cubras y no te escondas de tu hermano? Entonces brotará tu luz como el alba,
y tu curación se echará de ver rápidamente; e irá tu justicia delante de ti, y
la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá Jehová;
clamarás, y dirá él: "Heme aquí"» (Isaías 58:4-9).
Trapp, en su comentario sobre Zaqueo, manifiesta: el sultán Selymus le
dijo a su consejero Tino -que le estaba aconsejando que concediera la gran
riqueza que había quitado a los mercaderes persas para fundar un hospital de
ayuda a los pobres, que Dios aborrece usar lo robado como holocausto. El turco
moribundo ordenó que fuera restaurado a sus propietarios legítimos, lo cual
fue hecho según lo mandado, para vergüenza de muchos cristianos que hacen objeción
a la restitución.
Cuando Enrique III de Inglaterra mandó a los Hermanos Menores una
partida de tela de lana para que se hicieran hábitos, se la devolvieron con el
mensaje de que «no debía dar limosna con lo que había arrancado a los pobres; y
que ellos no debían aceptar un regalo tan abominable.
El Maestro Latimer afirmó: «Si no hacéis restitución de los bienes
que retenéis, los entregaréis en el cíelo mientras los demonios se estarán
riendo a costa vuestra.
Enrique VII en su testamento, después de hacer disposición de su alma
y cuerpo, designó que se hiciera restitución de todo el dinero que había sido
injustamente recaudado por sus funcionarios.
La reina María restauró todos los beneficios eclesiásticos asumidos
por la corona, diciendo que tenía más interés en la salvación de su propia alma
que en diez reinados.
El Papa, en este tiempo aproximadamente, emitió una bula para que
otros hicieran lo mismo, pero nadie lo hizo. Latimer nos dice que el primer día
que predicó sobre restitución, fue a verle una persona dándole una cierta
cantidad para restituir; y así ocurrió en otros días.
«Mr. Bradford, oyendo a Latimer sobre este tema, se arrepintió por una
nota exactoria que había hecho sin el conocimiento de su señor, y no pudo estar
tranquilo hasta que, aconsejado por Mr. Latimer, hizo i restitución, y para
hacerla de buena gana renunció a l cierto patrimonio privado que tenía en la
tierra. "Yo mismo" dice Mr. Barroughs, "conocí a un hombre que
había defraudado a otro por valor de cinco chelines, y cincuenta años después
no pudo estar tranquilo hasta que los restauró"."
El verdadero arrepentimiento requiere restitución
Si hay verdadero
arrepentimiento dará fruto. Si hemos defraudado a alguno,-nunca deberíamos
pedir perdón hasta que estemos dispuestos a hacer restitución. Si he hecho a
alguien alguna injusticia grande y no puedo repararla, no tengo por qué pedir
perdón a Dios hasta que he hecho restitución. Recuerdo que predicaba en una
ciudad del Este, cuando se me acercó un caballero que estaba muy afligido.
-«El hecho es que soy un
desfalcador» -me dijo, «he quitado dinero a la compañía para la que trabajo.
¿De qué forma puedo hacerme cristiano sin restaurar el dinero?».
-«¿Tiene suficiente para
hacerlo?».
Me dijo que no lo tenía
todo. Había quitado 1.500 dólares, y tenía todavía 900. Me preguntó:
-«No podría usar este
dinero para emprender un negocio, y hacer restitución y pagarles luego?».
Le contesté que esto era
un engaño de Satán, y que no podía pensar en prosperar con dinero robado; que
debía restaurar todo lo que tenía, que tenía que ir a ver a sus jefes y
pedirles perdón.
-«Pero me pondrán en la
cárcel» -replicó- «¿Puede usted ayudarme?».
-«No; usted debe
restaurar el dinero antes de poder esperar ninguna ayuda de Dios.»
-«Es un poco difícil» -me
contestó.
-«Sí, es difícil; pero la
gran equivocación fue el quitarlo .»
Su carga se hizo tan
pesada que al fin no lo pudo soportar. Me entregó lo que tenía, 950 dólares y
algunos céntimos, y me pidió que lo restaurara a sus jefes. Yo les conté la
historia, y les dije que el hombre esperaba misericordia, no justicia. Las
lágrimas cayeron de los ojos de aquellos dos hombres y contestaron:
-«Le perdonamos, sí, le
perdonamos de muy buen grado».
Yo bajé las escaleras y
fui a buscarlo. Después que hubo confesado su culpa y fue perdonado, todos nos
arrodillamos y celebramos una reunión de oración. Dios estaba allí y nos
bendijo.
Otro amigo mío se había
hecho cristiano y trataba de consagrarse, él y su riqueza, a Dios.
Anteriormente había hecho transacciones con el gobierno y se había aprovechado
¡legalmente. Esto acudió a su memoria, y su conciencia le turbaba. Tuvo una
lucha terrible; su conciencia insistía. Al fin hizo un cheque por 1.500 dólares
y lo envió a la tesorería del gobierno. Me dijo que había recibido mucha bendición
después de haberlo hecho. Éstos fueron los frutos del arrepentimiento. Creo
que muchos están pidiendo luz a Dios; y no la reciben debido a su falta de
honradez.
Un individuo vino a una
de nuestras reuniones en que se tocó este tema. Esto le trajo a la memoria el
recuerdo de una transacción fraudulenta. Vio al instante por qué sus oraciones
no eran contestadas, y «volvió en sí» como dice la Escritura. Dejó la
reunión, tomó el tren v se dirigió a una ciudad distante, donde había
defraudado a su patrón hacía años. Fue a verle, le confesó su delito y le
ofreció restituirlo. Luego se acordó de otra en que se había quedado corto en
los tratos que habían estipulado, e hizo arreglos para pagar lo que faltaba.
Regresó a su lugar, en donde celebrábamos las reuniones, y Dios bendijo su alma
en una abundancia... como pocas veces he visto.
Hace algunos años, en el
norte de Inglaterra, vino a verme después de una reunión una mujer que parecía
muy ansiosa respecto a su alma. Durante un tiempo parecía que no podía obtener
paz. La verdad era que estaba encubriendo una cosa que no quería confesar. Al
fin la carga fue tan grande que le dijo a uno de mis colaboradores:
-«Cada vez que me arrodillo para orar me acuerdo de unas botellas de
vino que hurté de un antiguo patrón mío».
Mi colaborador le contestó:
-«¿Por qué no las restituye?»
La mujer contestó que el hombre había muerto y que, además, no tenía
idea de lo que valían.
-«¿No hay herederos a quienes restituirlo?»
Ella respondió que había un hijo que vivía a cierta distancia; pero
que pensaba que hacerlo sería muy humillante, y que por ello lo había ido
demorando. Al fin tomó la decisión de devolverlo y dejar limpia su conciencia,
por lo que tomó el tren y se fue al lugar en que vivía el hijo de su antiguo
patrón. Se había llevado cinco libras esterlinas, cantidad que suponía sería
bastante. El hombre le dijo que no quería el dinero, pero ella insistió:
-«No lo quiero yo tampoco, pues me quema en el bolsillo».
Finalmente el hombre aceptó la mitad y lo entregó a una institución
benéfica. Ella regresó al fin, contenta como pocas personas he visto. Me dijo
que no sabía lo que le pasaba de la alegría y bendición que había recibido en
su alma.
Es posible que haya algo en nuestras vidas que necesite ser
enderezado; algo que ocurrió hace quizá veinte años, que ha sido olvidado,
hasta que el Espíritu de Dios nos lo recuerda. Si no estás dispuesto a hacer
restitución no puedes esperar a que Dios te bendiga. Quizás ésta es la razón
por la que muchas de tus oraciones no reciban respuesta.
Limpieza perfecta
¡El que quiera ver su alma limpia de
pecado
debe presentar ante el altar de Dios
toda su vida, su gozos y sus lágrimas,
su esperanza, su amor, poder y años,
su
voluntad y todo cuanto tiene!
Ha de hacer un entero sacrificio
ponerse del lado de Dios completamente,
arrostrar reproches y vergüenza
por aquel que compró su redención;
y luego confiar, y confiando esperar,
sin albergar más dudas, sino orando
Que a su debido tiempo escuchará:
«Tu fe te salva, entra ya en mi gozo».
El gran momento es aquel en que el alma
es
puesta finalmente en el altar; cuando el orgullo es sacrificado,
y con Cristo, el Señor, crucificado. Y
cuando nos sentimos impotentes
y
nos rendimos, entonces El nos toca con su mano y nos sana,
y pone el sello de su Espíritu con que
nos santifica.
A. T. Allis
Capítulo5
Acción de gracias
A continuación hablaremos
de otro elemento de la oración que es la acción de gracias. Tendríamos que
estar más agradecidos a Dios por lo que nos concede. Quizá algunas de vosotras,
madres, tenéis un hijo en la familia que se está quejando constantemente, nunca
está contento. Sabéis bien que no produce mucho placer que un hijo haga una
cosa así. O si dais limosna a un pobre que siempre está refunfuñando, y nunca
agradece lo que se la da, es posible que al final le cerréis la puerta. La
ingratitud es una de las cosas más difíciles de tolerar. El gran poeta inglés
dice:
Sigue soplando viento del norte,
No eres tan desapacible
Como la ingratitud del hombre;
Ni aun muerdes tan a lo vivo Puesto que
no se te ve
Aunque tu aliento es tan rudo.
No es posible hablar con
bastante claridad y llaneza de este mal, que deshonra a todos los que de él
son culpables. Hasta se encuentra con demasiada frecuencia entre los
cristianos. Aquí estamos, recibiendo bendiciones de Dios día tras día; con
todo, ¡cuan poca alabanza y agradecimiento hay en la Iglesia de Dios!
GurnaL en su libro La Armadura del Cristianismo, refiriéndose a las palabras «Dando gracias a Dios por todo», dice: «La
alabanza es apropiada para el justo.
Un santo no agradecido es
una contradicción. El mal y el desagradecimiento son hermanos gemelos, que
viven y mueren juntos; cuando alguien deja de ser malo, empieza a ser
agradecido. Es lo que Dios espera de tus manos; Él te hizo para este fin.
Cuando se decidió en el cielo que existieras -¡sí, feliz existir en Cristo!-
fue para esto, para que fueras un nombre y alabanza para Él en la tierra y en
el tiempo, y luego
ken el cielo por la eternidad. Si Dios no recibe esto,
[dejaría de cumplirse una parte principal de sus designios. ¿Qué es lo que
hace toda bendición, sino proporcionarte material para que compongas un
cántico en alabanza suya? "Son míos, hijos míos que no van a mentir; por
ello fue su Salvador".
»É1 espera un trato justo de tus manos. ¿A quién confía
un padre su reputación sino a su hijo? ¿De dónde puede un príncipe esperar
honor si no de sus favoritos? Tu estado es tal que la menor merced que recibes
es mayor que los mundos. ¡Tú, cristiano, y tus pocos hermanos os dividís el
cielo y la tierra entre vosotros! ¿Qué ha dejado de entregarte Dios? Sol, luna
estrellas han sido encendidas para darte luz; el mary la tierra te ofrecen
tesoros para tu uso; los otros son ocupantes furtivos; vosotros sois los
legítimos herederos; ellos los usan sin derecho. Los ángeles, buenos y malos, están a vuestro
servicio; los malos, contra su voluntad, cuando os tientan se ven forzados a
abrillantar vuestras gracias frotándolas, y contribuyen a vuestro mayor
bienestar; los ángeles buenos sirven a vuestro Padre celestial, y no desdeñan
llevaros en sus brazos. Vuestro Dios no se retira de vosotros; Él es vuestra
porción: Padre, Esposo, Amigo. Dios es su propia felicidad y os admite a
vosotros a que gocéis de El. ¡Oh, qué gran honor para un subdito el beber "de la copa de su príncipe! "Los harás beber del río de tus placeres". Todo esto no lo habéis conseguido con Vuestro sudor y
sangre; el festín lo paga Otro, aunque espera que deis las gracias al Fundador.
Bajo el Evangelio no se imponen ofrendas por el pecado; todo lo que se espera
son ofrendas de agradecimiento».
Charnok, al hablar de la
adoración espiritual afirma: «La alabanza a Dios es el sacrificio y adoración
escogida bajo la dispensación de la gracia redentora. Ésta es la parte
principal y eterna de la adoración bajo Id Evangelio. El salmista, hablando de los tiempos del
'. Evangelio, nos estimula a esta clase de adoración: "Cantad al Señor un
nuevo cántico; que los hijos de ¡Sion celebren gozosos a su Rey; que los santos
se regocijen en gloria; que canten en sus camas; que den alabanzas a Dios en su
boca".
»E1 Salmo 150 empieza
cada línea con "Alabadle!". Es imposible pensar en un culto
espiritual y evangélico que no contenga la alabanza a Dios en el corazón. La
consideración de las adorables perfecciones de Dios que descubrimos en el
Evangelio nos hace acudir a Él con mayor solemnidad, pedirle bendiciones con
mayor confianza, volar a Él en alas de la fe y del amor, glorificarle más
espiritualmente».
La alabanza va unida con la
Oración
Hay mi.chp más en la biblia sobre la alabanza que sobre la
oración; sin embargo, ¡cuan pocas reuniones de alabanza hay en ella! David en
sus Salmos siempre une la alabanza con la oración. Salomón ofreció oración a
Dios en la dedicacion del templo: pero fue la voz de la alabanza la que llenó
el templo: porque leemos: «Y cuando los sacerdotes salieron del santuario
(porque todos los sacerdotes que se hallaron habían sido santificados, sin
guardar orden de clases; y los levitas cantores, todos los de Asaf, los de Hemán
y los de Jedutun, juntamente con sus hijos y sus hermanos, vestidos de lino
fino, estaban con címbalos y salterios y arpas al oriente del altar; y con
ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban trompetas), cuando hacían resonar,
pues, las trompetas, y cantaban todos a una para alabar y dar gracias a
Jehová, y a medida que alzaban la voz con trompetas y címbalos y otros
instrumentos de música, y alababan a Jehová, diciendo: "Porque El es
bueno, porque su misericordia es para siempre"; entonces la casa se llenó
de una nube, la casa de Jehová. Y no podían los sacerdotes estar allí para
ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la
casa de Dios» (2 Crónicas 5:11-14).
Leemos también, de
Josafat, que ganó la victoria sobre los hijos de Amon y Moab mediante la
alabanza, estimulada por la fe y el agradecimiento a Dios.
«Y el día siguiente se
levantaron temprano y salieron al desierto de Tecoa Y mientras ellos salían,
Josafat, puesto en pie, dijo: "Oídme, Judá y moradores de Jerusalén. Creed
en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis
prosperados". Y habido consejo con el pueblo, puso a algunos que cantasen
y alabasen a Jehová, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la gente
armada, y que dijesen: "Glorificad a Jehová, porque su misericordia es
para siempre". Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová
se puso contra los hijos de Amón, de Moab y del monte de Seir, las emboscadas
de ellos mismos que venían contra Judá, y se mataron los unos a los otros» (2
Crónicas 20:20-22).
Se dice que en un período
de gran abatimiento entre los primeros colonos de Nueva Inglaterra, en los
Estados Unidos, se hizo la proposición en una de sus asambleas públicas de
proclamar un ayuno. Un viejo labrador se levantó; les dijo que estaban
provocando al cielo con sus quejas, y pasó revista a lo que poseían, y les
mostró que tenían mucho de qué estar agradecidos, y propuso que en vez de
designar un día de ayuno debían designar un día de agradecimiento. Se hizo así,
y esta costumbre se continúa en el país hasta nuestros días.
Por grandes que sean
nuestras dificultades, o por penosas que sean nuestras aflicciones, siempre
"hay lugar para el agradecimiento. Thomas Adams ha dicho: «Pon en el arco
de tu memoria no solo el cazo con maná, el pan de vida; pon también la vara de
Aarón, el mismo azote de corrección, con el que has sido disciplinado y
mejorado».
«Bendito sea el Señor, no
solo cuando da, sino también cuando quita» -decía Job-. Dios que ve que no es
un sendero de rosas el que lleva al cielo, pone a sus hijos por un camino de
disciplina; y con el fuego de la corrección limpia la herrumbre de la
corrupción. Dios envía la dificultad, luego nos manda que le invoquemos a Él;
nos promete su liberación; finalmente, todo lo que nos requiere es que le
glorifiquemos. ¿«Llámame en el día de la angustia; y Yo te libraré, y tú me
glorificarás.»
Como el ruiseñor, podemos
cantar cuando es de noche, y decir con John Newton
Como todo cuanto me acontece
Es solo para mi bien,
Lo amargo me es dulce,
Lo acerbo alimento;
Dolor de momento
Pero pronto cesa,
Y entonces, alegre,
Canto su victoria.
Entre todos los apóstoles
ninguno sufrió tanto como Pablo; pero no vemos que ninguno de ellos dé gracias
tan frecuentemente como él. Tomad la epístola a los Filipenses. Recordad lo que
sufrió en Filipos; cómo le azotaron y le echaron en la cárcel. Con todo, cada
capítulo de esta carta rebosa acción de gracias y regocijo. Hay en ella este conocido
pasaje: «Por nada os inquietéis, sino que sean presentadas vuestras peticiones
delante de Dios mediante oración y ruego con acción de gracias» (Filipenses
4:6). Hay aquí tres preciosas ideas: «No os inquietéis por nada», «orad por
todo», y «agradecedlo todo». Siempre conseguimos más cuando somos agradecidos
por lo que Dios ha hecho por nosotros. Pablo dice de nuevo: «Damos gracias al
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por vosotros»
(Colosenses 1:3). De modo que le estamos dando gracias constantemente. Podemos
leer cualquiera de sus epístolas, y hallaréis que están llenas de alabanza a
Dios.
Incluso si no hubiera
otro motivo para el agradecimiento, sería siempre una causa suficiente y abundante
para ello el que Jesucristo nos haya amado y se entregara por nosotros. Un
labrador estaba una vez arrodillado ante la tumba de un soldado cerca de
Nashville. Alguien se acercó y le dijo:
-«Por qué estás con tanta
atención ante esta tumba? ¿Hay un hijo tuyo enterrado aquí?».
-«No» -contestó-,
«durante la guerra todos mis familiares estaban enfermos y no sabía cómo podría
dejarlos cuando me llamaran para incorporarme a filas. Uno de mis vecinos vino
y me dijo: "Iré en tu lugar; yo no tengo familia". Fue y cayó herido
en Chickamauga. Fue llevado al hospital y murió allí. He venido todas estas millas
para poder escribir en su tumba estas palabras: "Murió por mí"».
Y esto es lo que el
creyente puede decir siempre de su bendito Salvador, y puede muy bien
regocijarse: «Así que ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de
alabanza, fruto de labios que confiesan su nombre» (Hebreos 13:15).
La alabanza a Dios
Habla labio mio y proclama siempre
Alabanza a Dios.
Lengua no vaciles en tonos alegres alaba y no
ceses.
Hablad mar y tierra, estrellas del cielo,
por lejos que estéis.
Resonad la nota y que reverbere por la
creación.
Hablad también cielos donde se halla Dios
en su santo trono.
¡Angeles hablad! Proclamad, cantad alabad
su nombre.
¡Habla hijo del polvo! Pues tomó tu carne
Y el cielo dejó.
¡Habla hijo de muerte! Tu muerte Él murió
¡Bendice al Señor!
H. Bonar
Capítulo 6
Perdón
Lo siguiente es quizá la parte más difícil de todas: el perdón. Creo
que esto es lo que impide a muchas personas que puedan recibir el poder de
Dios, más que cualquier otra cosa: el que no estén dispuestos a cultivar el
espíritu de perdón. Si dejamos que la raíz de amargura contra alguno siga
penetrando en nuestro corazón, nuestra oración no puede recibir respuesta.
Puede que no sea fácil vivir en dulce compañía con todos aquellos con quienes
nos ponemos en contacto; pero es para esto que recibimos la gracia de Dios.
La oración del Padrenuestro es una prueba de nuestra filiación; si
podemos decirla de todo corazón tenemos buenas razones para creer que hemos
nacido de Dios. Nadie puede llamar a Dios Padre si no es por el Espíritu.
Aunque esta oración ha sido una gran bendición para el mundo, creo que ha sido
una piedra de tropiezo también, porque muchos han tropezado en ella para perdición.
No sopesan su significado, no toman sus hechos directamente en su corazón. Yo
no simpatizo con la idea de la filiación universal: que todos somos hijos de
Dios. La Biblia
nos enseña claramente que somos adoptados por la familia de Dios. Si todos fuéramos
hijos de Dios no necesitaríamos ser adoptados.
Todos hemos sido creados por Dios; pero cuando la gente enseña que
todos podemos decir «Padre nuestro que estás en los cielos», tanto si somos
nacidos de Dios como si no, hacemos algo contrario a las Escrituras. «A los
que son guiados por el Espíritu de Dios, los hizo hijos de
Dios.» La filiación en la familia es el privilegio del creyente. «En esto se
manifiestan los hijos de Dios y los hijos del diablo», dice 1 Juan 3:10. Si estamos
haciendo la voluntad de Dios, esto es señal.de que hemos nacido de Dios. Si no
tenemos deseos de hacer esta voluntad, ¿cómo podemos llamar a Dios «Nuestro
Padre»?
Otra cosa. No podemos
orar realmente por la venida del reino de Dios a menos que etemos en el. Si
pidiéramos que viniera el reino de Dios mientras estamos en rebeldía contra Él
estamos procurando nuestra propia condenación Ningún hombre sin regenerar
quiere hacer realmeptp la voluntad de Dios en la tierra. Podríamos escribir a
la puerta de la casa de todos los no salvos y sobre sus lugares de negocio: «La
voluntad de Dios no se hace aquí».
Si las naciones dijeran
de veras esta oración, los ejércitos se podrían desbandan Dicen que hay millones
y millones de hombres en los ejércitos de Europa solamente. Pero estos hombres
no quieren que se haga la voluntad de Dios sobre la tierra como se hace en el
cielo: éste es realmente el problema.
Vayamos ahora a la parte
sobre la que quiero insistir: «Perdónanos nuestras deudas como nosotros
perdonamos a nuestros deudores». Ésta es la única parte de la oración que
Cristo explicó.
«Porque si perdonáis a
los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre
celestial, pero si no perdonáis a los hombres sus ofensas tampoco vuestro
Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6:14, 15).
Notemos que cuando
entramos por la puerta del reino de Dios, cruzamos la puerta del perdón. Nunca
conocí a nadie que consiguiera una bendición para su alma que no estuviera
dispuesto a perdonar a los otros. Si no queremos perdonar, Dios no nos perdona
tampoco. No conozco cómo se podría decir esto másclaro que con las mismas
palabras del Señor. Creo firmemente que una gran parte de las oraciones que no
son contestadas, no lo son porque los que las pronuncian no perdonan a
alguien. Vuelve tu mente al pasado, por el círculo de tus amigos y conocidos. ;Hav
algunos rontra quienes guardas algún rencor? ¿Hay alguna raíz de amargura
contra alguien que te haya injuriado? Es posible que durante meses y años hayas
mantenido un espíritu de falta de perdón; ¿cómo puedes pedir a Dios que Él te
perdone? Si no estoy dispuesto a perdonar a alguno que ha cometido una sola
ofensa contra mí, ¡qué cosa tan mezquina y ruin es que yo pida a Dios que me
perdone a mí los diez mil pecados de que soy culpable!
Pero Cristo va incluso
más allá. Dice: «Por tanto, si estás presentando tu ofrenda sobre el altar, y
allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda
dentro del altar, y anda, reconcilíate primero con tu hermano, y entonces ven y
presenta tu ofrenda» (Mateo 5:23, 24).
Es posible que digas: «No
sé que tenga nada contra nadie». ¿Tiene alguien algo contra ti? ¿Hav alguien
que piensa que le has faltado en algo? Es posible que tú no lo hayas hecho,
pero él lo cree. De mí puedo decir que, si fuera así, antes de ir a dormir esta
noche iría y dejaría el asunto resuelto. Si lo hacéis así veréis que seréis
bendecidos en gran manera por el mismo hecho de hacerlo.
Supongamos que tienes
razón y el otro está equivocado; tú has ganado a tu hermano o hermana. ¡Que
Dios arranque de nuestros corazones todo espíritu no perdonador!.
Un caballero vino a verme
hace un tiempo y quiso que yo hablara a su esposa sobre su alma. Esta señora me
pareció ansiosa en extremo, y me dio la impresión de que no sería difícil
conducirla a la luz; pero cuanto más hablaba con ella más oscuras se hacían las
tinieblas. Fui a verla el día siguiente y aún la encontré en una mayor
oscuridad del alma. Creí que tenía que haber algo que no había descubierto, y
le pedí que repitiera conmigo la oración del Padrenuestro. Creí que si podía
decir esta oración de todo corazón el Señor le daría paz. Empezó a repetir
frase tras frase, hasta que llegamos a la petición: «Perdónanos nuestras
deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Aquí se paró. Lo repetí
por segunda vez, esperando que lo diría después de mí; pero no dijo nada.
-«Qué pasa?» -Me contestó
entonces:
-«Hay una mujer a la que
nunca perdonaré.»
-«Oh!», dije, «ya tengo
su dificultad; es inútil que sigamos orando pues sus oraciones no llegarán más
arriba de mi cabeza. Dios dice que no nos perdonará a menos que nosotros
perdonemos a los demás. Si usted no perdona a esta mujer, Dios no la perdonará
a usted. Este es el decreto del cielo».
Ella me contestó:
-«¿Quiere usted decir que
no puedo ser perdonada hasta que la haya perdonada yo a ella?»
-«No, no, esto no lo dije
yo, lo dijo el Señor que tiene más autoridad.»
Entonces ella dijo:
-«Pues nunca voy a ser
perdonada».
Me marché sin haber
causado mucha impresión en ella. Al cabo de unos años oí que esta mujer se
hallaba en un sanatorio mental. Creo que el espíritu que le impedía perdonar la
había llevado hasta allí.
El perdón trae gozo
Si hay alguien que tiene
algo contra ti, ve al instante y reconcilíate con él. Si tú tienes algo contra
alguien, escríbele una nota, dile que le perdonas, y saca esto de tu
conciencia. Recuerdo que hace unos años estaba en una sala para penitentes en
la iglesia; yo estaba en un rincón de la sala, hablando con una joven. Parecía
que algo se interponía en su camino, pero no podía hallar lo que era. Al fin
dije:
-«Hay alguien a quien
usted no perdona?»
Ella me miró y me dijo:
-«Por qué lo pregunta?
¿Se lo ha dicho alguien?»
-«No» -le respondí-,
«pero pensé que quizá podría darse este caso, pues usted misma no ha recibido
el perdón».
-«Bien», -me dijo,
indicando otro rincón de la misma sala donde había otra joven sentada.
-«He tenido problemas con
aquella señorita; y hace mucho tiempo que no nos hablamos.»
-«Oh!», -le contesté-,
«ahora todo está claro para mí; usted no puede ser perdonada hasta que quiera
perdonarla a ella».
Hubo una gran lucha. Pero
cuanto mayor es la cruz mayor es la bendición. Errar es humano, pero el
perdonar nos asemeja a Cristo y nos permite alcanzar el perdón. Al fin la joven
me dijo:
-«Iré y la perdonaré».
Es extraño, pero el mismo
conflicto tenía lugar en la mente de la otra joven, al otro lado de la
habitación. Las dos se levantaron al mismo tiempo y se encontraron a mitad de
la sala. La una trató de decir a la otra que la perdonaba, pero no pudieron
terminar; se lanzaron la una a los brazos de la otra. Y luego, los cuatro,
ellas y los que trabajábamos con ellas, nos arrodillamos y celebramos una
reunión de oración. Las dos se fueron por su camino gozosas.
Querido amigo, ¿es ésta
la razón por la que tus oraciones no son contestadas? ¿Hay algún amigo, algún
miembro de tu familia, alguien en la misma iglesia al cual no perdonas? Algunas
veces oímos de miembros de la misma iglesia que no se hablan desde hace años.
¿Cómo podemos esperar que Dios los perdone a ellos?.
Recuerdo que una vez Mr.
Sankey y yo visitamos una ciudad. Durante una semana estábamos golpeando el
aire: ningún resultado, no había poder en las reuniones. Al fin un día, yo dije
que quizás había alguien que mantenía un espíritu no perdonador. El presidente
de nuestro comité, que estaba sentado a mi lado, se levantó y se marchó de la
reunión, delante de todos. La saeta había dado en el blanco y éste era el
corazón del presidente del comité. Tenía problemas con alguien desde hacía unos
seis meses. Al salir había ido a buscar a aquel hombre y le había pedido que le
perdonara. Luego vino a verme con lágrimas en los ojos y me dijo: «Doy gracias
a Dios porque usted ha venido aquí». Aquella noche teníamos la sala de penitentes
llena. El presidente era uno de los mejores colaboradores en la obra que he
conocido y ha sido activo en el servicio cristiano desde entonces.
Hace años, la iglesia de
Inglaterra envió a un devoto misionero a Nueva Zelanda. Después de años de
trabajo y de fruto, estaba un domingo celebrando un servicio de comunión en un
distrito en que los convertidos habían sido salvajes no hacía mucho tiempo.
Cuando el misionero estaba dirigiendo el servicio, observó a un indígena que
estaba a punto de arrodillarse para tomar la comunión que, de repente, se
levantó y se fue apresuradamente al otro lado de la iglesia. Luego regresó y
con calma ocupó su lugar. Después del servicio el misionero le tomó aparte y le
preguntó cuál era el motivo de su extraña conducta. El hombre replicó: «¡Ah!,
estaba a punto de arrodillarme cuando reconocí al que estaba a mi lado como el
jefe de una tribu vecina, el cual había asesinado a mi padre y se había bebido
su sangre; y yo había jurado por todos los dioses que le mataría cuando tuviera
oportunidad. El impulso de vengarme casi me venció, y por ello me alejé, para
escapar de su poder. Mientras estaba en el otro lado de la sala consideré el
objeto de nuestra reunión, pensé en Jesús que había orado por los que le
mataban: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Y sentí
que yo podía perdonar al asesino de mi padre, y me arrodillé a su lado».
Como alguien ha dicho:
«Hay una clase de perdón muy fea en el mundo, una especie de puerco-espín del
perdón, que llena al otro de púas. Algunos agarran al que les ha ofendido, le
mantienen al alcance de su indignación, le abrasan con su ira y le dejan
marcada como un hierro candente su culpa; y cuando le han apabullado bastante,
entonces le perdonan».
El Padre de Federico el
Grande, en su lecho de muerte, fue aconsejado por M. Roloff, su consejero espiritual,
que tenía que perdonar a sus enemigos. Se quedó turbado y tras un momento de
pausa dijo a la reina: «Tú, Feekin, escríbele a tu hermano (el rey de
Inglaterra), después que yo haya muerto, y le dices que yo le he perdonado y he
muerto en paz con él».
«Sería mejor», sugirió
suavemente M. Roloff, «que su majestad le escribiera al instante».
«No», respondió
secamente, «escribidle cuando yo esté muerto. Esto será más seguro».
Otra historia nos dice de
un hombre que, suponiendo que iba a morir, expresó su perdón hacia otro que le
había injuriado, pero añadió: «Ahora bien, si me recobro, todo queda como
antes».
Amigos míos, esto no es
perdón. El perdón incluye . el olvido de la ofensa, el ponerlo fuera del
alcance del corazón y del recuerdo.
Como dice Matthew Henry:
«No perdonamos a nuestro hermano que nos ha ofendido de.modo correcto ni
aceptable si no le perdonamos de corazóp, porque es esto lo que Dios mira. No
se puede albergar malicia, ni mala voluntad contra nadie; ni hacer planes de revancha, ni desearla, como hav en muchos que
exteriormente parecen pacíficos y reconciliados. Hemos de desear y buscar de
todo corazón el bien-estar de aquellos que nos han ofendido».
Dios perdona y olvida
Si el perdón de Dios
fuera como el que nosotros mostramos a menudo, tendría muy poco valor. Supongamos
que Dios dijera: «Te perdono, pero no lo olvido; por toda la eternidad te lo
iré recordando», no consideraríamos haber sido perdonados en absoluto. Notemos
lo que dice Dios: «No recordaré más tu pecado».
En Ezequiel 18:22 promete
que ninguno de nuestros pecados volverá a ser mencionado; ¿no es esto propio de
Dios? A mí me gusta predicar este perdón, la dulce verdad que el perdón ha sido
borrado por toda la eternidad, que nunca más volverá a ser mencionado. En otra
parte de la Escritura
leemos: «No recordaré más sus pecados e iniquidades». Luego, cuando llegamos al
capítulo once de Hebreos, y leemos la lista de honor de Dios, encontramos que
no se mencionan los pecados de ninguno de aquellos hombres de fe: de Abraham se
habla como de un hombre de fe, pero no se nos dice cómo trató a su esposa en Egipto;
todo ha sido perdonado. Moisés no pudo entrar en la Tierra de Promisión por su
impaciencia, pero esto no se menciona en el Nuevo Testamento, aunque su nombre aparece en el cuadro de honor del apóstol. Sansón es nombrado
también, pero sus pecados no le son echados en cara. Incluso se habla del «justo
Lot» -que no parece muy justo en el relato del
Antiguo Testamento, pero ha sido perdonado y considerado como justo. Si somos perdonados por Dios
no se nos vuelven a recordar nuestros pecados, Éste es el decreto eterno de Dios.
Antiguo Testamento, pero ha sido perdonado y considerado como justo. Si somos perdonados por Dios
no se nos vuelven a recordar nuestros pecados, Éste es el decreto eterno de Dios.
Brooks dice del perdón de
Dios concedido a su pueblo: ¿Cuando Dios perdona, lo limpia del todo; de modo
que si se buscara el pecado no se podría encon-Itrar, como dice el profeta Jeremías: «En aquellos días, y
en aquel tiempo, dice el Señor, será buscada la iniquidad de Israel, pero no
habrá ninguna; y los pecados de Judá, y no podrán ser hallados; porque Yo
perdonaré a los que he puesto aparte».
Como David, cuando vio en
Mefibóset los rasgos de su amigo Jonatán no notó su cojera ni otro defecto
alguno o deformidad, también Dios, contemplando en su pueblo la gloriosa imagen
de su Hijo no hará caso de sus faltas y deformidades, lo que hizo decir a
Lutero: «Haz de mí lo que quieras, puesto que has perdonado mi pecado». Y ¿en
qué consiste el perdonar el pecado sino en no mencionarlo?
Leemos en el Evangelio de
Mateo: «Y si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele a solas tú con él; Si te escucha, has ganado a tu hermano» (18:5). Y luego, más adelante, vemos que
Pedro va a Jesús y le dice: «Cuántas
veces he de perdonar a mi hermano que pecare
contra mí? ¿Siete veces?». Jesús le replicó: «No te digo siete veces, sino
setenta veces siete». Pedro no parecía pensar que él mismo estaba a punto de caer en pecado; su pregunta fue: «¿Cuántas
veces he de perdonar el pecado?». Pero pronto leemos que el mismo Pedro cayó.
Podemos imaginar que, cuando cayó, le fue dulce recordar lo que Jesús le había
dicho de perdonar setenta veces siete. La voz del pecado es recia pero la voz del perdón lo es más.
Entremos en la
experiencia de David cuando dijo: «Bienaventurado aquel a quien es perdonada su transgresión y cubierto su
pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no imputa iniquidad, y en cuyo espíritu no hay doblez.
Mientras callé, se consumieron mis huesos en gemir de todo el día. Porque de
día y de noche pesaba sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de
estío. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: «Confesaré mis
transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmo
32:1-5).
David mira en todas
direcciones, hacia atrás, adelante, arriba y abajo; al pasado, al presente y
al futuro, y sabe que todo está bien. Tomemos la decisión de no descansar sobre
este asunto del pecado hasta que esté saldado del todo, de modo que podamos
mirar hacia arriba e invocar a Dios como nuestro Padre que perdona. Perdonemos
nosotros a los demás, para poder reclamar el perdón de Dios, recordando las
palabras del Señor Jesucristo que dijo: «Porque si perdonáis a los hombres sus
ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no
perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas» (Mateo 6:14, 15).
Perdón
¡Qué gozo siento ahora, mis pecados han
sido
perdonados! ¡Ahora puedo creer y creo!
Doy cuanto tengo, cuanto soy y seré a mi
precioso Salvador;
Él me despertó de mi mortal sopor;
El dispersó las nubes de mi alma;
Él me susurró paz, y me atrajo hacia Él,
El pasó a ser mi principal deleite.
Antes el niño olvidara a su madre, O el
esposo afrentará a la esposa el día de su boda.
Fiel a Él y sólo a El seré. A Él me
aferró.
Jesús, querido oye mi confesión;
Débil yo soy, toda mi fuerza es tuya.
¡En tus brazos me acojo, y socorro hallo,
Y dejo en tu seno mi alma reclinar!
A. Midlane
Capítulo 7
Lo siguiente que
necesitamos, si queremos que nuestras oraciones sean contestadas, es: unidad.
Si no nos amamos unos a otros, sin
duda no tendremos mucho poder con Dios en oración. Una de las cosas más tristes
en los días presentes es la división deja Iglesia de Dios. Notamos que cuando
el poder de Dios vino sobre la iglesia primitiva fue cuando estaban de común
acuerdo. Creo que la bendición de Pentecostés no habría sido concedida de no
haber sido por el espíritu de unidad. Si hubieran estado divididos, altercando
entre sí, ¿es posible creer que el Espíritu Santo hubiera venido y que se
hubieran convertido las personas a miles? He notado en nuestra obra que si
vamos a una ciudad en que hay tres iglesias que se han unido tenemos mucha más
bendición que si hay tres iglesias pero solo una simpatiza con las reuniones de
avivamiento. Y si hay doce iglesias unidas, la bendición se multiplica por
cuatro; siempre ha sido en proporción al espíritu de unidad que se ha manifestado.
Donde hay rencillas y divisiones, y donde hay ausencia del espíritu de unidad,
allí hay muy poca bendición y alabanza.
El doctor Guthrie da esta ilustración del hecho: «Separa los átomos que constituyen el
martillo, y cada uno puede caer sobre la piedra como un copo de nieve; pero
cuando están unidos, y manejados por la forzuda mano del obrero en cantera, sus
golpes séparan las piedras. Dividid las aguas del Niágara en gotas'. separadas
e individuales y parecerá lluvia, pero unidas en masa tienen una fuerza
imponente, podrían apagar un volcán».
La historia nos cuenta
que estando los romanos y los albanos en guerra decidieron que harían depender
la victoria final de esta guerra de un combate que tendría lugar entre soldados
de ambos bandos: dos grupos de tres hermanos cada uno, los hijos de Curacio y
los de Horacio. En el combate los curados fueron heridos los tres, pero
consiguieron matar a dos de los horacios. Viendo el tercer horacio, ileso, que
no podía luchar contra los tres, aunque estuvieran heridos, echó a correr,
escapándose. Perseguido por los curacios, cuando vio que uno de ellos, aunque
herido, se había destacado de los demás en la persecución, se volvió y sin
dificultad lo mató. Echó a correr otra vez, y con la misma estratagema eliminó
al segundo curacio. Luego le fue fácil terminar con el tercero. Esta es la
astucia del diablo que nos separa para podernos destruir fácilmente.
Tendríamos que aguantar
mucho y sacrificarnos mucho antes de permitir que la discordia y la división
prevalecieran en nuestros corazones. Martin Lutero cuenta lo siguiente:
«Supongamos dos cabras que se
encontraran frente a frente en medio de un puente estrecho que uniera un
torrente impetuoso, ¿como se ¿comportarían? Ninguna de las dos querría
retroceder ni dejar pasar a la otra, suponiendo que el puente fuera estrecho;
lo más probable es que se embistieran i y las dos fueran a parar al agua y se
ahogaran. La naturaleza, sin embargo, nos enseña que si la una se tendiera en
el suelo y dejara pasar a la otra, las dos saldrían sin daño, sanas. La gente
ganaría también, muchas veces, si dejara que los otros pasaran por encima de
ellos en vez de enzarzarse en debates y discordias».
Cawdray dice: «Así como
en la música, si la armonía de los tonos no es completa es ofensiva para el oído
cultivado; cuando los cristianos están en desacuerdo, no son aceptables a
Dios».
Hay diversidades de
dones, según se nos enseña claramente, mas el Espíritu es solamente uno. Si
todos hemos sido redimidos por la misma sangre, tendríamos que ver las cosas
espirituales al unísono. Pablo escribe: «Hay diversidad de dones, pero el
Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el
mismo» (1 Corintios 12:4, 5).
Donde hay unión no creo
que ningún poder de la tierra o del infierno pueda sostenerse ante la obra.
Cuando la iglesia, el pulpito y los bancos están los
tres unidos, o sea, que el pueblo de Dios es de un mismo parecer, el
Cristianismo es como una bola de fuego rodando sobre la tierra, y todas las
huestes de la muerte y del infierno no pueden prevalecer contra ella. Creo que
si fuera así, los hombres acudirían en manadas al Reino, cientos y miles. «En
esto», dice Cristo, «conocerán los hombres que sois mis discípulos, si os
amáis unos a otros». Si tenemos amor los unos a los otros y oramos unos por
otros, triunfaremos. Dios no nos va a dejar decepcionados.
No puede haber una
separación o división real en la verdadera Iglesia de Cristo; todos son
redimidos por un precio, y revestidos por un Espíritu. Si pertenezco a la
familia de Dios, he sido comprado por la misma sangre aunque no pertenezca a la
misma denominación. Lo que queremos es terminar con estas desgraciadas
murallas de sectarismo. Nuestra debilidad han sido nuestras divisiones; y lo
que necesitamos es que no haya cismas o divisiones entre los que aman al Señor
Jesucristo.
En la Primera Epístola
a los Corintios leemos los primeros síntomas del sectarismo que penetran en la
iglesia primitiva:
«Os exhorto, hermanos,
por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que habléis todos una misma cosa,
y que no haya entre
vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y
en un mismo parecer. Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos
míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Me refiero a que cada
uno de vosotros dice: «Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de
Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en
el nombre de Pablo?» (1 Corintios 1:10-13).
Nótese cómo el uno dice:
«Yo soy de Pablo»; y otro: «Yo soy de Apolos»; y otro: «Yo soy de Cefas.» Apolos
era un joven orador, y el pueblo había sido arrebatado por su elocuencia.
Algunos decían que Cefas, o sea Pedro, era miembro de la línea apostólica
regular, porque había estado con Cristo, pero Pablo no. De modo que se
dividieron y Pablo escribió esta carta a fin de resolver la cuestión.
Jenkyn, en su comentario
a la Epístola
de Judas dice: «Los participantes de una "salvación común", que aquí
están de acuerdo en un camino hacia el cielo que esperan estar más tarde en un
cielo, deberían tener un solo corazón. Ésta es la inferencia del apóstol en
Efesios. ¡Qué penosa calamidad es que estén de acuerdo en una fe común pero se
conduzcan como enemigos comunes! ¡Que los cristianos vivan como si la fe
hubiera extirpado el amor! Esta fe común debería ceder y templar nuestros
espíritus en todas nuestras diferencias. Debería moderar nuestra mente, aunque
haya diferencias en nuestras relaciones terrenas. ¡Qué motivo tan poderoso fue
para José, en la concesión de su perdón, el que los ofensores fueran sus
hermanos y el que fueran todos ellos
siervos del Dios de sus padres! ¡Si nuestro propio aliento carece de fuerza
para apagar la vela de las rencillas, que la extinga por lo menos la sangre de
Cristo!».
Deplorando la división de la Iglesia
¡Qué estado de cosas más
extraño encontrarían Pablo, Cefas y Apolo si regresaran al mundo hoy. El
pequeño arbolito que echó raíces en Corinto se ha vuelto como el árbol de
Nabucodonosor, con ramas abundantes en las que anidan las aves de los cielos.
Supongamos que Pablo y Cefas regresaran hoy: oirían al punto hablar de
disidentes.
-«Un disidente!»
-exclamaría Pablo-, «¿qué es esto?»
-«Tenemos una iglesia
anglicana, y hay otros que disienten de esta iglesia.»
-«¡Ah, ya entiendo! Hay,
pues, dos clases de cristianos hoy, ¿no?»
-«¡No, no! Hay muchas más
divisiones, me sabe mal tener que confesarlo. Los disidentes están también
divididos entre sí. Hay metodistas, bautistas, presbiterianos, y otros más;
todos éstos están a su vez divididos .»
-«¿Es posible, dice
Pablo, que haya tantas divisiones?»
«Sí. La iglesia de
Inglaterra está también dividida entre sí. Hay varias ramas, la Amplia , la Alta , y la Baja y aún más. Luego tenemos
la iglesia luterana, Y en Rusia tenemos la iglesia griega y otras más.»
No sé de cierto lo que
que pensarían Pablo y Cefas, pero creo que si regresaran al mundo encontrarían
este estado de cosas asombroso. Es una de las cosas más humillantes de nuestros
días el ver a la familia de Dios tan dividida. Si amamos al Señor Jesucristo,
debería pesar en nuestros corazones el deseo de que Dios nos volviera a unir,
de modo que pudiéramos amarnos unos a otros y elevarnos por encima de los
sentimientos partidistas.
Al hacer reparaciones en
una iglesia, de uno de los barrios de Boston, se cubrió un versículo que había inscrito
en la pared detrás del pulpito. El primer domingo después de terminada la reparación, un niño de cinco
años murmuró a su madre: «Ya sé por qué Dios les dijo a los pintores que
taparan este versículo que había aquí. Fue porque la gente no se amaba». La inscripción
decía: «Un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros».
Un pastor de Boston dijo
que una vez había predicado sobre «Reconocimiento de los amigos en el futuro»
y, al terminar el servicio, un oyente le dijo que sería mucho mejor que hubiera
predicado sobre el reconocimiento de los amigos aquí, puesto que él hacía
veinte años que iba a aquella iglesia y todavía no conocía a ninguno de los
miembros.
Estuve predicando en un
pueblo hace tiempo, cuando una noche, al salir de una reunión, vi que de otro
edificio salía gente. Pregunté a un amigo:
-«Hay dos iglesias aquí?»
-«Oh, sí!»
-«Cómo os lleváis con
ellos?» -«Oh, muy bien!», -me contestó. -«Estoy contento de saberlo», le dije.
Entonces le pregunté:
-«¿Ha venido el otro
pastor a alguna de nuestras reuniones?»
-«Oh, no, esto no! No
tenemos nada que ver con ellos Hemos decidido que esto es lo mejor.»
Yo pensé: «¡Menos mal que
se llevan muy bien!». ¡Oh, si Dios nos uniera a todos de corazón y de parecer!
Que nuestros corazones fueran como gotas de agua unidas. La unidad entre el
pueblo de Dios es una especie de anticipo del cielo. Allí no habrá bautistas,
metodistas, congregacionalistas o episcopales; todos seremos uno en Cristo. Los
nombres de las denominaciones los dejaremos todos en la tierra. ¡Oh, si el
Espíritu de Dios derribara estas miserables paredes que nosotros hemos
edificado...!
¿Habéis notado que la ultima
oracion que Jesucristo hizo sobre la tierra, antes de ir al Calvario, fue para
pedir que sus discípulos fueran uno? Podía ver a lo largo del corredor del
tiempo, en el futuro, las divisiones que Satán introduciría en-el rebaño de
Dios. Nada pondría en silencio a los infieles tan rápidamente como el que los
cristianos se unieran. Entonces nuestro testimonio tendría peso entre los
infieles y los que viven descuidados. Pero cuando ven que los cristianos
estamos divididos no creen nuestro testimonio. El Espíritu Santo es agraviado;
y hay poco poder en nosotros porque no hay unidad.
Si yo supiera que había
una gota de sectarismo en mis venas, me sangraría hoy, antes de ir a la cama;
si hubiera un pelo sectario en mi cabeza, me lo arrancaría al instante.
Pongamos nuestro corazón afinado al de Jesucristo; entonces nuestras oraciones
seráp aceptables ante Dios y habrá lluvias de bendiciones que descenderán del
cielo.
La unión
Que desaparezcan los nombres de partidos
Entre los redimidos;
De aquellos que dicen pertenecer a
Cristo; Si es que son de El.
Como hay solo un Señor y una sola Cabeza
Hay solo un corazón;
Hemos de cantar juntos solo una
salvación, Y formar parte de ella.
Tan solo un pan, una sola familia y una
roca;
Un edificio único, de amor;
Un solo aprisco, un Pastor, una grey
sola,
Como será en el cielo.
¡Esto quiere el Señor!
J, Irons
Capítulo 8
Un nuevo elemento es la
fe. Es tan importante para nosotros saber orar como lo es saber trabajar. No se
nos dice que Jesús enseñara a predicar a sus discípu-los, pero sí que les
enseñó a orar. Quería que tuvieran poder de Dios; con ello sabía que tendrían
poder con los hombres. En Santiago leemos: «Si alguno tiene falta de sabiduría,
que la pida a Dios... y le será dada, pero pida con fe, no dudando nada». De
modo que la fe es la llave de oro que abre los tesoros de los cielos. Fue el
escudo que se puso David cuando plantó cara a Goliat, en el campo de batalla;
creyó que Dios le entregaría al filisteo. Algunos han dicho que con la fe se
podía hacer seguir a Cristo por todas partes: dondequiera que la hallara, Él
le hacía honor. La incredulidad ve algo en la mano de Dios y dice: «No puedo
alcanzarlo». La fe lo ve y dice: «Ya lo tengo».
La nueva vida empieza con
fe; entonces, tenemos solo que seguir edificando sobre este fundamento. «Os
digo que todo lo que deseáis, cuando oréis, creed que lo estáis recibiendo y lo
tendréis.» Ahora bien, recordad que hemos de creer de veras cuando vamos a
Dios.
No sé de ninguna
ilustración más vivida del grito angustiado que pide socorro a Dios, al hacerse
cargo de la profunda necesidad de ayuda, que la siguiente historia.
Cari Steinman, que visitó
el monte Hecla, en Islandia, durante la gran erupción en 1845, después que el
volcán había estado durmiendo por ochenta años, se aventuró en el cráter humeante, desoyendo
los ruegos insistentes de su guía. Al borde del abismo fue echado al suelo por
una convulsión de la montaña, y se sostuvo por unos mazacotes de lava sobre
los que pudo poner el pie. Describe la escena de modo gráfico:
«¡Qué horroroso fue comprender mi situación! Allí estaba, en la misma
boca del abismo negro y ardiente, prácticamente suspendido, impotente aunque
consciente, un prisionero, e iba a ser tragado por esa garganta pavorosa, a la
primera convulsión.
»-"Socorro, socorro!" -grité en mi agonía-, "por amor
de Dios, socorro!"
»No podía esperar ayuda de nada ni nadie, sino del cielo; había orado
a Dios antes, pero nunca como en aquel momento; lo hice por el perdón de mis
pecados, que no me siguieran hasta el Juicio.
»De repente oí un grito, miré alrededor y contemplé, con sentimientos
indescriptibles, a mi fiel guía, que asomaba por el reborde del cráter y se
apresuraba a descender por la ladera para ayudarme.
»-"¡Ya se lo dije!" -me gritó.
»"-¡Ya lo sé, pero ahora sálveme, estoy perdido!"
»-"Lo intentaré, lo haré, o pereceremos los dos!"
»La tierra temblaba, las rocas crujiendo se partían y se hundían en el
cráter retumbando. Yo me incliné hacia atrás; agarré la mano del guía, y él, de
un tirón me arrancó hacia arriba. Los dos estábamos sobre roca, ahora. Yo
estaba libre, pero todavía al borde del cráter».
El qbispo Hall, en un conocido resumen, hace resaltar la importancia
de la seriedad y sinceridad en relación con la oración de fe.
«Si al disparar una flecha tiramos de la cuerda del arco solo un poco,
la flecha no irá muy lejos; pero si tiramos de ella hasta la punta, la flecha
sale rauda y penetra en el blanco. Lo mismo la oración: si la musitan labios
soñolientos se cae a los pies. Si es lanzada por un deseo ferviente va a parar
al cielo, atravesando las nubes. No es la aritmética de nuestras oraciones, lo
que vale, o sea, cuántas decimos; ni la retórica de nuestras oraciones, cuan
elocuentes son; ni la geométrica de nuestras oraciones, lo largas que son; ni
la música de nuestras oraciones, lo dulce de nuestra voz; ni la lógica de
nuestras oraciones, lo bien trabado de sus puntos; ni el método de nuestras
oraciones, lo bien organizadas que están; ni aun la teología de nuestras
oraciones, lo buena que es la doctrina en que se basan; de todo esto Dios se
preocupa poco. Ni tampoco mira si las rodillas del que ora tienen callos, como
se dice de Santiago, lo cual demostraba su asiduidad en la oración. Ni de
Bartolomé, que se dice dijo cien oraciones por la mañana y cien más por la
noche, y ninguna sirvió para nada. Lo que cuenta es el fervor del espíritu.»
El arzobispo Leighton dijo: «No es el papel con cantos dorados ni la
caligrafía de la petición lo que hace el peso ante el rey, sino el sentido de
la petición. Y al rey que discierne el corazón, el sentido del corazón es lo
que mira. Escucha para captar el sentido, del que habla, y todo lo demás es
como si fuera silencio. Toda otra excelencia en la oración no es sino cubierta
y envoltura. Lo otro es la vida.
Brooks dice: «Del mismo modo que un fuego pintado no es un fuego, un
cadáver no es un hombre, la fcración fría, no es oración. El fuego pintado no
tiene calor, el cadáver no tiene vida; la oración fría no tiene poder, devoción
ni bendición. Las oraciones frías soit como saetas sin punta, espadas sin filo,
pájaros sin alas; no penetran, no cortan, no vuelan. Las oraciones ffrías
siempre se hielan antes de llegar al cielo. ¡Oh, que los cristianos se pusieran
en un estado de espíritu "mejor y más cálido cuando hicieran sus súplicas
al Señor!».
Miremos a la mujer sirofenicia (Marcos 7:24-30). Cuando llamó al
Maestro, parecía que éste estaba sordo. Los discípulos
querían que ella se marchara. Aunque estaban con Cristo desde hacía tres años,
y se sentaban a sus pies, todavía no sabían cuan lleno de gracia era su
corazón. Pensemos si Cristo habría echado a un pobre pecador, que fuera a El a pedir misericordia. ¡Podemos concebir algo así!
Nunca ocurrió una cosa semejante. Esta pobre mujer se puso en la posición de
su hijo. «Señor, ¡socorro!», le gritó. Creo que cuando hemos ido hasta este
punto en nuestro sincero deseo de que nuestros amigos reciban bendición
-cuando nos ponemos nosotros en su lugar- Dios va a contestar pronto nuestra
oración.
Teniendo fe por otros
Recuerdo que en una
reunión, hace ya algunos años, pedí a todos los que quisieran que se orara por
ellos, se presentaran ante el pulpito y se arrodillaran o se sentaran en las primeras filas. Entre los que acudieron
había una mujer. Yo tenía la impresión por su aspecto de que aquella mujer
debía ser cristiana, pero se arrodilló también con los demás.
Le pregunté:
-«Usted es cristiana,
¿no?»
-«Lo soy desde hace
muchos años» -respondió.
-«Entonces, ¿entendió
bien la invitación? Pedí que vinieran los que querían hacerse cristianos.»
Nunca olvidaré su mirada
cuando me contestó:
-«Tengo un hijo que se
marchó de casa y está muy apartado de Dios; pensé que podía tomar su lugar y
ver si Dios le bendecía».
¡Gracias a Dios por
madres así!
La mujer sirofenicia hizo
lo mismo: «¡Señor, socórreme!». Esta fue una oración muy corta, pero fue
directa al corazón del Hijo de Dios. Él puso a prueba su fe, sin embargo. Le
dijo: «No está bien que quite el pan de los hijos y lo eche a los perrillos».
Ella replicó: «Cierto, Señor, pero también los perrillos debajo de la mesa
comen las migajas de los ricos». «Oh, mujer, grande es tu fe!» Qué elogio por
parte de Jesús. Su historia no ha sido olvidada y no lo será en tanto que
exista la iglesia sobre la tierra. Jesús honró su fe, y le concedió lo que
pedía. Todos podemos decir: «¡Señor, socórreme!». Todos necesitamos ayuda. Como
cristianos necesitamos más gracia, más amor, más pureza de vicia., más
justicia. Hagamos pues esta oración hoy. Quiero que Dios me ayude a predicar
mejor, a vivir mejor, a ser más como el Hijo de Dios. Las cadenas de oro de la
fe nos unen al trono de Dios, y la gracia del cielo fluye a nuestras almas.
La mujer era pecadora,
pero el Señor la escuchó. Es posible que tú, hasta este momento, hayas estado
viviendo en pecado; pero si clamas «¡Señor, socórreme!», Él contestará tu
oración, si es sincera. Con frecuencia oramos pero nuestra oración no
significa nada. Las madres entienden esto. Los niños es como si tuvieran dos
voces. Cuando piden algo, la madre puede decir pronto si sus gritos o lloros
son de veras o no hay que hacer caso. Si es esto último, la madre no hace caso;
pero si pide auxilio de veras, ¡responde prestamente! Cuando está en
dificultades se le saca de apuros. Si el niño está jugando y dice «¡Mamá,
quiero un poco de pan!» pero sigue jugando, sabemos que no tiene mucha hambre y
se le deja en paz. Pero cuando lo deja todo, incluso los juguetes y viene a
tirar del vestido: «¡Mamá, tengo hambre!», entonces va en serio y se le da algo
de comer. Cuando lo necesitamos de veras tendremos pan del cielo. Esta mujer se
hallaba muy afligida; por lo que su petición recibió respuesta.
Recuerdo haber oído de un
muchacho, criado en un orfanato en Inglaterra, el cual no sabía leer ni
escribir, aunque podía distinguir las letras del abecédario. Un día un varón de Dios fue al
orfanato y les dijo a los niños que si oraran a Dios en sus dificultades Él les
daría ayuda. Después de un tiempo, este muchacho fue puesto de aprendiz o mozo
en una granja. Un día estaba en el campo, vigilando unas ovejas, y tuvo
dificultades con ellas. Recordó lo que le había dicho el predicador y decidió
orar. Se fue junto a la cerca a la vera del camino y se puso a orar. Alguien
que pasó le vio y oyó su oración, decía: «A, B, C, D», y así sucesivamente.
Cuando el hombre le preguntó qué significaba aquello, el muchacho contestó que
estaba orando: «Un señor vino a vernos en el orfanato, y nos dijo que Dios nos
ayudará si oramos. Como yo no sé orar, he pensado que si digo las letras del
abecedario, el Señor, con ellas hará las palabras y sabrá lo que necesito». Es
indudable que la plegaria salía del corazón, y este lenguaje Dios lo entiende,
como la madre entiende al niño que llora. El diablo trata de hacernos creer que
no sabemos orar. El lenguaje que Dios escucha no es el de la elocuencia, sino
el que sale de un corazón agobiado. «Señor, ayúdame!», gritó la mujer cananea.
Al poco llegó la bendición.
Has de esperar recibir respuesta cuando oras
Hemos de esperar recibir bendición cuando pedimos. Cuando el
centurión quiso que Cristo curara a su siervo, consideró que él no era digno de
que el Maestro fuera a su casa para curar al criado: «Sólo dilo de palabra y
quedará sano mi criado». Jesús dijo a los judíos: «Ni aun en Israel he hallado
tanta fe». Se maravilló de la fe del centurión; curó al criado allí mismo
(Mateo 8:5-13). La fe procuró la respuesta.
En Juan leemos del hombre cuyo hijo estaba enfermo. El padre cayó de
rodillas ante el Maestro y dijo:
«Ven, antes que mi hijo muera». Aquí tenemos la sinceridad y la fe;
el Señor contestó esta oración al momento. El hijo del noble empezó a mejorar a
partir de aquel instante. Cristo honró la fe del hombre.
En este caso no podía fiarse de nada más que de la promesa de Cristo,
pero bastó. Recordemos siempre que el objeto de la fe no es la criatura,
sino el Creador; no es,el instrumento, sino la mano del que lo maneja.
Richard Sibbes presenta este punto de la siguiente manera:
«El objeto de la fe es Dios, y Cristo como Mediador. Tenemos a los dos
en qué fundar nuestra fe. No podemos creer en Dios, a menos que creamos en
Cristo. Porque Dios tiene que ser satisfecho por Dios; y por Él tiene que ser
aplicada la satisfacción -el Espíritu de Dios- por medio de la fe que Él
activa en el corazón, y levanta cuando está abatida. Todo es sobrenatural en
la fe. Las cosas que creemos están por encima de la naturaleza; las promesas
están por encima de la naturaleza; el que la promueve, el Espíritu Santo, por
encima de la naturaleza: todo cuanto se refiere a la fe está por encima de la
naturaleza. Tiene que haber un Dios en quien creamos, y un Dios por medio del
cual podamos conocer que Cristo es Dios, no solo por lo que Cristo ha hecho los
milagros que nadie podía hacer -excepto Dios-, sino también por la forma en que
nos dirigimos o hacemos a Él. Y dos son las cosas que se le hacen, que
demuestran que Él es Dios: a saber, la fe y la oración. Hemos de creer solo en
Dios y orar solamente a Dios y vemos que Cristo es el objeto de los dos. En
este incidente del noble, Cristo se nos presenta como el objeto de la fe; y en
el caso de Esteban se presenta como objeto de la oración: "Señor Jesús,
recibe mi espíritu". Y por tanto, Él es Dios; porque se le hace a Él lo
que es propio y peculiar solo de Dios. ¡Oh, qué fundamento más firme, qué .base
para nuestra fe! Hay el Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y Cristo es el Mediador. Para que nuestra fe esté bien
apoyada, podemos creer en Aquel que fundó los cielos y la tierra.
»No hay nada que pueda
interponerse en el camino del cumplimiento de cualquiera de las promesas de
Dios, pero han de ser conquistadas por la fe».
Como dice Samuel Rutherford,
comentando sobre el caso de la mujer sirofenicia: «Contemplemos el dulce uso de
la fe cuando arrecia la tentación; la fe está en tratos con Cristo y el cielo
está a oscuras, todo se basa en la confianza, sin que haya ninguna seguridad de
que la aurora aparezca: "Bienaventurados los que no habiendo visto, sin
embargo, creen". Y la razón es que la fe tiene músculos y huesos de
decisión y valor espirituales para mantener las puertas cerradas contra el
infierno, sí, para hacer frente a imposibilidades; y aquí tenemos a una mujer
débil, un creyente, enfrente de aquel que es el "Todopoderoso, el Padre de
los Siglos, el Príncipe de Paz". La fe está allí firme, venciendo la
espada, al mundo y a todas las aflicciones. Ésta es nuestra victoria, por la
cual el hombre vence el grande y vasto mundo».
El obispo Ryle ha dicho
que la intercesión de Cristo es la base y garantía de nuestra fe. El cheque que
carece de firma al pie es un pedazo de papel sin valor. La firma le confiere
todo su valor. La oración de un hijo de Adán es algo endeble en sí, pero una
vez firmada por la mano de Jesús vale mucho. Había un funcionario en la ciudad
de Roma que tenía la obligación de abrir sus puertas a todo ciudadano que
llamara a ellas pidiendo socorro. Lo mismo podemos decir del oído
del Señor Jesús que está siempre abierto para escuchar el clamor de los que
necesitan gracia y misericordia. Éste es su oficio: ayudarnos. La oración es su
mayor deleite. Lector piénsalo bien. ¿No te , anima esto a orar?»
Cerremos este capítulo
refiriéndonos a algunas palabras del mismo Señor respecto a la fe en relación
con la oración:
«Y al ver una higuera
cerca del camino, se fue hacia ella, y no halló en ella sino hojas solamente y
le dijo: "Nunca jamás nazca de ti fruto". Y al instante se secó la
higuera. Al ver esto los discípulos, decían asombrados: "¿Cómo es que se
secó en seguida la higuera?" Respondiendo Jesús, les dijo: "De cierto
os digo, si tenéis fe y no dudáis, no solo haréis esto de la higuera, sino que
si decís a este monte: Quítate de ahí y échate en el mar, será hecho. Y todo lo
que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis"» (Mateo 21:19-22).
Y de nuevo dijo nuestro
Señor: «De cierto, de cierto os digo: El que cree en Mí, las obras que Yo hago,
también él las hará; y aún hará mayores que éstas, porque Yo voy al Padre. Y
cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre la haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré» (Juan
14:12-14). Y luego: «Si permanecéis en Mí, y mis palabras permanecen en
vosotros, pedid todo lo que queráis, y os será hecho» (Juan 15:7). Y más
adelante: «En aquel día no me preguntareis nada. De cierto, de cierto os digo,
que todo cuanto pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora, nada habéis
pedido en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo esté completo»
(Juan 16:23, 24).
Ten fe en Dios
Ten fe en Dios, porque Él, que reina en
lo alto,
Conoce bien tu pena, y ha probado las
lágrimas; Puedes en su regazo encontrar cobijo, ¡Ten, pues, fe en Dios!
No temas invocarle, ¡alma apenada y
triste! Confíale tus penas, que bendición recibe
El que en su dulce pecho frecuente se
reclina. ¡Ten, pues, fe en Dios!
No apagues en cisternas tu sed, ni
tampoco tu mano
se apoye en caña endeble, sino en firme
cayado.
Y aunque el mundo, o el hombre, o Satán
te atemoricen, ¡Tú, ten fe en Dios!
Ve a Él por todo. Ve a Él con tus
sollozos, y recibirás paz, fuerza, valor, consuelo.
Él dio por ti su vida. Vive, ahora, por
ti. ¡Ten, pues, fe en Dios!
A. Shipton
Capítulo 9
Petición
El próximo elemento de la
oración es la petición. Cuántas veces vamos a las reuniones de oración sin
pedir realmente nada. Nuestras oraciones van circunvalando el mundo, sin pedir
nada concreto. No esperamos nada. Muchos quedarían asombrados si recibieran
respuesta a sus oraciones. Recuerdo haber oído de un hombre muy elocuente que
estaba dirigiendo una reunión en oración. No hacía ninguna plegaria concreta,
pero iba de un sitio a otro. Finalmente, una viejecita exclamó: «En resumidas
cuentas, ¡pídale algo, lo que sea!». ¡Cuántas veces oímos oraciones en las que
no se pide nada! «Pedid y recibiréis.»
Creo que si apartamos
toda clase de piedras de tropiezo del camino, Dios contestará nuestras peticiones.
Si apartamos el pecado y acudimos a su presencia con las manos puras, tal como
Él nos manda, nuestras oraciones tendrán poder ante Dios. Lucas nos da un gran
suplemento a la oración del Padrenuestro: «Pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá». Algunos creen que Dios no quiere que estemos
siempre estorbándole con nuestras constantes peticiones. La manera segura de
molestar a Dios es no pedirle nada. El mismo nos alienta a que vayamos a Él
repetidamente, v que presentemos todas +nuestras solicitudes.
Creo que se pueden hallar
tres clases de creyentes en las iglesias hoy: los primeros son los que piden:
los segundos, los que buscan; y los terceros, los que llaman.
«Maestro», preguntó un
muchacho inteligente y sincero, «¿por qué hay tantas oraciones no contestadas?
No lo entiendo. La Biblia
dice: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis, llamad y se os
abrirá". Me parece que hay muchos que llaman y no se les deja entrar».
«¿Has estado alguna vez
sentado junto al fuego en una noche oscura y fría?», le contestó el maestro.
«¿Y has oído que llamaban a la puerta? ¿Cuando has ido a abrir la puerta, has
mirado afuera, en la oscuridad, pero no había nadie y solo has oído las pisadas
furtivas de algún muchacho que había hecho una travesura llamando y ahora se
escapaba corriendo? Nosotros hacemos lo mismo muchas veces. Pedimos una
bendición, pero no esperamos nada; llamamos, pero no tenemos intención de
entrar; tenemos miedo de que Jesús no nos escuche, ni cumpla sus promesas, y
por ello nos marchamos antes de que abran.»
«¡Ah, sí!», contestó el
muchacho con los ojos brillantes al comprenderlo, «Jesús no va a contestar a
los que llaman y echan a correr. Nunca lo ha prometido. O sea, que hay que
llamar y seguir llamando hasta que El no puede por menos que abrir la puerta».
Muchos llamamos a la
puerta de la misericordia y luego echamos a correr, en vez de esperar
que se nos abra y se nos dé la respuesta. Obramos como si tuviéramos miedo de
que se nos contestara la oración.
Hay mucha gente que ora
de este modo, no espera que se les dé respuesta. Nuestro Señor nos enseña aquí
que no solo hemos de pedir, sino que hemos de aguardar la respuesta; si no
viene, hemos de procurar saber por qué. Creo que obtenemos muchas bendiciones
solo por el hecho de pedirlas; otras no las conseguimos porque hay algo en
nuestra vida que debe ser aclarado. Cuando Daniel empezó a orar en Babilonia
por la liberación de su pueblo, buscó saber qué era lo que andaba mal, por qué
causa Dios se había apartado de ellos. De la misma manera ha de haber algo en
nuestras vidas que impide la bendición; si hay algo hemos de averiguarlo.
Alguien, hablando de este tema, ha dicho: «Hemos de pedir con la humildad de un
mendigo, buscar con la diligencia de un siervo, y llamar con la confianza de un
amigo».
No hay que desanimarse nunca
¡Cuántas veces la gente
se desanima, y dice que no sabe si Dios contesta la oración o no! En la
parábola de la viuda importuna, Cristo nos enseña que no solo hemos de orar y
buscar, sino hallar. Si el juez injusto oyó la petición de la pobre mujer que
presentaba su reclamación, ¡cuánto más nos escuchará nuestro Padre celestial!
Hace muchos años un irlandés fue condenado a la horca, en el Estado de Nueva
Jersey. Se procuró ejercer toda clase de influencias y presiones sobre el
gobernador del Estado, para que suspendiera temporalmente la ejecución, pero el
hombre se mantuvo firme y no quiso alterar la orden. Una mañana la esposa del
condenado y sus diez hijos fueron a ver al gobernador. Cuando entró en su
oficina, todos se postraron en tierra rogándole que tuviera misericordia del
esposo y padre. El gobernador se conmovió y ordenó suspender la sentencia. La importunidad de la esposa y de
los hijos salvó la vida del hombre, como la viuda de la parábola que, al
insistir, consiguió que el juez injusto le concediera su petición.
Fue esto mismo lo que
consiguió una respuesta para el ciego Bartimeo. La gente, y aun los discípulos
querían hacerle callar, pero él siguió gritando más y más fuerte: «Hijo de
David, ¡ten misericordia de mí!»
La oración raramente se
menciona sola en la Biblia ;
es oracióny diligencia; oración y vigilancia; oración y acción de gracias. Es
un hecho instructivo que en toda la Biblia
siempre va unido a algo más. Bartimeo fue insistente, y el Señor oyó su clamor.
EJ tipo más alto de cristiano ps el que ha ido más allá de pedir y buscar, y sigue llamando para rprihir una respuesta. Si llamamos, Dips ha prometido que nos abrirá la puerta
y concederá nuestra petición. Puede que tarde años en hacerlo; puede tenernos
tiempo llamando; pero Él ha prometido que la respuesta vendrá.
Voy a deciros lo que creo que significa llamar. Hace unos años, cuando
teníamos reuniones en cierta ciudad, llegamos al punto en que nos pareció que
teníamos muy poco poder. Llamamos a todas las madres y les pedimos que se
reunieran para orar por sus hijos. Acudieron unas mil quinientas, y derramaron
sus corazones a Dios en oración. Una madre dijo: «Quiero que oréis por mis dos
hijos. Se emborrachan constantemente; esto me parte el corazón.» Era una
viuda. Unas pocas madres se juntaron y dijeron: «Tengamos una reunión de
oración para estos dos jóvenes». Oraron a Dios, en favor de estos dos
muchachos, y ahora veremos de qué forma Dios contestó su oración.
Ese día los dos hermanos habían planeado encontrarse en la esquina de
la calle en que celebrábamos nuestras reuniones. Iban a pasar la noche en vicio
y pecado. Hacia las siete llegó el primero al lugar acordado; vio a la gente
entrando en la reunión. Era una noche tormentosa y pensó que podía entrar un
ratito. La palabra de Dios le alcanzó, y se dirigió a la sala de penitentes
donde entregó su corazón al Salvador.
El otro hermano se estuvo en la esquina hasta que terminó la reunión,
esperando que llegara su hermano; no sabía que éste estaba en la reunión.
Había una reunión para jóvenes en otra iglesia cercana, y este otro hermano
pensó que mientras esperaba podía ir a ver que hacían allí; así que siguió a
los que entraban para la reunión. El también quedó impresionado con lo que oyó,
y entró el primero en la sala de penitentes, donde halló la paz. Mientras esto
ocurría, el primero había ido a dar las buenas noticias a su madre para
alegrarle el corazón. La halló de rodillas. Ella había estado llamando al
propiciatorio. Mientras lo hacía el muchacho entró y le dijo que sus oraciones
habían sido contestadas; que su alma era salvada. No tardó en llegar el otro
hermano y contó su historia, cómo él también había sido bendecido.
El siguiente lunes por la noche, el primero que se levantó en la
reunión de recién convertidos fue uno de los muchachos, que contó la historia
de su conversión. Cuando hubo acabado, se levantó el otro hermano y dijo:
«Todo lo que él ha dicho es verdad y yo soy su hermano. El Señor nos ha
bendecido de veras».
Oí de una señora en Inglaterra cuyo marido no era convertido que
decidió que oraría cada día, durante doce meses, por la conversión del esposo.
Cada día a las doce iba a su cuarto sola y oraba a Dios. Su marido no le
permitía hablar de este tema; así que sólo podía hablar de ello a Dios. (Esto
puede ocurrir a otros; un amigo o una amiga que no quiere que se le mencione el
tema de su conversión: siempre se puede orar a Dios). Pasaron los doce meses y
no hubo señal alguna de conversión. Resolvió orar seis meses más; de modo que
siguió orando cada día por la conversión de su marido. Pero transcurrieron los
seis meses sin respuesta. Entonces se preguntó si tenía que abandonar. «¡No!»,
se dijo. «Oraré mientras tenga resuello.» Aquel mismo día cuando el esposo
llegó a casa para comer, en vez de entrar en el comedor -como era costumbre
suya-, se fue directamente al dormitorio. Ella estuvo esperando largo rato,
pero no bajaba. Finalmente subió al dormitorio y lo halló de rodillas clamando
a Dios que tuviera misericordia de él. Dios le había redargüido de pecado; no
solo se hizo cristiano, sino que la
Palabra de Dios tuvo curso libre en aquel hombre y Dios fue glorificado en su persona. Dios le usó con gran
poder. Ésta fue la respuesta a la oración de la esposa cristiana: llamó, y
siguió llamando, hasta que recibió respuesta.
No te desanimes -Dios es fiel
Oí algo, hace unos día
que me animó en gran manera. Se había orado por un hombre durante cuarenta
años, pero no había señal alguna de respuesta. Parecía que ya tenía el pie en
la tumba uno de los hombres más pagados de sí mismos en toda la faz de la
tierra. Una noche llegó la convicción de pecado. Por la mañana envió a buscar a
los miembros de su familia y dijo a su hija: «Quiero que ores por mí. Pide a
Dios que me perdone los pecados; toda mi vida no ha sido más que pecado y más
pecado». Y esta convicción llegó en una noche. Lo esencial es que presentemos
con insistencia nuestro caso ante el trono de Dios. Con frecuencia he conocido
casos de personas que vinieron a nuestras reuniones, y aunque no podían oír
una palabra de lo que se decía, parece como si un poder invisible los agarrara,
de modo que fueron redargüidos de pecado y se convirtieron allí mismo.
Recuerdo que en un lugar
en que estábamos celebrando reuniones, vino una señora a la primera reunión,
pidiéndome que hablara con su marido. «No está interesado», me dijo, «pero
tengo esperanzas de que se interesará». Hablé con él, y dudo que haya hablado
con otra persona que me pareciera tan satisfecha de sí misma. Me dio la
impresión de haber estado hablando a un farol o a un poste. Le dije a la esposa
que el marido no estaba interesado en absoluto. Su contestación fue: «Ya le
dije que él no estaba interesado, pero yo sí». En los treinta días que
estuvimos allí, la esposa nunca cedió. He de admitir que aquella mujer tenía
diez veces más fe por él que yo. Yo le hablé al esposo varias veces, pero no
veía un solo rayo de esperanza. Llegó la antepenúltima noche y el hombre vino a
verme y me inquirió: «¿Podríamos hablar en otra habitación?». Fui a otra sala
con él y le pregunté qué deseaba. El hombre me dijo: «Soy el mayor pecador del
estado de Vermont».
«¡Qué me dice!»,
contesté. «¿Hay algún pecado en particular del que sea culpable?» Yo pensé, a
decir verdad, que había cometido algún crimen espantoso, que lo había
disimulado, y ahora quería confesarlo.
«Toda mi vida ha sido
pecado, nada más que pecado. Dios me lo ha mostrado hoy.»
Pidió al Señor que
tuviera misericordia de él, y se fue a su casa gozoso con la seguridad de que
sus pecados habían sido perdonados. Aquí había un hombre convicto y convertido
como respuesta a la oración. De modo que sj estás ansioso por la conversión de algún pariente, algúm_ajni#o, toma la decisión de
que no cederás día ni noche, hasta que Él te conceda tu petición. Él puede
alcanzarle, donde quiera que esté, ensu lugar de negocios, en su hogar, en
cualquier parte y hacerle doblar rodillas.
El doctor Austin Phelps,
en su Hora Quieta, dice: «La perspectiva de obtener un objeto tomará siempre la forma de
expresión de un deseo intenso. El senti-fmiento que aparecerá de modo
espontáneo en un cristiano bajo la influencia de una confianza así podrá
expresarse del siguiente modo: ¡Señor, vengo a mis Jüevociones esta mañana con
un encargo de veras, algo de la vida real. No se trata de un coloquio de amor,
ni de una farsa. No vengo aquí a pulimentar 9 palabras, no tengo ningún deseo inefable. Tengo un I objeto claro a obtener,
un objetivo que realizar. Es un I asunto de negocios del que vengo a ocuparme. El gastrónomo que hace girar
su telescopio apuntando al ¡ firmamento no tiene una esperanza más razonable de
penetrar los cielos distantes de la que yo tengo de :,alcanzar tu mente oh
Dios, elevando mi corazón al trono de tu gracia. Éste es el privilegio de mi
vocación en ti por Cristo Jesús. Incluso mi voz insegura es ahora oída en el
cielo; y es para poner en marcha allí un proceso, cuyos resultados solo Tú
puedes conocer, I y solo la eternidad puede
desarrollar. ¡Por tanto, Señor, tu siervo siente en su corazón la necesidad de
presentarte esta oración a Ti!».
Jeremy Taylor dice: «La
facilidad en el deseo es un gran enemigo para el triunfo de la oración del
hombre bueno. La oración ha de ser intencionada, llena de celo, compacta,
operante; porque considera cuan indecente es que un hombre se atreva a hablar
a Dios de cosas que ni a él le interesan. Nuestras oraciones reprenden a
nuestro espíritu cuando pedimos tibiamente cosas por las que deberíamos estar
ansiosos, que son más preciosas que cetros imperiales, más ricas que los
despojos del mar y que los tesoros fabulosos de las montañas de la India ».
El doctor Patton, en su
obra sobre Respuestas notables a
la oración, dice:Jesús nos manda que busquemos. Imaginémonos
una madre que busca a su hijo perdido. Busca por toda la casa, por las calles,
campos, bosques, la ribera del río. Un vecino entendido la encuentra y le dice:
"Busca, busca por todas partes, en cualquier rincón accesible. No vas a
encontrar nada, es verdad, pero el buscar es bueno; pues concentra la atención,
enfoca el alma, ayuda a la observación, hace real, muy real la idea del niño. Y
después, al poco, ya cesarás de buscar a tu hijo". Las palabras de Cristo son:
"Llamad y se os abrirá". Imaginémonos un hombre que llama a una puerta
con recios aldabonazos.
después de haberlo hecho
durante una hora, se abre la ventana y sale el que vive allí y dice: "Es una buena idea, amigo;
no voy a abrir la puerta, pero sigue llamando, es un ejercicio excelente y
mejorará tu salud.
Llama hasta el atardecer,
luego vuelve, mañana todo el día. Después de varios días así llegarás a un
estado mental en que ya no te importará entrar". ¿Es esto lo que quería
decir Jesús cuando dijo: "Pedir y se os abrirá; buscad y hallaréis; llamad
y se os abrirá?". Yo creo que si fuera así pronto dejaríamos de pedir, de
buscar y de llamar, pero sería de asco».
No hay nada más agradable
a nuestro Padre que está en los cielos que la oración perseverante, directa,
importuna. Había dos señoras cristianas cuyos maridos eran inconvertidos, y
pensando en su gran peligro se pusieron de acuerdo en pasar una hora cada día
en oración unida para su salvación. Esto siguió durante siete años, y entonces
debatieron si tenían que seguir orando, o era inútil persistir. Decidieron perseverar
hasta la muerte, y si sus maridos se perdían, serían cargados de oración. Con
renovado esfuerzo siguieron orando durante tres años más, cuando uno de ellos
se despertó una noche abrumado por el sentimiento de pecado. Tan pronto como
se hizo de día, ella se apresuró, llena de gozo para ir a contarle a su
compañera, que Dios había contestado su oración. ¡Pero, cuál fue su asombro,
cuando vio a su amiga que se dirigía a su casa para darle un mensaje idéntico!
Así, diez años de oración unida y perseverante fueron coronados por la
conversión de ambos esposos en un mismo día.
No es posible hacer peticiones con frecuencia excesiva; Dios no se cansa
de las oraciones de sus hijos. Sir Walter Raleigh pidió una vez más un favor a
la reina Isabel a lo que ella contestó: «Raleigh, ¿cuándo vas a dejar de
mendigar?».
«Cuando vuestra Majestad
deje de dar», fue la respuesta. Así que hemos de seguir orando.
Mr. George Muller, en un mensaje que dio recientemente en Calcuta,
dijo que en 1844 había puesto en su corazón el orar por cinco individuos. Al
cabo de dieciocho meses se
convirtió el primero. El segundo no se convirtió hasta los cinco años. El
tercero a los doce años. Y ahora, hacía cuarenta años que había venido orando
por los otros dos, sin faltar un solo día, por ninguna razón o excusa, pero
todavía no se había convertido. Estaba animado, sin embargo para continuar en
la oración, y seguro de que recibirá una respuesta con relación a los dos que
todavía estaban resistiendo al Espíritu.
Viendo su rostro
Preciosa es la oración, dulce y sabrosa;
Inclinarse ante el trono de gracia y allí
depositar todas las cargas.
Obtener nuevo aliento en la carrera, vestirse
la armadura de la fe, y depender tan solo del Señor.
Cuando la carga abruma la conciencia,
oír, suave, un murmullo de amor que aleja toda nube de temor, y nos indica la
sangre de Cristo; Cuan grato y tierno es el recordarnos
Que su justicia está envuelta en su
gracia.
¡Pero, oh, el ver el rostro de jesús!
El verme libre de pecado y pena. Sentir
mi rostro reclinado en su pecho
¡Esto es más dulce aún, y mucho más!
Toda felicidad aquí en la tierra ¡Es como nada
comparada a esto!
Autor desconocido
Capítulo 10
Sumisión
Otro elemento esencial de la oración es la sumisión. Toda verdadera
oración ha de ser sometida en plena sumisión a Dios. Después que hemos hecho
nuestra petición, tenemos que decir: «Sea hecha tu voluntad». Mil veces hemos
de preferir que se haga la voluntad de Dios antes que la nuestra. Yo no puedo
ver en el futuro, mientras que Dios puede; por tanto, es mucho mejor que El
escoja para mí que no hacerlo yo mismo. Yo sé lo que Él quiere de mí en cuanto
a lo espiritual. Su voluntad es mi santificación; de modo que puedo con
confianza rogar a Dios por esto, y puedo esperar una respuesta a mis oraciones;
pero en lo que se refiere a cosas de orden temporal, es distinto; lo que pido
puede que no sea el propósito de Dios respecto a mí.
Como alguien ha dicho: «Puedes estar convencido de esto: la oración no
significa que yo he de hacer descender a Dios al nivel de mis pensamientos y
planes, y que Él doblegue su gobierno según mis ideas tontas y superficiales y
aun a veces pecaminosas. La oración significa que yo me he de elevar en
sentimiento al unísono en los designios de Él; que he de entrar en su consejo,
y ejecutar sus propósitos plenamente. Me temo que a veces pensamos en la
oración con un carácter completamente opuesto, como si con ella persuadiéramos
o influenciáramos a nuestro Padre celestial a hacer todo lo que hay en nuestra
mente, lo que realizarían nuestros propósitos miopes. Estoy convencido de esto,
que Dios sabe mejor lo que me conviene que yo mismo, y lo que conviene al
mundo; I y aunque estuviera en mi poder decir: "Sea hecha mi
voluntad", preferiría decir: "Hágase tu voluntad"».
Se dice que una mujer que, estando enferma, se le preguntó si
preferiría vivir o morirla lo que contestó: «Sea lo que Dios quiera».
«Pero», insistió uno, «si Dios pusiera la decisión en tu mano, ¿que
escogerías?»
«De veras que se lo preguntaría para que me dijera cuál sería mejor.»
El hombre que ha somptido su voluntad a Dios puede hacer siempre la
voluntad de Dios.
Mr. Spurgeon hizo notar sobre este tema: «El creyente recurre a Dios
en todo momento para mantener su comunión con la mente divina. La oración no es
un monólogo, sino un diálogo; no es una introspección, sino un mirar hacia los
montes, de donde va a venir nuestro socorro. Hay alivio y descanso para la
mente cuando hablamos con un amigo que simpatiza, y la fe siente esto en
abundancia; pero hay mucho más que todo esto en la oración. Cuando por nuestra
parte hemos sido obedientes hasta el final, y con todo, lo que necesitábamos no ha
llegado, esperamos que la mano de Dios vaya más allá, del mismo modo que antes
confiábamos que iría con nosotros. Pero la fe no tiene deseo de conseguir su
propia voluntad, cuando esta voluntad no está de acuerdo con la mente divina;
porque este deseo sería, en el fondo, un impulso de falta de fe, que no se
basaría en el juicio de Dios como nuestro mejor guía. La fe sabe que la
voluntad de Dios es el sumo bien, y que todo cuanto es beneficioso para
nosotros nos será concedido si lo pedimos».
La historia nos informa que los tusculanos, un pueblo de Italia,
habían ofendido a los romanos, cuyo poder era inmensamente superior al suyo.
Camilo, al frente de un considerable ejército, iba a someterlos. Dándose cuenta
que no podían resistir a un enemigo así, los tusculanos trataron de ganarlos
con métodos pacíficos. Decidieron renunciar a toda idea de resistencia,
abrieron las puertas de la ciudad, y todas las personas dentro de las murallas
siguieron dedicándose a sus negocios como si no ocurriera nada, resueltos a
someterse cuando era insensato pensar en resistir. Camilo entró en la ciudad y
se maravilló de la prudencia e ingenuidad de su conducta y se dirigió a ellos
en estos términos: «Vosotros, de entre todos los pueblos, habéis hallado el
verdadero método de abatir el furor de Roma; y vuestra sumisión es a la vez
vuestra mejor defensa. Ante estas condiciones, no podemos hallar en nuestro
corazón intención de perjudicaros como no habríais podido vosotros, en otras
condiciones, haber hallado modo de oponeros a nosotros». El primer magistrado
contestó: «Nos hemos arrepentido sinceramente de nuestra locura anterior, y confiando
en la satisfacción de nuestro generoso enemigo, no tememos reconocer nuestra
falta».
Ora por la sumisión personal
En vista de las dificultades de llevar nuestro corazón a esta
completa sumisión a la voluntad divina, podemos adoptar la oración de Fenelón:
«Oh, Dios, toma mi corazón, porque no puedo dártelo; y cuando lo tengas,
guárdalo, porque no puedo guardarlo y para ti; y sálvame a pesar de mí mismo».
Algunos de los mejores hombres que ha habido en el mundo han cometido
errores en este punto. Moisés podía orar por Israel y podía prevalecer ante
Dios, pero Dios no contestó la petición que él hizo para sí mismo. Moisés había
pedido a Dios que le dejara ir al otro lado del Jordán, que le permitiera ver
el Líbano; y después de cuarenta años de ir de un sitio a otro por el
desierto, deseaba entrar en la
Tierra de Promisión, pero el Señor no le concedió este deseo.
¿Era esto señal de que Dios no le amaba? De ningún modo. Era amado en gran
manera por Dios, como Daniel; pero Dios no le concedió esta petición. Tu hijo
dice: «Quiero esto o aquello», pero tú no se lo das, si sabes que lo que quiere
va a perjudicarle en una forma u otra. Moisés deseaba entrar en la Tierra de Promisión; pero
el Señor tenía otras ideas. Dios se lo llevó y Él mismo le enterró, el mayor
honor que se ha hecho a ningún hombre mortal.
Mil quinientos años después, Dios contestó la oración de Moisés: le
permitió entrar en la Tierra
de Promisión y le dio oportunidad de dar una mirada a la gloria venidera. En el
Monte de la Transfiguración ,
Moisés con Elias, el gran profeta, y con Pedro, Jacobo y Juan, oyeron la voz
que procedía del Trono: «Éste es mi Hijo amado; a Él oíd». Esto fue mejor que
cruzar el Jordán, como había hecho Josué, y poder vivir unos años en la tierra
de Canaán. De modo que cuando nuestras oraciones por las cosas terrenales no
son contestadas, sometámonos a la voluntad de Dios, y estemos seguros de que
todo irá mejor.
Cuando alguien inquirió de un muchacho sordomudo por qué razón creía
él haber nacido sordomudo, tomando un pedazo de tiza escribió en una pizarra:
«Padre, hágase tu voluntad».
John Brown, de Haddington, dijo una vez: «No tengo duda de que he
tenido tribulaciones como otros; pero Dios ha sido tan bueno conmigo que creo
que, si me diera otros tantos años para vivir en el mundo, no cambiaría una
sola circunstancia de mi vida pasada, excepto que desearía haber pecado menos.
Podría escribirse en mi ataúd: "Aquí yace alguien que fue cuidado por la Providencia , que
perdió pronto a su padre y a su madre, pero que nunca echó de menos el cuidado
de uno u otro"».
Elias era poderoso en oración; trajo fuego del cielo sobre el
sacrificio, y a su petición cayó lluvia sobre la tierra sedienta. Desafió sin
temor al rey Acab con el poder de la oración. Pero luego le vemos debajo de un
enebro como un cobarde, pidiendo a Dios que se lo lleve. El Señor le amaba
demasiado para hacerlo: iba a llevárselo en un carro de fuego. De modo que no
podemos permitir que el diablo saque ventaja de nosotros y nos haga creer que
Dios no nos ama, porque no nos ha concedido las peticiones hechas en el
momento y en la forma en que las deseábamos.
Moisés ocupa más espacio en el Antiguo Testamento que ningún otro
personaje; lo mismo ocurre con Pablo en el Nuevo Testamento, excepto quizás, el
mismo Señor Jesús. Sin embargo, Pablo no sabía que debía orar por sí mismo.
Pidió a Dios que le quitara «la espina de la carne». Su petición no fue
concedida; pero el Señor le concedió una mayor bendición. Le dio más gracia.
Puede que se tratara de alguna prueba. Si no es la voluntad de Dios el
quitarla, pidámosle que nos dé más gracia para que podamos sobrellevarla. Vemos
que Pablo se gloriaba en sus reveses y en sus enfermedades, porque con ello
había más poder de Dios en él. Es posible que algunos sintamos que todo está
contra nosotros. Que Dios nos dé gracia para adoptar la posición de Pablo y
decir: «Todas las cosas obran para bien a aquellos que aman a Dios». De modo
que cuando oremos a Dios ha de ser con sumisión y hemos de decir: «Hágase tu
voluntad».
En el Evangelio de Juan leemos: «Si permanecéis en Mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y os será hecho». Esta última
parte es citada con frecuencia, pero la primera no. ¿Por qué? Porque hay muy
poco permanecer en Cristo en nuestros días. Vamos y le visitamos de vez en
cuando: esto es todo. Si Cristo está en mi corazón, naturalmente no le voy a
pedir nada que sea contra su voluntad. Y ¿cuántos hay que tengan la Palabra de Dios permaneciendo
en ellos? Hemos de tener una garantía para nuestras oraciones. Si tenemos algún
gran deseo, hemos de escudriñar las Escrituras para hallar si es recto y justo
que se lo pidamos. Hay muchas cosas que queremos que no son buenas para
nosotros; y muchas otras cosas que deseamos evitar, que son en realidad la
mejor bendición. Un amigo mío una mañana se estaba afeitando y su hijo, de
cuatro años, le pidió la navaja para hacer algo con ella. Como no la consiguió
se puso a llorar como si se le partiera el corazón. Mucho me temo que muchos
piden navajas en oración. John Bunyan bendijo a Dios por la prisión de Bedford
más que por todo lo demás que le había acontecido en la vida. Nunca oramos
pidiendo aflicción; y con todo, es lo mejor que podríamos pedir.
Aflicciones transformadas en bendiciones
Dyer dice: «Las aflicciones son bendiciones para nosotros cuando
podemos bendecir a Dios por las aflicciones. El sufrimiento ha evitado que
muchos pequen. Dios tuvo un Hijo sin pecado; pero no tuvo ninguno sin
aflicción. Las tribulaciones de fuego hacen cristianos acrisolados; las
aflicciones santificadas son progreso espiritual».
Rutherford escribe con referencia al valor de la tribulación
santificada y de la sabiduría de someterse a la voluntad de Dios en ella: «¡Oh,
cuánto le debo a la lima y al martillo y a la fragua de mi Señor Jesús, que me
ha dejado ver cuan sabroso es el trigo de Cristo, hecho pan para su mesa a
través de su molino y su horno! La gracia probada es mejor que la gracia en sí;
y es más que gracia: es gloria en sus comienzos. Y ahora veo que la piedad es
más que lo externo y que los adornos y espejuelos del mundo. ¿Quién conoce la
verdad de la gracia sin conocer la tribulación? ¡Oh, cuan poco obtiene Cristo
de nosotros, de no ser lo que consigue (por así decirlo) con mucho trabajo y sufrimiento!
Y ¡cuan pronto se marchitaría la fe sin una cruz! ¡Cuántas cruces mudas han
sido puestas sobre mis hombros que no tenían lengua para contar de la dulzura
de Cristo, y ésta la tiene! Cuando Cristo bendice sus cruces dándoles lengua,
respiran el amor de Cristo, su sabiduría, ternura y cuidado para nosotros.
¿Por qué debería de sobresaltarme si el arado de mi Señor está haciendo
profundos surcos en mi alma? Sé que no es un labrador ocioso; Él se propone
recoger cosecha. ¡Oh, que este terreno yermo pueda ser hecho fértil para dar
una abundante cosecha para El, que lo ha cultivado con tanto esmero, y que este
barbecho sea roturado! ¿Por qué me sentí yo (¡un insensato!) agraviado por el
hecho que Él pusiera una guirnalda de rosas sobre mi cabeza, la gloria y el
honor de ser un fiel testigo? Ahora ya no deseo hacer más rogativas ni
peticiones a Cristo. En realidad Él no me ha hecho perder nada por lo que sufro
ahora; no me debe nada; porque mis cadenas son dulces y cómodas, pues sus
pensamientos están conmigo, en los cuales hallo recompensa suficiente y
premio! ¡Cuan ciegos son mis * adversarios que me han enviado a la casa del
banque-; te, a la bodega, al festín exquisito de mi amado Señor Jesús, y no a
una cárcel o al destierro!».
Podemos cerrar nuestros comentarios del tema con estas palabras del
profeta Jeremías, en Lamentaciones: «Bueno es Jehová para los que en Él
esperan, para el alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación
de Jehová. Bueno le es al hombre llevar al yugo desde su juventud. Que se
siente solo y calle, porque es él quien se lo impuso; ponga su boca en el polvo
por si aún hay esperanza; dé la mejilla al que le hiere, y sea colmado de
afrentas. Porque el Señor no desecha para siempre; sí aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias porque no humilla ni aflige
por gusto a los hijos de los hombres... ¿Quién será aquel que haya hablado y
las cosas sucedieron? ¿No es el Señor el que decide? ¿De la boca del Altísimo
no sale lo malo y lo bueno? ¿Por qué se lamenta el hombre? ¡Que sea un valiente
contra sus pecados! Escudriñemos nuestros caminos, y examinémoslos y
volvámonos a Jehová; levantemos nuestros corazones sobre nuestras manos al
Dios que está en los cielos» (Lamentaciones 3:25-33; 37-41).
Sumisión
Óyeme, oh Dios, y si mi labio osa murmurar de tu mano, enséñame a
sacar y echar fuera esta idea y a doblar mi rebelde voluntad.
Y aunque ya derramé
abundantes lágrimas por mis ídolos, un templo derruido, y Tú estás en él;
purifícame ahora, y enséñame a decir: «¡Sea hecha solo Tu santa voluntad!»
¿Qué puedo yo traerte que sea mío? Juventud de aflicción, sólo pecado.
¿Qué puedo colocar sobre tu altar? ¡Tan solo la esperanza del perdón! Cuando
así suplicante a Ti me inclino Todavía me atrevo a alzar los ojos Y reclamar lo
que Tú has prometido: Que no rechazarás al corazón contrito.
¿Qué voy a darte? Mi abatido espíritu, ya raído y deshecho, anhelando
reposo, anhelando tu paz, como un pájaro herido.
entre la tempestad busca su nido, Tu propio sacrificio ¡el Cordero
inmolado; Te presento los méritos
perfectos de tu Hijo Me acojo a tus promesas; y confío en Ti Señor. Tus heridas
me sanan, Tus golpes son de amor, la llaga es suave. Haz, pues, Señor, tu
voluntad en mí!
Autor desconocido
Capítulo 11
Oraciones contestadas
En el capítulo 15 de Juan y en el versículo 7, vemos quiénes son los
que reciben contestación a sus oraciones: «Si permanecéis en Mí, y mis
Palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho». Ahora
bien, en el capítulo 4 de Santiago, versículo 3, hallamos que algunos no
reciben respuesta a sus oraciones: «Pedís, y no recibís, porque pedís mal».
Hay, pues, muchas oraciones no contestadas porque los motivos que las
impulsaron no eran rectos; no habían cumplido, los que las hicieron, la Palabra de Dios. Es bueno
que nuestras oraciones no sean contestadas cuando pedimos mal. Si nuestras
oraciones no son contestadas, es posible que hayamos orado sin un buen motivo;
o que no hayamosorado según las Escrituras. Así que no desmayemos, aunque no
recibamos respuesta a la oración en la forma deseada.
Un hombre fue una vez a George Muller y le dijo que quería que él
orara en favor suyo pidiendo cierta cosa. El hombre afirmó que ya había pedido
a Dios muchas veces que le concediera la petición, pero que Dios no había
considerado oportuno concederla. Mr. Muller tomó un cuaderno suyo y le mostró
en él, el nombre de una persona por la cual había estado orando desde hacía
veinticuatro años. La oración, añadió Mr. Muller, no había sido contestada
todavía; pero Dios le había dado la seguridad de que aquella persona se
convertiría y su fe se anclaba allí.
A veces hallamos que nuestras oraciones son contestadas
inmediatamente, incluso mientras estamos orando; otras veces, la respuesta se
demora. Pero sobre todo cuando pedimos misericordia, ¡cuan pronto viene la
respuesta! Miremos a Pablo cuando exclama: «Señor, ¿qué quieres que haga?». La
respuesta llegó al instante. Vemos también al publicano que fue al templo a
orar y recibió una respuesta inmediata. El ladrón en la cruz oró: «¡Señor,
acuérdate de mí cuando vengas en tu reino!», y recibió respuesta inmediatamente,
allí mismo. Hay muchos casos similares en la Biblia , pero hay otros de personas que tuvieron
que orar durante mucho tiempo y con frecuencia. El Señor se deleita en oír a
sus hijos que le hacen peticiones, refiriéndole sus tribulaciones, y por ello
deberíamos esperar; el momento que Él decide es el apropiado para la respuesta.
Nosotros no sabemos cuál es.
Había una madre en Connecticut que tenía un hijo en el ejército, y que
al partir la dejó desconsolada, porque no era cristiano. Día tras día elevaba
su voz en oración para el muchacho. Al cabo de un tiempo supo que había sido
llevado al hospital y que murió allí, pero no pudo averiguar nada en relación
con su muerte. Pasaron los años, y un día un amigo de la familia pasó por su
casa en viaje de negocios. Allí vio la fotografía del muchacho en la pared. La
miró y preguntó: «¿Conocíais a este muchacho?» La madre contestó: «Este muchacho
era mi hijo. Murió en la última guerra». El hombre dijo: «Yo le conocía muy
bien; estaba en mi compañía». La madre entonces le preguntó: «Sabe usted algo
respecto a sus últimos días?». El hombre le respondió: «Yo estaba en el hospital,
y este chico murió en paz, triunfante en su fe». La madre había perdido ya la
esperanza de saber nada más del chico; pero antes de partir, ella misma tuvo la
satisfacción de saber que sus oraciones habían prevalecido ante Dios.
Creo que hallaremos muchas de nuestras oraciones contestadas al
llegar al cielo, y que ahora creemos que no han recibido
respuesta. Si la oración de fe es verdadera Dios no puede negárnoslo que
pedimos. En una ocasión, en una reunión a la que asistí, lín caballero me
indicó a un individuo y me dijo: «¿Ve a este hombre? Éste es uno de los
dirigentes de un club de infieles». Me senté a su lado y el infiel me dijo: «Yo
no soy cristiano. Usted ha estado tratando de embaucar a toda esa gente y
hacerles creer, especialmente a esas viejecitas, que recibe respuestas a la
oración. ¿Por qué no lo prueba conmigo?». Hice oración por él, y cuando me
levanté, el infiel me dijo con mucho sarcasmo: «¡No estoy convertido
todavía!». Le contesté: «Pero aún tiene tiempo». Más tarde recibí una carta de
un amigo diciéndome que aquel hombre se había convertido y estaba trabajando en
las reuniones.
Jeremías oró y dijo:
«¡Ah, Señor Jehová! He aquí Tú has hecho los cielos y la tierra con tu gran
poder y brazo extendido, y no hay nada demasiado difícil para ti». No hay nada
demasiado difícil para Dios: esto es un buen emblema. Creo que ahora es una
buena oportunidad para bendición en el mundo, y podemos esperar grandes cosas.
Mientras que la bendición se derrama a nuestro alrededor, levantémonos y
participemos en ella. Dios ha dicho: «Llámame y te contestaré, y te mostraré
cosas grandes y poderosas que no conoces». Llamemos, pues, al Señor y oremos
para que estas cosas puedan ser hechas por amor a Cristo, no a nosotros.
Pidamos siempre «por amor a Cristo»
Hace unos años, en una
convención cristiana, se levantó un predicador para hablar del siguiente tema:
«Por amor a Cristo». Este hombre vertió nueva luz en mí sobre este pasaje.
Nunca lo había visto de aquella manera. Cuando estalló la guerra, su único hijo
se alistó. El hombre no podía ver una compañía de soldados que no se
entusiasmara con ellos. Con otros, establecieron un Hogar del Soldado en
aquella ciudad y él aceptó el cargo de presidente del comité de buen grado.
Algún tiempo después dijo a su esposa: «He dedicado tanto tiempo a estos
soldados que estoy descuidando mis negocios», así que se fue a su oficina con
la decisión de que los soldados no iban a estorbarle aquel día. Al poco se
abrió la puerta y entró un soldado. El hombre no le hizo caso, sino que
continuó escribiendo; y el pobre soldado se estuvo allí algún tiempo esperando.
Al fin el soldado sacó un papel sucio en el cual había algo escrito. El hombre
observó que era la letra de su hijo, por lo que cogió el papel y se puso a
leerlo. Decía más o menos: «Querido padre, este soldado pertenece a mi
compañía. Ha perdido la salud en defensa de su país, y va camino a su casa para
ver a su madre que se está muriendo.
Trátalo con cariño por
amor a... Charlie» (el nombre de su hijo). El hombre dejó al punto su trabajo y
se llevó al soldado a su casa, donde fue atendido con cariño hasta que pudo
partir hacia su hogar, para estar con su madre. Lo llevó a la estación y le
despidió con un «¡Dios te bendiga, por amor a Charlie!».
¡Que nuestras oraciones
sean por amor a Cristo! Si queremos que nuestros hijoas e hijas se conviertan
oremos para que esto ocurra, por amor a Cristo, Si éste es el motivo, nuestras
oraciones serán contestadas. Si Dios entregó a Cristo para el mundo, ¿qué no
nos dará? Si Dios dio a Cristo por amor a los rebeldes, los que yacen en el
pecado y la maldad, los ladrones, los que matan, ¿qué no dará a quienes van a
Él por amor a Cristo? Que nuestra oración sea que Dios haga pro-gresar su oEra,
no nuestra gloria no por amor a nosotros, sino por amor a su querido Hijo a
quien ha enviado. De modo que recordemos cuando oramos hemos de esperar
respuesta. Estemos a la expectativa.
Recuerdo que al terminar una reunión, en una de las ciudades del Sur,
cerca del final de la guerra, un hombre vino a mí llorando y temblando. Creí
que en el mensaje habría dicho algo que le había conmovido, y empecé a
preguntarle qué era. Hallé, sin embargo, que no podía decirme una palabra de lo
que yo había dicho. «Amigo», le dije, «qué le pasa?» Se puso una mano en el
bolsillo y sacó una carta, sucia, como si hubieran caído lágrimas en ella.
«Recibí esta carta de mi hermana anoche», me dijo, «me dice que cada
noche se arrodilla y ora por mí. Creo que soy el hombre peor en todo el
Ejército de Cumberland. He tenido un día terrible hoy».
La hermana estaba a seiscientas millas de distancia, pero había
llevado a su hermano a la convicción de pecado por medio de su oración sincera
y de fe. Era un caso difícil, pero Dios oyó y contestó la oración de una buena
hermana, de modo que el hombre era como arcilla en las manos del alfarero.
Pronto entró en el Reino de Dios, todo por las oraciones de la hermana.
Fui a unas treinta millas de aquel lugar, y allí conté esta historia.
Un joven subteniente del ejército se levantó y dijo: «Esto me recuerda la última
carta que recibí de mi madre. Me decía que cada noche al ponerse el sol oraba
por mí. Me pedía que cuando recibiera, su carta me fuera a un sitio solitario
y me entregara a Dios. Yo me puse la carta en el bolsillo y decidí que tenía
mucho tiempo para hacerlo.» Siguió diciendo que las próximas noticias que le
llegaron de su casa eran que había muerto su madre. Se fue al bosque solo, y
allí clamó al Dios de su madre que tuviera misericordia de él. Durante la
reunión con su cara resplandeciendo, el joven subteniente dijo: «Las oraciones
de mi madre fueron contestadas; lo único que lamento es que no llegó a saberlo
nunca; pero un día la voy a encontrar». Así que, aunque no vivamos para ver
nuestras oraciones contestadas, si oramos con poder a Dios, la respuesta
llegará.
En Escocia, hace muchos años, vivía un hombre con su esposa y tres
hijos (dos chicas y un chico). Él tenía el hábito de emborracharse y con ello
perdía sus empleos. Por fin, dijo que se llevaría a Johnnie a América, donde,
sin la compañía de sus antiguos compinches, empezaría una nueva vida. Así que
se llevó al chico de siete años a América. Al poco de llegar, se fue a una
taberna y se emborrachó. Los dos quedaron separados. El muchacho fue colocado
en una institución y poco después entró como aprendiz en un obrador, en
Massachusetts. Después de algún tiempo el hombre, descontento, se hizo
marinero; finalmente llegó a Chicago para trabajar en los lagos. Tenía
espíritu aventurero y viajó por mar y tierra. Cuando el barco en que iba llegó
un día a un puerto, fue invitado a una reunión en que se predicaba el
Evangelio. Las buenas nuevas tocaron su alma, y el hombre se hizo cristiano.
Después de haber sido cristiano durante un tiempo, sintió deseos de
hallar a su madre. Le escribió en diferentes lugares de Escocia, pero no pudo
hallarla. Un día leyó en los Salmos: «Nada será negado a los que andan
rectamente». Cerró la Biblia ,
se puso de rodillas y dijo: «Oh, Señor, estoy tratando de andar rectamente
desde hace meses; por favor ayúdame a hallar a mi madre». Se le ocurrió
escribir a un lugar en Massachusetts, del cual se había escapado hacía algunos
años. Resultó que había una carta de Escocia allí que no habían podido
entregarle desde hacía siete años. Escribió inmediatamente a aquel lugar en Escocia,
y resultó que su madre aún vivía; recibió la respuesta de su madre al cabo de
poco tiempo. Me gustaría que pudierais ver al hombre cuando me trajo aquella
carta. Las lágrimas le caían como una fuente de los ojos y le era imposible
leerla. Su hermana había escrito por la madre,
porque la madre había quedado muy afectada por las noticias del hijo que tenía
por perdido, y no podía escribir.
La hermana le decía que
durante los diecinueve años que había estado ausente, la madre había seguido
orando día y noche para que se salvara, y para que pudiera saber todavía algo
de él y pudiera verle. Ahora, la madre estaba muy contenta no solo de que
estuviera vivo, sino de que se hubiera hecho cristiano. No tardaron mucho la
madre y las hermanas en llegar a Chicago.
Menciono este incidente
para mostrar la forma en que Dios contesta la oración. Esta madre había orado a
Dios durante diecinueve años. Debe de haber parecido, a veces, que Dios no
tenía intención de concederle el deseo de su corazón; pero siguió orando, y al
fin llegó la respuesta.
El siguiente testimonio
personal fue dado públicamente en una de nuestras reuniones celebradas últimamente
en Londres, y puede servir para dar ánimo y ayuda a los lectores.
Testimonio en una reunión de oración
«Quiero que comprendáis,
amigos, que lo que explico no es lo que hice yo, sino lo que hizo Dios. ¡Sólo
Dios podía hacerlo! Yo había ya renunciado a toda esperanza, como un caso
perdido. Pero es por la gran misericordia de Dios que estoy aquí esta noche, y
os digo que Cristo es capaz de salvar del todo a todos los que acuden a Dios
por medio de Él.
»La lectura de las
"peticiones de oración" para la salvación de los alcohólicos me
conmovió muy profundamente. Me parecieron un eco de las muchas ocasiones en
que se hicieron "peticiones" de oración en mi favor. Y, por
experiencia sé que hay una gran cantidad de familias que necesitan hacer
semejantes peticiones.
»Por tanto, si lo que
puedo deciros sirve para dar ánimo a vuestro corazón, estimular a un buen padre
o madre a que sigan orando por sus hijos, o ayudar a alguno que se ha sentido
él mismo más allá del alcance de la esperanza, daré gracias a Dios por ello.
»Yo tuve muchas
oportunidades. Mis padres amaban al Señor Jesús, e hicieron todo lo que
pudieron para criarme por el buen camino; y durante algún tiempo yo mismo pensé
que sería un cristiano. Pero me aparté de Cristo y me alejé más y más de Dios y
de las buenas influencias.
»Estaba en la Escuela Secundaria
cuando comencé a beber. Muchas veces había ya bebido con exceso a los 17 años,
pero tenía aún bastante sentido de dignidad, que me impidió ir cuesta abajo
hasta que cumplí los 23; pero a partir de entonces hasta los 26 ya fue
diferente. En Cambridge seguí bebiendo más y más, perdí todo sentido de respeto
de mí mismo y me asocié con la peor clase de compañeros.
»Me fui alejando más y
más de Dios, hasta que mis amigos, los que eran cristianos y los que no lo
eran, consideraron y me dijeron que había poca esperanza para mí. Toda clase de
personas me habían rogado que me moderara, pero yo aborrecía las reprensiones.
Me daba asco todo lo que olía a religión, y me burlaba de sus consejos o
palabras ofrecidas en esta dirección.
»Mi padre y mi madre
habían muerto los dos sin verme volver al Señor. Oraron por mí en tanto que
vivieron, y al final, mi madre, me preguntó si no iba a seguirla a ella para
verla en el cielo. Para calmarla le dije que sí. Pero no tenía la intención de
hacer nada; y pensé, cuando hubo fallecido, que ella no tenía idea de mi modo
de pensar y sentir. Después de su muerte fui de mal en peor, y me fui hundiendo
en el vicio. El vicio de la bebida se fue apoderando de mí. Aunque no estaba
aún en la «cuneta» como se suele decir, mi alma estaba tan baja como la de los
que viven en las pensiones miserables de los barrios bajos.
»Fui de Cambridge a una
ciudad en el norte, donde trabajé para un procurador; y luego a Londres.
Mientras estaba en Londres, los señores Moody y Sankey vinieron a la ciudad en
la que yo vivía; y una tía mía, que todavía estaba orando por mí después de la
muerte de mi madre, vino a verme y me dijo:
«"Quisiera pedirte
un favor".
»Mi tía había sido muy
amable conmigo y ya sabía lo que quería. Me dijo:
»"Que vayas a oír a
los señores Moody y Sankey".
»"Muy bien", le
dije. "Esto es una ganga para mí, porque iré con tal que me prometas que
no vas a pedirme otra vez que vaya. ¿Conforme?"
«"Conforme", me
respondió. Así que fui para cumplir mi parte del trato.
«Esperé hasta que el
sermón hubo terminado, y vi al señor Moody que bajaba del pulpito. Se había
ofrecido ferviente oración en mi favor, y mi tía y él se habían puesto de
acuerdo en que el sermón sería aplicable a mi situación y que al terminar él
vendría a hablar conmigo inmediatamente. El señor Moody se dirigió hacia
nosotros; pero yo pensé que había sido muy listo cuando, antes que el señor
Moody pudiera dirigirse a mí, había dado vuelta alrededor de mi tía y me había
escabullido del edificio.
»Me fui apartando más y
más de Dios después de esto; y no creo que una sola vez orara durante dos o
tres años. Fui a Londres, y las cosas fueron empeorando. A veces trataba de
enderezarme. Hice un gran número de resoluciones. Me prometí a mí mismo, y
también a mis amigos que no bebería una copa más. Mantuve la decisión durante
unos días, y en una ocasión, durante seis meses; pero la tentación volvía con
más fuerza cada vez, y me apartaba más y más del camino recto. Cuando estuve en
Londres descuidé mis asuntos y todo lo que debería haber hecho, y me hundí más
en el pecado.
»Uno de mis amigos me
dijo:
»"Si no cambias te
vas a matar tú mismo".
»"Por qué?", le
pregunté.
»"Te estás matando
porque no puedes beber tanto como has venido bebiendo".
»"Bueno, contesté,
no creo que pueda cambiarlo". Había llegado a un punto en que no creía que
pudiera hacer nada para aliviar mi situación.
»E1 contar estas cosas me
da pena, y al relatarlas Dios sabe que solamente siento vergüenza. Lo explico
porque tenemos un Salvador; y si el Señor Jesucristo pudo salvarme a mí,
también puede salvarte a ti.
»Las cosas siguieron así
hasta que al fin perdí control de mí mismo.
»Había estado bebiendo y
jugando al billar un día, y por la noche regresé a mis habitaciones. Decidí
quedarme allí un rato, y luego volver a salir, como de costumbre. Antes de
salir, sin embargo, empecé a pensar, y esta idea se aferró a mi cabeza:
"Cómo va a terminar todo esto?". "Oh, pensé, ¿qué significa todo
esto? ¡Sé dónde va a acabar, en mi destrucción eterna, la del cuerpo y la del
alma!" Me di cuenta de que estaba matándome -mi cuerpo-; y sabía también
cuál iba a ser el resultado para mi alma. Pensé que era imposible que pudiera
salvarme. Pero me vino una idea persistente: "¿Hay algún medio de
escapar?". "No, me dije, he tomado ya muchas resoluciones. No puedo
dejar de beber. Me es imposible".
»En aquel momento
vinieron a mi mente unas palabras de la Biblia -palabras que no había recordado más
desde que las aprendí cuando niño-: "Para los hombres es imposible, pero
para Dios, todas las cosas son posibles" Y entonces vi, como en un
relámpago, que lo que había considerado que no era posible, que había intentado
centenares de veces, era lo que Dios había prometido hacer si yo quería ir a
Él. Todas las dificultades se amontonaban en mi camino: mis compañeros, mi
ambiente, las tentaciones; pero miré hacia arriba y pensé: "Es posible
para Dios".
»Me arrodillé allí mismo,
en mi habitación, y empecé a pedir a Dios que hiciera lo imposible. Tan pronto
como empecé a orar, tartamudeando -no había orado desde hacía tres años pensé:
"Ahora, pues, Dios me ayudará". No sé cómo me aferré a esta verdad.
Aún tardaron nueve días hasta que pude descubrir cómo, y antes de tener
ninguna seguridad, paz o descanso para mi alma. Me levanté con la esperanza de
que Dios me salvaría. Consideré que era la verdad, y luego se demostró que lo
era; por lo cual, doy gracias y gloria a Dios.
»Pensé que lo mejor que
podía hacer era hallar a alguien con quien hablar sobre el estado de mi alma, y
preguntarle cómo podía ser salvo; pues yo era como un pagano, aunque había sido
criado tan bien. Salí y estuve deambulando por Londres; y muestra lo poco que
conocía el mundo religioso y los lugares de culto el que no pudiera hallar una
iglesia wesleyana. Mis padres habían sido wesleyanos, y pensé que podría hallar
alguna capilla que perteneciera a esta denominación, pero no pude hallarla.
Busqué durante hora y media; esa noche estaba abatido y deprimido; de cuerpo y
alma, más de lo que es concebible.
»Llegué a mi casa, me fui
arriba y pensé: No te irás a la cama hasta que hayas sido salvo. Pero estaba tan
débil, no había comido la cantidad usual de alimento, y finalmente pensé que
tenía que irme a la cama (aunque no me atrevía), pues de lo contrario, me
encontraría verdaderamente mal por la mañana.
»Temía que si no lo hacía
entonces, por la mañana, cuando despertara descansado y relativamente bien
diría: "¡Qué necio fuiste anoche!", por lo que saldría a beber como
había hecho antes. Pero de nuevo pensé: "Dios puede hacer lo imposible.
Puede hacer lo que no puedo hacer yo". Oré al Señor pidiéndole que me
despertara en las mismas condiciones en que había ido a la cama, sintiendo el
peso de mis pecados y mi miseria. Luego me fui a dormir. Lo primero que pensé
cuando me desperté por la mañana fue: ¿Ha desaparecido ya la convicción de
pecado? ¡No!); me sentía aún más desgraciado que la noche antes; parecía raro,
aunque era natural; me levanté y di gracias a Dios porque me mantenía ansioso
sobre mi alma.
»¿Te has sentido así
alguna vez? Quizá después de una reunión o alguna conversación con un
cristiano, o después de leer la
Palabra de Dios, ¿has ido a tu habitación sintiéndote desgraciado
y "casi persuadido”
»Estuve buscando al Señor
durante ocho o nueve días por la ciudad. Por fin el sábado por la mañana decidí
ir a una iglesia para contar mi historia. Esto fue difícil. Lo hice con
lágrimas y como pude. A un hombre no le gusta llorar delante de otros hombres.
Les dije claramente que quería hacerme cristiano y tenía intención de seguir
siéndolo. El Señor me ayudó con su promesa: "Todas las cosas son posibles
para Dios".
»En cuanto a mis
conocidos hubo una reacción muy especial. Cuando les hablé de mi decisión un
escéptico bajó la cabeza y no dijo nada. Otro amigo, con el cual solía jugar al
billar, me dijo: "Me gustaría poder tener el valor de decirlo yo mismo!".
Pero el mismo individuo que me había dicho que estaba matándome bebiendo tanto,
ahora pasó una hora tratando de convencerme de ir a beber otra vez:
"Estás deprimido e indispuesto; un buen vaso de whisky te entonará".
Cuando me invitó a ir con él le dije: "Supongo que recuerdas lo que me
dijiste antes; ¿ahora trato de no beber y me convidas?". Cuando me acuerdo
de esto pienso en las palabras de Dios: "Las entrañas de los malos son
crueles".
»Y ahora el Señor fue
tirando de mí hasta que lo que era un hilo delgado pasó a ser un cable, con el
cual salvó mi alma. Hallé a mi Salvador. Él es capaz de salvar a todos,
quienquiera que sea, que acudan a Él.
»No debo olvidar deciros
que me arrodillé ante Dios en mi miseria, mi impotencia, mi pecado, y le confesé
que era imposible para mí salvarme; imposible abstenerme de beber; pero desde
aquella noche hasta este momento no he sentido el menor deseo de hacerlo otra
vez.
»Fue también difícil el
dejar de fumar. Pero Dios en su gran sabiduría sabía que, si tenía que luchar
solo, fracasaría; por ello eliminó por completo todo deseo de beber, y lo mismo
el de fumar. Desde entonces odio la bebida.
»Si hay alguien aquí que
ha perdido la esperanza, que venga al Salvador. Éste es su nombre, porque es
"El que salva a su pueblo de sus pecados". A todas partes donde he
ido desde entonces, he hallado que Él es mi Salvador. ¡Dios impida que me
gloríe! Sería gloriarme en mi vergüenza. Es lastimoso tener que hablar así de
uno mismo, pero el Señor es capaz de salvar, y salva.
»Amigos cristianos,
seguid orando. Es posible que vayáis al cielo antes de que algún hijo vuestro
por quien oráis haya sido rescatado para el hogar. Mis padres lo hicieron; y
mis hermanas oraron por mí durante años. Pero, ahora, yo puedo ayudar a otros
en el camino a Sion. ¡Alabado sea el Señor por sus misericordias para conmigo!
"Recordad;
"todo es posible para Dios". Y luego podréis decir como san Pablo:
"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece"» (Filipenses 4:13).
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