¿DÓNDE ESTÁ
TU TESORO?
William
MacDonald
Título
en inglés: Where Is Your Treasure?
Copyright
© 1975, William MacDonald
Todos
Los Derechos Reservados
Traducido
por Neria Díez Sánchez y Carlos Tomás Knott,
Con
permiso del autor.
Copyright
© 1996, William MacDonald
¿DÓNDE ESTÁ TU
TESORO?
“No os hagáis
tesoros en la tierra...haceos tesoros en el cielo...porque donde esté vuestro
tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21).
El corazón está donde está el
tesoro. Puede estar en una caja fuerte, ¡o puede estar en el cielo! Pero no
puede estar en ambos lugares.
Alguien dijo: “El cristiano, o deja
su riqueza, o va donde ella está”.
El Señor Jesús prohibió a Sus
seguidores el hacerse tesoros en la tierra.
Él quería que sus corazones estuviesen en el cielo.
Pero hoy en día a mucha gente esta enseñanza de Cristo le
parece radical y extremista. ¿Él realmente quería ser entendido así? ¿No nos
dice nuestro sentido común, que deberíamos hacer la provisión adecuada para
cuando comencemos a envejecer? ¿No espera Él de nosotros que seamos prudentes y
que guardemos reservas para el futuro, o “por si a caso”? ¿O para cuidar a
nuestros seres queridos?
Estas son preguntas serias, que
deben ser afrontadas honestamente y sin rodeos por todos los que profesan ser
seguidores de Cristo.
¿Cuáles son las respuestas? ¿Qué
enseña la Biblia respecto a la riqueza en la vida del creyente? ¿Está mal
acumular una fortuna personal? ¿Cuál es el estilo de vida del cristiano?
DILIGENCIA EN
EL NEGOCIO
Antes de nada,
todos estamos de acuerdo con que la Biblia no prohibe ganar dinero. El Apóstol
Pablo trabajaba haciendo tiendas para proveer para sus necesidades personales
(Hch. 18:1-3; 2 Ts. 3:8). Enseñó a los tesalonicenses que si alguien no quería
trabajar, había que dejarle pasar hambre (2 Ts. 3:10). Sin duda, el énfasis bíblico
es que el hombre debe trabajar con diligencia para suplir sus necesidades y las
de su familia.
¿Podemos decir, entonces, que un
creyente debe ganar todo el dinero que le sea posible? No; tal declaración debe
ser aclarada. Puede ganar todo lo que le sea posible, pero con las siguientes
condiciones:
(1) No debe permitir que el trabajo
preceda a las cosas del Señor. Es su obligación suprema el buscar primeramente
el reino de Dios y Su justicia (Mt. 6:33). La adoración y el servicio no deben
sufrir por la presión del negocio.
(2) No debe descuidar sus
obligaciones familiares (1 Ti. 5:8). Ordinariamente, cuanto más dinero gana
uno, menos tiempo tiene para su esposa y para sus hijos. Esto no puede
compensarlo dándoles lujo y riqueza abundante; así lo único que consigue es
aumentar su decaimiento espiritual y moral. Lo que necesita su familia, mucho más
que una gran cuenta bancaria, es el compañerismo y la dirección de un marido y
padre piadoso.
(3) Debe ganar el dinero en un
negocio de buena reputación (Pr. 10:16). Esto no habría ni que mencionarlo. Sería
dudoso que un cristiano emplease su tiempo en la producción, distribución o
propagación de comodidades que ponen en peligro la salud o que contribuyen al
descenso de la moral. Tampoco debe el cristiano gastar su vida entreteniendo o
y proveyendo diversión a gente que está en el camino del infierno. El trabajo
debe ser constructivo y para el bien común.
(4) El creyente también debe estar
seguro de que está ganando el dinero de una forma honesta (Pr. 20:17). Puede
que su negocio sea de bastante confianza, pero que sus métodos sean
deshonestos, por ejemplo:
a) Falsificando la declaración de
renta, o usando doble contabilidad (Pr. 12:22).
b) Defraudando en los pesos y las
medidas (Pr. 11:1).
c) Sobornando a los inspectores
locales (Pr. 17:23).
d) Anunciando diferencias en
productos, cuando no existen tales diferencias (Pr. 20:6).
e) Falsificando la cuenta de gastos
personales (Pr. 13:5).
f) Especulando en el mercado o en la bolsa de valores —simplemente
como otra forma de juego (Pr. 13:11).
g) Pagando sueldos inadecuados a los empleados (Pr. 22:16). Contra
este abuso Santiago exclama:“He aquí clama el jornal de los obreros que han
cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por
vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del
Señor de los ejércitos” (Stg. 5:4).
(5) El cristiano puede ganar tanto
dinero como le sea posible sin poner en peligro su propia salud. Su cuerpo es
templo del Espíritu Santo (1 Co. 6:19). No debe perder su salud adquiriendo
riquezas.
(6) Finalmente, el cristiano puede
ganar tanto dinero como le sea posible sin volverse codicioso. Nunca debe
llegar a ser un esclavo de Mamón (Mt. 6:24). Es correcto ganar dinero, pero no
amarlo (Sal. 62:10).
Para resumir, entonces, un cristiano
puede ganar tanto como le sea posible mientras le dé a Dios el primer lugar,
cumpla sus obligaciones familiares, trabaje de una manera constructiva, se
comporte honestamente, cuide su salud y evite la codicia.
TENER PERO NO
RETENER
La siguiente
pregunta que debemos afrontar es: “¿Está mal acumular dinero?” En todo el Nuevo
Testamento la respuesta enfática es Sí.
La Biblia no condena a nadie por ser
rico. Una persona puede recibir una herencia y hacerse rico de la noche a la mañana.
Pero la Biblia sí que tiene mucho que decirnos acerca de lo que hacemos con
nuestras riquezas.
Aquí tenemos lo que enseña la
Biblia:
1. Primero, que somos mayordomos de
Dios (1 Co. 4:1, 2). Lo cual quiere decir que todo lo que tenemos le
pertenece a Él, y no a nosotros mismos. Nuestra responsabilidad es usar Su
dinero para Su gloria. La idea de que un 90% es para que lo gastemos nosotros,
mientras que el diezmo restante es la porción del Señor, es un concepto erróneo
de la mayordomía del Nuevo Testamento. Todo le pertenece al Señor.
2. El segundo punto es que debemos
estar contentos con sustento y abrigo. “Así que, teniendo sustento y abrigo,
estemos contentos con esto” (1 Ti. 6:8). Aquí la palabra abrigo significa
una cubierta, o un techo. Puede referirse a cualquier tipo de abrigo o ropa.
Entonces, el versículo dice que debemos estar satisfechos con las necesidades
de la vida: comida, vestido y casa. Y al dejarnos estar bajo un techo, el Señor
nos permite tener más de lo que Él tuvo cuando estuvo aquí; Él no tenía dónde
recostar Su cabeza (Mt. 8:20).
El cristiano que posee un negocio
necesitará, por supuesto, un capital fijo y un capital operativo para seguir
adelante. Debe tener suficiente para conseguir materias primas, pagar a sus
empleados, y abastecer las demás demandas financieras que le salgan al paso día
a día. La Biblia no prohíbe al cristiano que tiene un negocio el tener los
fondos necesarios para operar.
3. Lo siguiente es que debemos vivir
de la manera más económica posible, evitando el malgasto de cualquier tipo.
Después de que el Señor Jesús hubo alimentado a los cinco mil, les dijo a Sus
discípulos que recogiesen la comida que había sobrado (Jn. 6:12). Su ejemplo
nos enseña a conservar las cosas siempre que sea posible.
Compramos muchas cosas innecesarias.
Especialmente en la época de Navidad, gastamos una pequeña fortuna en regalos
sin valor que pronto encuentran sitio en el altillo o en el trastero, donde no
sirven de nada a nadie.
Compramos cosas caras cuando otros
productos más baratos nos servirían para lo mismo. (No siempre es verdad que el
producto más barato es el mejor que comprar. Debemos pesar el precio, la
calidad, el tiempo ahorrado, etc.).
Debemos disciplinarnos para resistir
la tentación de comprar todo lo que queremos. Y debemos desarrollar el hábito
de vivir frugalmente por causa del Hijo del Hombre.
4. Todo lo que sea por encima de
nuestra necesidades debe ser puesto a trabajar para el Señor (1 Ti. 6:8). ¡Recuerda!
Todo le pertenece a Él. Nosotros somos Sus mayordomos. Nuestro negocio
es hacer que Su causa avance en la tierra, dentro de nuestras posibilidades.
Inmediatamente aparecerá la objeción
de que invertir todo aparte de la comida, la ropa y la casa para la obra del Señor
es algo temerario, corto de vista, y un derroche.
Bueno, tenemos la historia de una
persona que sí que lo hizo. Era una viuda, y echó sus dos blancas en el tesoro
del templo. Jesús no le reprochó. Él dijo: “En verdad os digo, que esta
viuda pobre echó más que todos (los ricos). Porque todos aquéllos echaron para
las ofrendas de Dios de lo que les sobra; más ésta, de su pobreza echó todo
el sustento que tenía” (Lc. 21:3, 4).
5. Se nos prohíbe hacernos tesoros
en la tierra. Las palabras de la Escritura son claras e inequívocas.
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo,
donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt.
6:19-21).
En lo que nos concierne a la mayoría
de nosotros, estos versículos podrían bien no estar en la Biblia. Al menos en
teoría creemos que Jesús lo dijo, y que son divinamente inspirados. Pero ni se
nos ocurre pensar que se apliquen a nosotros. Así que, en la práctica, no los
obedecemos, y resulta que en lo referente a nosotros, es como si el Señor nunca
lo hubiese dicho.
Pero la verdad sigue diciendo que es
PECADO hacer tesoros en la tierra. Es algo directamente contrario a la Palabra
de Dios. Lo que nosotros llamamos prudencia y previsión, realmente es rebelión
e iniquidad.
Y todavía es verdad que donde esté
nuestro tesoro, allí es donde también estará nuestro corazón. Una vez llevaron
al Dr. Johnson a un “tour” de una finca lujo. Recorrió la mansión y los
jardines bien cuidados. Entonces se volvió hacia sus amigos y dijo: “Éstas son
las cosas que hacen que morir sea difícil”.
6. Finalmente, debemos confiar en
Dios en cuanto al futuro. Dios llama a todo Su a una vida de fe, dependiendo de
Él. Nos enseña a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mt.
6:11). Por medio de la historia del maná, nos enseña a tener nuestros ojos
hacia Él día a día para suplir nuestras necesidades (Éx. 16:14-22). Él mismo es nuestra seguridad; no debemos
apoyarnos en las cañas rotas de este mundo.
Ésta, entonces, es la voluntad de
nuestro Señor para Su pueblo —que nos demos cuenta de que somos mayordomos de
Dios, y que todo lo que tenemos le pertenece; que estemos contentos con
lo básico para vivir; que vivamos de la manera más económica posible; que
invirtamos todo lo que va más allá de nuestras necesidades para la obra
del Señor; que no nos hagamos tesoros en la tierra; y que confiemos en Él en
cuanto al futuro.
¿QUÉ HAY DE
MALO EN ELLO?
Pero, ¿por qué
no está bien que un cristiano acumule riqueza y amontone posesiones?
1. Ante todo, está mal porque la
Biblia lo dice (Mt. 6:19); esta razón debería bastar. ¿Por qué estuvo mal que
Adán y Eva comiesen del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal?
Porque Dios así lo dijo. Éste debería ser el punto final para cada uno de
nosotros.
2. Pero también está mal porque pasa
por alto la inmensa necesidad espiritual del mundo de hoy (Pr. 24:11, 12).
Millones de hombres y mujeres, niños y niñas, nunca han oído el evangelio de la
gracia de Dios. Hay millones que no tienen una Biblia, o buena literatura
evangelística. Hay millones que mueren sin Dios, sin Cristo, sin esperanza.
El tener los medios de extender el
evangelio y no usarlos es una forma de fratricidio espiritual (Ez. 33:6).
Y también da un claro testimonio de
la falta singular del amor de Dios en el corazón del acumulador. Porque “el
que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra
contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3:17).
Cuando dos leprosos hambrientos del
Antiguo Testamento se encontraron con un gran abastecimiento de comida, después
de satisfacer su propia hambre, corrieron para compartir con otros lo que habían
hallado (2 R. 7:9). ¿Mostrarán los cristianos bajo la gracia menos compasión
que los leprosos bajo la ley?
3. Está mal amontonar dinero porque
es cruel e insensible hacia la enorme necesidad física del mundo (Pr. 3:27, 28;
11:26). Al hombre rico de Lucas 16 le importaba muy poco el mendigo que estaba
a su puerta. Si simplemente se hubiese acercado a la ventana y hubiese corrido
la cortina, podía haber visto un verdadero caso de necesidad, un objeto digno
de gastar un poco de su dinero. Pero no le importó.
El mundo está lleno de Lázaros. Están
en nuestras puertas. Y Jesús nos dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
(Mt. 22:39).
Si rehusamos oírle ahora, quizá
oiremos como un día nos dice: “Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve
sed, y no me disteis de beber ... en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más
pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mt. 25:42, 45).
4. Está mal que un cristiano se haga
tesoros en la tierra porque provoca a los enemigos de Dios a blasfemar (Ro.
2:24). Esto mismo es lo que provocó a Voltaire a que dijera: “Cuando se trata
de dinero, todos los hombres son de la misma religión”.
A muchos inconversos les son
familiares las enseñanzas de Jesús. Saben que Él enseñó que debemos amar a
nuestro prójimo. Ven una evidente incoherencia cuando aquellos que profesan
seguir a Jesús se permiten el lujo de hogares magníficos, coches lujosos,
comidas epicúreas, y ropas costosas.
¡Ya es hora de que la iglesia se
despierte! ¡Intenta hablarles a los jóvenes educados de todo el mundo, y
escucha cómo critican a la cristiandad! No se oponen a las éticas de Jesús,
pero se oponen violentamente a las riquezas de algunas iglesias, y de los
llamados cristianos ricos en un mundo de pobreza aplastante.
El dinero seduce y arrastra malas
amistades. ¡Que la iglesia escuche!
5. Pero no sólo nos preocupa el
efecto que esto produce en los incrédulos. También pensamos en el efecto que
esto tiene sobre los jóvenes cristianos.
Ellos observan el ejemplo de sus
ancianos. Importa más lo que hacemos que lo que decimos. Demostramos cómo vemos
los valores, no tanto por el mensaje misionero conmovedor que damos el domingo,
sino por la meta que perseguimos desde el lunes hasta el viernes.
Los jóvenes juzgan la realidad de
nuestro peregrinar por la consideración valorada de nuestra “tienda”. No les
impresionan las apasionadas solicitudes de fondos para la obra de Dios por
aquellos que podrían suplir la necesidad con un trazo del bolígrafo.
Si gastamos nuestras vidas en la
acumulación de riqueza, no nos debe sorprender que los jóvenes sigan nuestro
ejemplo. Y no olvidemos nunca la advertencia del Señor Jesús: “Imposible es
que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que
se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer
tropezar a uno de estos pequeñitos” (Lc. 17:1, 2).
6. Otra razón por la que es pecado
acumular riqueza es porque es robar a Dios (Mal. 3:8). Ya hemos visto que todo
lo que tenemos le pertenece a Él. Si no podemos usarlo directamente para el
avance de Sus intereses, deberíamos pasárselo por lo menos a aquellos que
pueden. Guardarlo envuelto en un pañuelo es inexcusable (Lc. 19:20-26).
7. Fallar en la obediencia al Señor
en el asunto de la mayordomía financiera nos cierra porciones de la Biblia (Mt.
6:22, 23). Nos cegamos ante pasajes que son tan sencillos.
Es un giro extraño de la naturaleza
caída, pero es verdad. “Cuanto más lejos esté algo del centro de nuestras vidas—como
por ejemplo los temas de física y matemáticas—menos se verá afectada nuestra
conclusión por las deformaciones pecaminosas de nuestra naturaleza”. Cuanto más
cerca nos lleve un estudio a nuestra responsabilidad personal hacia nuestro
Creador, la naturaleza pecaminosa buscará más cegar nuestra mente ante verdades
que no queremos creer, y nos animará a aferrarnos a alguna hipótesis que parece
como si nos aliviara de esa responsabilidad”.1
En relación a esto Harrington C.
Lees escribió:
“La parte más sensible del hombre civilizado es su bolsillo, y una de
las batallas más encarnizadas que el predicador debe librar es cuando su
predicación toca los bolsillos de sus oyentes”.
Los pasajes que hablan de negarse a
uno mismo parecen de poca relevancia cuando vivimos como los “reposados en
Sión” (Am. 6:1-6). Y, por supuesto, no podemos enseñar con eficacia pasajes
que nosotros mismos no hayamos obedecido.
Así que una de las maldiciones que
trae la desobediencia, al igual que en las demás áreas, es una Biblia mutilada
(Mt. 13:14, 15).
8. La acumulación de riquezas hace
que la vida de fe sea prácticamente imposible. ¿Por qué? Porque es casi
imposible tener riquezas y no confiar en ellas. El hombre que tiene dinero no
sabe cuánto está dependiendo de él.
“Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto
en su imaginación” (Pr. 18:11).
Depende del dinero para resolver
todos sus problemas, para darse disfrute presente y seguridad futura. Si lo
perdiese todo repentinamente, se quedaría sin apoyo y sin muletas, y en un
estado de pánico.
La verdad es que preferimos confiar
en el saldo de una cuenta bancaria que podemos ver, que en un Dios que no
podemos ver. El mero pensamiento de no tener a nadie o nada más que a Dios en
quien confiar basta para producir un colapso nervioso.
“Dejados en Sus manos, no creemos estar seguros; mientras que si tuviésemos
nuestra fortuna en nuestras propias manos, y estuviésemos asegurados en contra
de riesgos y cambios por unas pocas seguridades cómodas, nos sentiríamos
bastante seguros. Este sentimiento es, sin duda, muy general; todos nosotros
estamos en peligro de caer en esta forma de inquieta desconfianza en la
providencia paternal de Dios”. —Samuel Cox.
La voluntad de Dios es que nuestras
vidas sean “una crisis perpetua de dependencia en Él”. Cuando nos hacemos
tesoros en la tierra, frustramos Su voluntad en nuestras vidas.
La vida de fe es la única que agrada
a Dios; sin fe es imposible agradarle (He. 11:6).
La vida de fe es la única que tiene
verdadera seguridad. “...Es por fe ... a fin de que la promesa sea firme” (Ro.
4:16).
Y porque no hay nada tan seguro como
la promesa de Dios, sigue que la vida de fe es una vida libre de
preocupaciones. Los altibajos nerviosos y emocionales surgen del materialismo y
del egoísmo, no de estar andando con Dios por la fe.
La vida de fe es la única que da toda
la gloria a Dios. Cuando andamos por vista, glorificamos la perspicacia y
sabiduría humana.
La vida de fe habla con poder a los
incrédulos y a otros cristianos. Da testimonio a todos de que hay un Dios en el
cielo Quien responde la oración.
La fe es lo contrario de la vista;
cuando ves, no puedes confiar.
Acumular riqueza hace que la vida de
fe sea imposible.
La vida de fe no sigue automáticamente
cuando una persona se convierte. Requiere acción deliberada de su parte. Y esto
es verdad especialmente en una sociedad de consumo. El creyente debe colocarse
en una posición que le lleva a confiar en Dios. Esto puede hacerlo vendiendo
todo lo que tiene y dándolo a los pobres. Sólo cuando se deshaga de sus
reservas y otros falsos apoyos podrá verdaderamente lanzarse a la profundidad,
como dijo el Señor: “boga mar adentro...” (Lc.5:4).
9. No sólo eso; sino que también es
una deshonra para nuestro Señor el que nosotros estemos reinando como reyes en
un mundo donde Él sigue siendo rechazado y donde Sus siervos son perseguidos.
Pablo ilustró a los corintios como si estuviesen sentados en los asientos más
caros del estadio con coronas en sus cabezas, y vistiendo ropas de las más
caras. Al mismo tiempo, ilustró a los apóstoles en la arena, listos para ser
devorados por las bestias salvajes.
“¡Oh, ya sé que sois ricos y prósperos! ¿No habéis estado viviendo
como reyes mientras nosotros estábamos fuera? En Dios quisiera que fueseis
realmente reyes a los ojos de Dios, para que reinásemos nosotros con vosotros.
A veces pienso que Dios quiere que nosotros, los mensajeros,
aparezcamos los últimos en la procesión de la raza humana, como los hombres que
van a morir en la arena. Pues sin duda nosotros somos hechos espectáculo público
ante los ojos de los ángeles del Cielo y de los hombres. Se nos mira como a
necios, por causa de Cristo, pero vosotros sois sabios en la fe cristiana.
Somos considerados débiles, pero vosotros sois fuertes; habéis hallado honor,
nosotros poco más que menosprecio. Hasta este mismo momento tenemos hambre y
sed, estamos mal vestidos, somos maltratados y prácticamente sin hogar. Todavía
tenemos que trabajar con nuestras manos para sustentarnos. Los hombres nos
maldicen, pero devolvemos bendición; Hacen que nuestras vidas sean miserables,
pero lo tomamos con paciencia. Manchan nuestra reputación, pero nosotros
seguimos intentando ganarles para Dios. Somos el desperdicio del mundo, la
escoria de la tierra, sí, hasta este mismo día” (1 Corintios 4:8-13; Traducido
del Nuevo Testamento parafraseado por Philips).
Los corintios estaban reinando como
reyes antes de que Cristo mismo fuese coronado. En los actos de coronación, es
una señal irrespetuosa que las figuras más bajas se pongan sus tiaras antes de
que el monarca sea coronado.
10. Acumular fortuna es directamente
contrario al ejemplo del Señor Jesús. Él era infinitamente rico, sin embargo se
hizo pobre voluntariamente para enriquecernos a nosotros a través de Su pobreza
(2 Co. 8:9).
En el lenguaje original del Nuevo
Testamento, hay dos palabras que se traducen por pobre. Una significa la
condición de un hombre trabajador que no tiene más que lo esencial para vivir.
La otra significa desamparado o desprovisto de riqueza. La segunda es la que
Pablo usa para describir al Señor Jesús.
¿Cuántos de nosotros estamos
dispuestos y deseosos de seguir a Jesús durante todo el camino?
11. Otro mal de las riquezas es que
son perjudiciales para la vida de oración. Donde toda necesidad material es
provista, ¿para qué orar?
Más seria es la hipocresía de pedir
a Dios que haga cosas que nosotros mismos podemos hacer. Por ejemplo, cuán a
menudo como creyentes pedimos a Dios que provea de fondos para ciertos
proyectos cuando nosotros mismos tenemos y podríamos hacer una ofrenda y
proveer de ese dinero sin retraso. Pero desgraciadamente, muy a menudo el
propio dinero del Señor no le es disponible a Él mismo, debido a que Sus
mayordomos lo quieren para sí.
12. Finalmente, está mal que los
cristianos acumulen riqueza porque esto puede animar a otros a hacerse
cristianos con la esperanza de llegar a ser ricos.
La pobreza de los cristianos
primitivos era una ventaja, no un inconveniente:
“Una religión que trastornara al mundo entero, mientras que sus
primeros predicadores eran todos hombres pobres, sólo podía venir del cielo. Si
los Apóstoles hubiesen poseído dinero que dar a sus oidores, o si hubiesen sido
seguidos por ejércitos para asustarles, un incrédulo bien pudiera haber dicho
que no había nada de maravilloso en su éxito. Pero la pobreza de los discípulos
de nuestro Señor cortaba tales argumentos de debajo de los pies del incrédulo.
Con una doctrina casi inaceptable para el corazón humano, sin nada para sobornar o imponer la
obediencia—unos pocos galileos trastornaron el mundo entero, y cambiaron la
cara del impero romano. Sólo hay una causa que pueda justificar esto. El
Evangelio de Cristo, el cual proclamaban estos hombres, era la verdad de Dios”. —J. C. Ryle.
Gilmour de Mongolia escribió:
“Si voy entre ellos con riqueza, estarán mendigando continuamente, y
quizá me tendrán más como una fuente de regalos que como otra cosa. Si no llevo
nada más que el Evangelio, no habrá nada que distraiga su atención del don
inefable”.
Pedro y Juan se encontraron con un
cojo pobre en la puerta hermosa del templo. Cuando les pidió una limosna, Pedro
le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de
Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hch. 3:6).
Puede que alguien diga que los
predicadores tienen que ser pobres, pero no necesariamente todos los
cristianos. Pero, ¿dónde enseña la Biblia una diferencia de norma económica
para los predicadores y para los demás, para los misioneros y para los que se
quedan en casa?
EL CASO DE LAS
CUENTAS CONGELADAS
Ya hemos
tratado bastante acerca de las razones del por qué está mal que un cristiano
amontone riqueza. Ahora debemos ver los argumentos que se usan comúnmente para
justificar a creyentes que han ahorrado dinero para su futuro y el futuro de
sus familias.
1. El primer argumento reza así: Sólo
es razonable que apartemos un poco de dinero para cuando seamos viejos. ¿Qué
nos pasará cuando ya no podamos trabajar? Debemos siempre anticiparnos al día
de mañana. Lo que Dios espera de nosotros es que usemos el sentido común.
Este razonamiento parece
convincente, pero no es así el lenguaje de la fe. Las reservas son muletas y
apoyos que se convierten en sustitutos de la confianza en el Señor. No podemos
confiar cuando podemos ver.
Una vez que decidimos proveer para
nuestro futuro, nos metemos en estos problemas. ¿Cuánto será bastante? ¿Por cuánto
tiempo viviremos? ¿Habrá una depresión? ¿Habrá una inflación? ¿Tendremos que
pagar facturas grandes e inesperadas? (gastos médicos, averías, reparaciones,
etc.)
Es imposible saber cuánto será
bastante. Por lo tanto, gastamos nuestra vida amontonando riqueza para proveer
para unos cortos años de retiro. Mientras tanto, hemos robado a Dios y nuestra
propia vida ha sido gastada buscando seguridad donde no la podíamos encontrar.
Cuánto mejor es trabajar
diligentemente para nuestras necesidades corrientes, servir al Señor al máximo,
poner todo lo que va más allá de las necesidades presentes para la obra del Señor,
y confiar en Él en cuanto al futuro. A aquellos que le ponen a Él en primer
lugar, ha prometido:
“...todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).
Y a los
filipenses, que estaban usando el dinero del Señor para la extensión de la
verdad, Pablo escribió:
“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas
en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19).
Hay una
tragedia indescriptible en la filosofía corriente de dar la vida para la
adquisición de riqueza con la esperanza de dar el tiempo de la jubilación al Señor.
Esto significa dar lo mejor de tu vida a una corporación, y después darle la
colilla al Señor. Y aún entonces, la colilla es bien incierta. A menudo ésta se
acaba antes de que dé tiempo de quitarle el polvo a la Biblia.
Parece que sea de sentido común el
proveer para el día de mañana. Pero la verdad del asunto fue bien declarada por
Cameron Thompson: “Dios derrama Sus más escogidas bendiciones sobre aquellos
cuyo anhelo es que nada se les pegue en las manos. Los individuos que valoran
el día de mañana más que la presente agonía del mundo, no recibirán ninguna
bendición del Señor”.
2. Un segundo argumento que se usa
para justificar el hacerse tesoros en la tierra se basa en 1 Timoteo 5:8: “Porque
si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado
la fe, y es peor que un incrédulo”.
En este pasaje, Pablo está tratando
con el cuidado de las viudas de la iglesia. Declara que los familiares
cristianos de una viuda tienen la responsabilidad de cuidarle. Si no tiene ningún
familiar para que le cuide, entonces la iglesia es la que debe hacerlo.
Pero lo importante que debemos ver
aquí es que Pablo no está hablando de apartar fondos para apoyar a una viuda en
el futuro. Más bien está hablando de sus necesidades cotidianas. Los cristianos
deben cuidar a los familiares desamparados día a día; si no lo hacen, están
negando de una manera práctica la fe cristiana que enseña el amor y la
generosidad. Aun los incrédulos cuidan de los suyos. El creyente que no lo
hace, por lo tanto, es peor que los incrédulos.
El versículo no dice nada de
libretas de ahorros, reservas, seguros, o cuentas de inversiones. Trata acerca
de las necesidades corrientes, y no de obligaciones futuras.
3. El tercer argumento se parece
bastante al segundo. Muchos padres cristianos sienten que el dejar una herencia
para sus hijos forma parte de su responsabilidad. Sienten que esto forma parte
de lo que quiere decir “proveer para los suyos” (1 Ti. 5:8). No importa
si los hijos son creyentes o no; el profundo deseo es dejarles un nido
respetable, y colocarlos bien en la vida (“criarlos, casarlos y colocarlos”).
A veces se usa 2 Corintios 12:14
para enseñar a los padres que deben ahorrar dinero para poder dejárselo a sus
hijos. El pasaje dice:
“...pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para
los hijos”.
El contexto inmediato está tratando
con el tema del apoyo financiero de Pablo. Él no había aceptado ningún dinero
de los corintios, sino que había sido apoyado por las ofrendas de otras
iglesias mientras predicaba en Corinto (2 Co. 11:7, 8). Ahora estaba preparado
para volver a Corinto, pero les aseguró que no les sería una carga (12:14),
esto es, que no dependería de ninguna ayuda financiera de parte de ellos. A él
no le interesaban sus posesiones materiales, sino su bienestar espiritual.
Es aquí cuando él añade: “...pues
no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos”.
Los corintios eran los hijos y Pablo
era el padre (1 Co. 4:15). Les estaba diciendo—obviamente con ironía—que no debían
apoyarle, sino que más bien era él quien tenía que hacerlo. Lo dijo con ironía,
pues ellos debían contribuir apoyándole (1 Co. 9:11, 14), pero él escogió
renunciar al derecho en su caso.
Lo importante que debemos ver es que
este pasaje no tiene nada que ver con ahorrar para el futuro, por si a caso. Ésta
no era la cuestión, sino que era un asunto de necesidades cotidianas. Pablo les
estaba diciendo: “Después de todo, generalmente los hijos no proveen para los
padres; son los padres los que proveen para los hijos”.
Ciertamente la práctica de preparar
una herencia para los hijos no encuentra ningún apoyo en el Nuevo Testamento.
El mayor legado que los padres pueden dejar a sus hijos es el legado
espiritual, pero la preocupación de ganar dinero es lo que más impide la
provisión para esta herencia.
Y pensemos en los males que han
surgido de los legados financieros que han dejado los cristianos.
a. Muchos jóvenes se han
arruinado espiritualmente por haber recibido riquezas repentinamente. Se han
intoxicado con el materialismo y el placer, y se han estropeado para el
servicio de Cristo.
b. Pensemos también en
los conflictos que se han levantado en familias pacíficas como resultado de
testamentos y herencias. La hermana ha tenido celos de la hermana, y el hermano
del hermano. A veces se pelean y nadie quiere ceder sus “derechos” y perder la
parte que le toca, de modo que las riñas amargas han continuado por años y
generaciones, provocadas por una herencia.
Tenemos la historia de una riña
familiar por una herencia en Lucas 12:13, 14. Jesús rehusó involucrarse en
ello; Él no había venido al mundo para ese tipo de trabajo. Pero aprovechó
aquella oportunidad para darle un severo aviso contra la codicia del infeliz
que no había sido nombrado en el testamento.
c.
Luego nos encontramos con esta situación. Los padres trabajan duro durante toda
su vida para poder dejar algo a sus hijos. Después se vuelven mayores y débiles,
una preocupación para su familia. Y los hijos desagradecidos no pueden casi ni
esperar a que se mueran sus padres para echar mano del dinero.
d. El dinero dejado a
hijos inconversos o a un hijo o hija creyente casado con un inconverso, a
menudo ha llevado a una secta, o una iglesia mundana, y se ha usado para la
supresión del evangelio en vez de usarse para su propagación. ¡Piensa en esto! ¡El
dinero de creyentes utilizado para luchar en contra de la Verdad!
e. Y entonces debemos
pensar en las enormes cantidades de dinero que se lleva el gobierno con los
impuestos hereditarios, y los abogados con los gastos legales. Todo esto se
podría haber invertido para la salvación de almas.
f. Algunos cristianos
intentan evitar algunos de estos males dejando su dinero a organizaciones
paraeclesiales. Pero nada garantiza que este dinero llegará a tales
organizaciones. Los testamentos son rotos y rebatidos constantemente. Y aun sin
tener esto en cuenta, ni las organizaciones ni la práctica de dejar el dinero al ellas tiene
apoyo de las Escrituras. Tales organizaciones no son bíblicas, ni se dejan
gobernar o dirigir bíblicamente, así que no es seguro que sigan leales al Señor
y a Su Palabra cuando sea legalizado el testamento.
Los creyentes no serán recompensados
por lo que dejen en un testamento. En el mismo minuto en que mueren, el dinero
deja de ser suyo; se convierte en la propiedad de su patrimonio.
Los hombres amontonan riquezas y no
saben quién las recogerá (Sal. 39:6). La única manera de saber que tu dinero
habrá sido usado para el Señor es darlo mientras vives. Y ésta es la única
manera de obtener una futura recompensa.
Decimos que creemos en la venida
inminente del Señor Jesús. Si es así, entonces debemos darnos cuenta de que
cuanto más se acerca Su venida, menos valor tienen nuestras posesiones
materiales. Cuando Él venga, nuestra riqueza no tendrá ningún valor para
nosotros o para la obra de Dios. Así que lo mejor es invertir nuestras
posesiones para la obra del Señor Jesús AHORA.
4. Pero entonces surge este
argumento: “Si todos dan todo viviendo modestamente para la obra del Señor, ¿cómo
viviríamos? ¡Alguien se tiene que quedar
con el bagaje!”
¿Cómo viviríamos? La respuesta es: “¡Más
por fe y menos por vista!”
Y no sirve de nada argumentar con
que no funcionaría, pues funcionó en los días de la iglesia primitiva.
“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas
las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según
la necesidad de cada uno” (Hch. 2:44, 45).
“Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que
poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo
ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”
(Hch. 4:34, 35).
Al escribir a los corintios, Pablo
enseñó que nuestras posesiones materiales deberían ser fluidas, no congeladas.
Cuando nos damos cuenta de una verdadera necesidad, nuestros fondos deberían
fluir para abastecer esta necesidad. Y si en el otro caso algún día nosotros
estuviésemos en necesidad, los fondos fluirían hacia nosotros. De esta manera
habría una igualdad constante entre el pueblo de Dios.
“Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros
estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra
supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la
necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió
mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos” (2 Co. 8:13-15).
En otras palabras, cualquiera que
haya vivido realmente de una manera devota para el Señor y haya sido fiel en la
mayordomía de sus posesiones, los demás creyentes deben estar deseosos y
contentos de compartir con él en caso de que surgiese la necesidad.
Si somos honestos con nosotros
mismos, debemos admitir que el pensamiento de depender de otros nos parece
repugnante. Estamos orgullosos de nuestra independencia. Pero, ¿no es esta una
manifestación del egoísmo en vez de la vida del Señor Jesús en nosotros?
Las instrucciones de Pablo para el
cuidado de las viudas en 1 Timoteo 5:3-13 presuponen una iglesia donde el amor
de Dios se derrama en los corazones humanos, donde los santos ejercen un
cuidado mutuo los unos por los otros, y donde el dinero encuentra vía libre
para las verdaderas necesidades que existan.
Y si se contendiera que aunque
funcionó en la iglesia primitiva, no funcionaría hoy, la respuesta es
sencillamente la siguiente: Es que está funcionando hoy. Es que hay
cristianos que están viviendo esta vida de fe. Y es que hay un poder y
una atracción en sus vidas que no se puede negar.
5. Pero alguno objetará: “¿No dijo
Pablo: ‘Sé vivir humildemente y sé tener abundancia’ (Fil. 4:12)?” El
que hace esta pregunta, obviamente se imagina al Pablo humilde vagando por un
desierto vacío, hambriento, sediento, cansado, andrajoso y con zapatos viejos.
Y ve a Pablo en abundancia como un joven bronceado bajándose de su coche
convertible al lado de la zona vacacional de la playa, vestido a la última
moda, y preparado para disfrutar de dos semanas buenas. En otras palabras,
Pablo podía llevar una vida dura, o podía vivir por lo alto.
Pero eso no es exactamente lo que
Pablo está diciendo en su carta a los filipenses. Debemos recordar que esa
carta fue escrita desde la PRISIÓN, no desde la zona vacacional de la playa. Y
escribiendo desde la prisión, dijo:
“Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo
recibido de Epafrodito lo que enviasteis...” (Fil. 4:18).
Nosotros pensamos que el tiempo en
la prisión iría en el capítulo de VIVIR HUMILDEMENTE, pero es que Pablo lo pone
en el capítulo de la ABUNDANCIA. Por lo tanto, no tenemos ningún derecho a usar
Filipenses 4:12 para justificar vidas de riqueza y lujo. Esto no es lo que enseña
el versículo.
6. Bien, entonces, ¿qué del versículo
que dice que Dios nos da todas las cosas en abundancia para que las
disfrutemos? (1 Ti. 6:17). Éste se cita a menudo como una prueba bíblica de que
el creyente debe disfrutar “las cosas buenas de la vida”, lo cual significa que
está bien permitirse el gusto de lo último y lo mejor. Su lema es: “Nada es
demasiado bueno para el pueblo de Dios”.
Pero de nuevo olvida el contexto. Démonos
cuenta de cómo comienza el versículo: “A los ricos de este siglo manda que
no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son
inciertas...” En otras palabras, lejos de ser una excusa para darse lujos y
permitirse gustos, encontramos las palabras en un pasaje que está pregonando un
mandato solemne a los ricos.
Bueno, ¿qué significa entonces que
Dios nos da todas las cosas para disfrutarlas? Quiere decir que Él no nos da
estas cosas para acumularlas; Él quiere que las DISFRUTEMOS compartiéndolas con
los demás. Esto está claro por los dos versículos que vemos a continuación:
“Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos;
atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida
eterna” (1 Ti. 6:18, 19).
El disfrute de las riquezas no se
encuentra en poseerlas sino en usarlas para la gloria de Dios y para el bien de
los demás.
7. Entonces se nos recuerda a menudo
que Abraham era un hombre rico (Gn. 13:2), y que aun así fue llamado amigo de
Dios (Stg. 2:23). Esto es, por supuesto, verdad, pero debemos recordar que
Abraham vivió en el periodo del Antiguo Testamento donde la prosperidad
material era prometida a los que obedecían al Señor. Las riquezas eran una señal
de la bendición de Dios.
¿Es así en la dispensación de la
gracia de Dios? Sería más apropiado decir que la adversidad es la bendición de
este periodo.
En la parábola de Lázaro y el hombre
rico (Lc. 16:19-31), los valores del Antiguo Testamento fueron cambiados. El
hombre rico fue condenado porque en vez de usar sus riquezas para los demás,
las acumuló para sí mismo.
8. ¿Pero no se nos enseña a aprender
lecciones de la hormiga?
“Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio; la cual
no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida, y
recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento” (Pr. 6:6-8).
¿No muestra esto que la hormiga hace
provisión para su futuro? ¿No se nos exhorta a seguir su ejemplo respecto a
esto? Sí, pero lo importante es recordar que mientras el futuro de la hormiga
está en esta tierra, el futuro del cristiano está en el cielo. El creyente es
peregrino y extranjero aquí; su hogar está arriba, y debe estar haciéndose
un tesoro para el futuro.
Pero en lo que concierne a esta
vida, tiene prohibida la ansiedad en cuanto al mañana—qué comerá o qué vestirá
(Mt. 6:25). En vez de esto, se le exhorta a imitar a los pájaros, que no tienen
graneros al lado del nido; pero nuestro Padre celestial les alimenta. Y el
argumento es, que si Dios cuida de los gorriones, ¡cuánto más se cuida de
nosotros!
9. Un argumento final es el de que
uno debe ser rico para alcanzar a los ricos. A los cristianos de la iglesia
primitiva no se les ocurrió esto. “La historia relata que los cristianos
primitivos, muchos de ellos, estaban tan deseosos de llevar el evangelio de
Cristo por doquier, que se alquilaban como siervos o se vendían como esclavos,
para ser admitidos en las casas de los ricos y de los paganos, para vivir allí,
y así tener la oportunidad de hablar en esos hogares del amor de Jesús y de Su
salvación” (de COME YE APART, por J. R. Miller).
¿QUÉ DICE LA
BIBLIA?
Ahora ya hemos
discutido los argumentos principales que se usan para justificar a los
cristianos que viven en riquezas en un mundo donde prevalece la pobreza
desmoralizadora.
En gran contraste a esos pocos y débiles
argumentos, hay muchas porciones de la Palabra que nos advierten del peligro de
las riquezas.
1. “El hombre de verdad tendrá
muchas bendiciones; Mas el que se apresura a enriquecerse no será sin culpa. Se
apresura a ser rico el avaro, y no sabe que le ha de venir pobreza” (Pr.
28:20, 22).
La búsqueda frenética de riquezas
materiales es indigna de uno que ha sido creado a la imagen y semejanza de
Dios.
2. “Ninguno puede servir a dos señores;
porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará
al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24).
Dios y el dinero se nos presentan
aquí como dos señores cuyos intereses son tan opuestos que es imposible servir
a ambos. Esto descarga un golpe mortal al deseo de vivir para dos mundos, ser
rico ahora y ser rico después, disfrutar de riqueza aquí abajo y ser
recompensado por esto arriba. Jesús dijo que no puedes tener ambas cosas; debes
elegir una u otra.
3. “Entonces Jesús dijo a sus
discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de
los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de
una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Sus discípulos, oyendo esto,
se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos
Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es
posible” (Mt. 19:23-26).
Me pregunto si consideramos estas
palabras de Jesús con suficiente seriedad. No dijo que era difícil que un rico
entrase en el reino de Dios; dijo que es humanamente imposible.
Algunos intentan explicar que el ojo
de una aguja era una puerta pequeña y estrecha en la puerta de la ciudad. Los
camellos tenían que ser descargados de sus bultos y tenían que agacharse para
pasar por ella. La explicación se ha hecho popular, pero está equivocada. En
verdad la aguja de la que habla el Señor aquí es de una aguja de coser, y ningún
camello puede pasar por ese ojo. No
habla de algo difícil, sino de algo imposible.
Sólo un milagro especial de poder
divino puede capacitar a un rico para entrar en el reino. ¿Por qué, entonces,
luchamos tanto para defender lo que es un obstáculo para el bienestar eterno
del hombre?
4. “Mas ¡ay de vosotros, ricos!
Porque ya tenéis vuestro consuelo” (Lc. 6:24).
Aquí el Santo Hijo de Dios pronunció
un “ay” sobre los ricos. Y aquí la palabra no puede más que tomarse
literalmente. No puede significar nada más que ricos. ¿Por qué entonces
intentamos bendecir a quien Dios no ha bendecido?
5. “Vended lo que poseéis, y dad
limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en el cielo que no se
agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro
tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc. 12:33, 34).
Estas palabras fueron dichas a los
discípulos (ver el versículo 22). Intentamos evitarlas diciendo que no fueron
dichas para nosotros. ¿Por qué no? Al resistirnos a estos versículos, lo único
que hacemos es resistirnos a una bendición. Cuán completamente de acuerdo está
con esta dispensación de gracia el vender nuestras posesiones valiosas—nuestros
diamantes y otras joyas, nuestras pinturas originales, nuestros muebles
anticuarios, nuestra plata esterlina, nuestras colecciones de sellos—y poner
las ganancias para trabajar en la salvación de almas por todo el mundo.
¿Dónde está nuestro corazón? ¿Está
en el sótano del banco local? ¿O está en el cielo?
“Donde está tu tesoro, allí estará
también tu corazón”.
6. “Jesús, oyendo esto, le dijo:
Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás
tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Entonces él, oyendo esto, se puso muy
triste, porque era muy rico” (Lc. 18:22, 23).
Se nos dice constantemente que el
joven rico era un caso especial, y que bajo ningún concepto fue dado para todos
el mandamiento de venderlo todo. Aunque esto fuese así, la enseñanza no es
sustancialmente diferente a la que encontramos en el pasaje que acabamos de
considerar (Lc. 12:33, 34).
7. “Pero gran ganancia es la
piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y
sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos
contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y
lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en
destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero,
el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de
muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la
justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (1 Ti.
6:6-11).
Pablo advirtió que aquellos que
codician el dinero son traspasados de muchos dolores. ¿A qué dolores se
refiere?
a) Primero está la preocupación que
acompaña invariablemente a la riqueza. “Al rico no le deja dormir la
abundancia” (Ec. 5:12). Las riquezas que se supone que deberían dar
seguridad, realmente traen todo lo contrario—constante temor a los ladrones, o
bajadas en la bolsa, o inflación, etc.
b) Segundo, está el dolor de ver a
los hijos arruinados espiritualmente por la sobreabundancia de las cosas
materiales. Pocos son los hijos de cristianos ricos que continúan adelante por
el Señor.
c) Y está la amargura de que las
riquezas te fallen justo cuando más las necesitas.
d) La persona rica nunca sabe cuántos
amigos tiene. Puede que esto parezca cierta contradicción con Proverbios 14:20,
que dice: “El pobre es odioso aun a su amigo; pero muchos son los que aman
al rico”. Pero, ¿le aman verdaderamente—o simplemente hacen el papel por
razones egoístas?
e) Inevitablemente, las riquezas no
satisfacen el corazón del hombre (Ec. 2:8, 11), sino que crean un deseo
incesante de tener más (Ec. 4:8; 5:10).
f) Finalmente, la abundancia tiene a
menudo efectos adversos en el carácter de la persona, produciendo orgullo (Pr.
28:11) y tratos duros (Pr. 18:23; Stg. 2:5-7), por ejemplo.
Matthew Henry nos recuerda: “la
palabra hebrea que se traduce “riquezas” significa “pesado”; y las riquezas son
un peso—un peso de preocupación consiguiéndolas, un peso de temor conservándolas,
un peso de tentación, un peso de dolor, y un peso al tener que dar cuentas por
ellas al final”.
8. “A los ricos de este siglo
manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales
son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia
para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras,
dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que
echen mano de la vida eterna” (1 Ti. 6:17-19).
En estos versículos se nos dice que “mandemos
a los ricos....” ¿Y cuántos siervos de Dios cumplen esta comisión? ¿Cuántos de
nosotros hemos mandado esto a algún rico? La mayoría de nosotros casi ni hemos oído
un mensaje acerca de este versículo. Y quizá nunca se ha necesitado este
mensaje revolucionario tanto como ahora.
Para predicar el mensaje, primero
debemos obedecerlo nosotros mismos. Si en lugar de vivir por fe estamos
viviendo por la vista, no podemos decir a los demás que no se hagan tesoros en
la tierra. La vida sella los labios.
Dios está buscando hombres de la
estirpe profética que hablen Su Palabra sin temor, a pesar de las
consecuencias. Hombres como Amós exclamaron:
“Oíd esta palabra, vacas de Basán, que estáis en el monte de Samaria,
que oprimís a los pobres y quebrantáis a los menesterosos, que decís a vuestros
señores: Traed, y beberemos. Jehová el Señor juró por su santidad. He aquí,
vienen sobre vosotras días en que os llevarán con ganchos, y a vuestros
descendientes con anzuelos de pescador, y saldréis por las brechas una tras
otra, y seréis echadas del palacio, dice el Señor” (Am. 4:1-3).
O hombres como Hageo, que tronaron:
“¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas
artesonadas, y esta casa está desierta?” (Hag. 1:4).
Por supuesto, los profetas nunca
fueron populares. Su presencia era una vergüenza para sus contemporáneos. Se
les presionaba financieramente y se les condenaba al ostracismo socialmente. A
veces eran perseguidos, y si no había nada más que pudiese silenciarlos, se les
mataba. Pero no importaba; preferían decir la verdad que vivir una mentira.
El materialismo y la abundancia están
impidiendo que el poder espiritual sea derramado sobre la iglesia hoy. El
avivamiento nunca llegará mientras los creyentes estén reinando como reyes. ¿Quién
se levantará y llamará al pueblo de Dios a que vuelva a la vida de fe y
sacrificio?
¿Quién les mostrará cómo echar mano
de la vida eterna (1 Ti. 6:19)? “La única vida real es vivir en la luz de la
eternidad—usar todo lo que poseemos para promover la gloria de Dios y con un
ojo en la mansión eterna. Esto, y sólo esto es la vida en serio” –C. H.
Mackintosh.
9. “Pero el que es rico (gloríese),
en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba. Porque cuando
sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su
hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas” (Stg.
1:10-11).
Al rico no se le dice que se gloríe
en sus riquezas, sino en cualquier cosa que le humille. ¿Por qué? Porque las riquezas
perecen como la hierba, mientras que las experiencias y lecciones espirituales
son de valor eterno.
10. “¡Vamos ahora, ricos! Llorad
y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y
vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y vuestra plata están
enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo
vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros.
He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el
cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que
habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis
vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros
corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él
no os hace resistencia” (Stg. 5:1-6).
Aquí el Espíritu de Dios clama
contra la acumulación de riqueza (v. 3), contra el ganar dinero a costa de no
pagar sueldos justos (v. 4), contra la vida de lujuria (v. 5), y contra el
tomar ventaja sobre personas inocentes que no pueden hacer resistencia (v. 6).
No es necesario argüir acerca de si
estos versículos fueron escritos para creyentes o incrédulos. Podríamos resumir
diciendo: “Si el zapato es tu número, ¡póntelo!”
11. “Porque tú dices: Yo soy
rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú
eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te
aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y
vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu
desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a
todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Ap. 3:17-19).
Éste es el mensaje final del Señor a
las iglesias; Sus palabras cortantes a la iglesia en Laodicea. Realmente, no
necesitan explicación. Sabemos lo que significan. Y sabemos que tienen una
aplicación particular para nosotros. Lo único que falta es nuestra obediencia.
UNA ADVERTENCIA
A LOS PEREZOSOS
Siempre existe
el peligro de que un escrito como este se use como una excusa para la
indolencia. Puede que alguien que le tenga aversión al trabajo lea esto y diga:
“Esto es lo que yo siempre he creído”.
Bien, este mensaje no es para los
perezosos o para los que piensan que el mundo (o la iglesia) les debe la vida.
Dios tiene un mensaje diferente para personas de este tipo: “Sal de la cama y
ponte a trabajar” (ver 2 Ts. 3:6-12).
Este mensaje no es para soñadores,
sino para personas serias, industriosas y que trabajan duro.
Aquellos que proveen diligentemente para las necesidades presentes de su
familia, y que viven ante todo para los intereses del Señor Jesús pueden
confiar en Dios para el futuro.
UNA ADVERTENCIA
EN CUANTO AL JUZGAR
Hay otro
peligro que debe evitarse. Es el peligro de ir a revisar y condenar a
individuos por sus posesiones materiales. No debemos juzgar así a otros, ni
cuestionar su devoción al Señor, simplemente porque tienen más que nosotros.
Esto sería envidia disfrazada de espiritualidad.
Una cosa es declarar los principios
de la Palabra de Dios acerca de las riquezas, y otra cosa es recorrer el hogar
de un cristiano, hacer un rápido inventario mental, y menear el dedo acusándole.
Todos somos responsables de oír lo
que Dios dice, y entonces de hacer la aplicación para nuestras propias vidas.
Las necesidades corrientes de una familia grande serán, obviamente, mayores que
las de un soltero.
No siempre es posible decirle a otra
persona lo que significará para ella ser obediente a los mandamientos del Señor.
Como mayordomos, cada uno de nosotros debe dar cuentas a Dios por sí mismo, no
por los demás.
¡Que el Señor nos libre de tener un
espíritu áspero, criticón y censurador hacia otros individuos!
CONCLUSIÓN
Según la
Palabra de Dios, parece estar claro que los creyentes deben estar satisfechos
con sustento, abrigo y techo; que deben ser diligentes en proveer de estas
necesidades cotidianas para sus familias; y que todo lo que exceda debe ir para
la obra de Dios. No deben intentar proveer para su propia seguridad futura,
sino confiar en el Señor. El gran objetivo de su vida debe ser servir al Señor
Jesucristo; todo lo demás debe estar subordinado a esto.
Esta es la vida que enseñan los
Evangelios, practicada en los Hechos de los Apóstoles y expuesta en las Epístolas.
El ejemplo supremo es el del Señor Jesucristo mismo.
Pero puede surgir la pregunta: “¿Cómo
puedo poner esto en práctica en mi vida? ¿Qué debo hacer?”
1. Lo primero que debemos hacer es
darnos enteramente al Señor (2 Co. 8:5). Cuando Él nos tiene, es seguro que Él
tiene también nuestras posesiones.
2. Entonces, cuando el Señor ponga
el dedo en diferentes áreas de nuestra vida, debemos responder inmediatamente. ¿Quizá
pondrá incomodidad en nuestros corazones al comer en restaurantes caros? ¿O al
gastar dinero en equipamiento deportivo? Puede que mientras miramos al coche
tan caro, último modelo, Él nos muestre la posibilidad de comprar uno más
modesto, y usar la diferencia para la extensión del evangelio. Puede que Él
revolucione la ropa de nuestro armario, para vestirnos con la coraza de
justicia. O puede que nos indique un cambio de empleo que sea menos demandante.
Puede que perdamos el amor a un hogar tan caro y pensemos en mudarnos a otro más
barato.
Cuando Dios empiece a hablarnos
acerca de estas cosas, lo sabremos. Será tan claro que rechazarlo será clara
desobediencia
3. Lo tercero es: “¡Haced todo lo
que os dijere!” (Jn. 2:5). Puede que tus amigos no te entiendan. O que tus
familiares te reprochen. Habrá repercusiones. Tú sencillamente sigue a Jesús, y
deja las consecuencias en Sus manos.
4. Invierte todo lo que exceda a las
necesidades diarias para la obra de Dios. Ora para pedir dirección. Pídele que
te muestre dónde deberías mandarlo. ¡Él lo hará!
Que el Señor nos permita ver en
nuestras vidas y en nuestra generación una vuelta a esta clase de devoción
cristiana. Como John Wesley oró:
“¡Oh, que Dios me diese lo que anhelo! Que antes de que me vaya y no sea
visto más, pueda ver a un pueblo enteramente dedicado a Dios, crucificado al
mundo, y el mundo crucificado a ellos. ¡Un pueblo rendido verdaderamente a Dios
en cuerpo, alma y sustancia! Cuán alegremente podría decir entonces: ‘Ahora, Señor,
despides a tu siervo en paz’”.
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