lunes, 6 de mayo de 2013

¿DÓNDE ESTÁ TU TESORO?


¿DÓNDE ESTÁ TU TESORO?

William MacDonald



  




Título en inglés: Where Is Your Treasure?
Copyright © 1975, William MacDonald
Todos Los Derechos Reservados

Traducido por Neria Díez Sánchez y Carlos Tomás Knott,
Con permiso del autor.



Copyright © 1996, William MacDonald

¿DÓNDE ESTÁ TU TESORO?

“No os hagáis tesoros en la tierra...haceos tesoros en el cielo...porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21).
            El corazón está donde está el tesoro. Puede estar en una caja fuerte, ¡o puede estar en el cielo! Pero no puede estar en ambos lugares.
            Alguien dijo: “El cristiano, o deja su riqueza, o va donde ella está”.
            El Señor Jesús prohibió a Sus seguidores el hacerse tesoros en la tierra.  Él quería que sus corazones estuviesen en el cielo.
            Pero hoy en día  a mucha gente esta enseñanza de Cristo le parece radical y extremista. ¿Él realmente quería ser entendido así? ¿No nos dice nuestro sentido común, que deberíamos hacer la provisión adecuada para cuando comencemos a envejecer? ¿No espera Él de nosotros que seamos prudentes y que guardemos reservas para el futuro, o “por si a caso”? ¿O para cuidar a nuestros seres queridos?
            Estas son preguntas serias, que deben ser afrontadas honestamente y sin rodeos por todos los que profesan ser seguidores de Cristo.
            ¿Cuáles son las respuestas? ¿Qué enseña la Biblia respecto a la riqueza en la vida del creyente? ¿Está mal acumular una fortuna personal? ¿Cuál es el estilo de vida del cristiano?


DILIGENCIA EN EL NEGOCIO

Antes de nada, todos estamos de acuerdo con que la Biblia no prohibe ganar dinero. El Apóstol Pablo trabajaba haciendo tiendas para proveer para sus necesidades personales (Hch. 18:1-3; 2 Ts. 3:8). Enseñó a los tesalonicenses que si alguien no quería trabajar, había que dejarle pasar hambre (2 Ts. 3:10). Sin duda, el énfasis bíblico es que el hombre debe trabajar con diligencia para suplir sus necesidades y las de su familia.
            ¿Podemos decir, entonces, que un creyente debe ganar todo el dinero que le sea posible? No; tal declaración debe ser aclarada. Puede ganar todo lo que le sea posible, pero con las siguientes condiciones:

            (1) No debe permitir que el trabajo preceda a las cosas del Señor. Es su obligación suprema el buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia (Mt. 6:33). La adoración y el servicio no deben sufrir por la presión del negocio.

            (2) No debe descuidar sus obligaciones familiares (1 Ti. 5:8). Ordinariamente, cuanto más dinero gana uno, menos tiempo tiene para su esposa y para sus hijos. Esto no puede compensarlo dándoles lujo y riqueza abundante; así lo único que consigue es aumentar su decaimiento espiritual y moral. Lo que necesita su familia, mucho más que una gran cuenta bancaria, es el compañerismo y la dirección de un marido y padre piadoso.

            (3) Debe ganar el dinero en un negocio de buena reputación (Pr. 10:16). Esto no habría ni que mencionarlo. Sería dudoso que un cristiano emplease su tiempo en la producción, distribución o propagación de comodidades que ponen en peligro la salud o que contribuyen al descenso de la moral. Tampoco debe el cristiano gastar su vida entreteniendo o y proveyendo diversión a gente que está en el camino del infierno. El trabajo debe ser constructivo y para el bien común.
           
            (4) El creyente también debe estar seguro de que está ganando el dinero de una forma honesta (Pr. 20:17). Puede que su negocio sea de bastante confianza, pero que sus métodos sean deshonestos, por ejemplo:

            a) Falsificando la declaración de renta, o usando doble contabilidad (Pr. 12:22).
            b) Defraudando en los pesos y las medidas (Pr. 11:1).
            c) Sobornando a los inspectores locales (Pr. 17:23).
            d) Anunciando diferencias en productos, cuando no existen tales diferencias (Pr. 20:6).
            e) Falsificando la cuenta de gastos personales (Pr. 13:5).
f) Especulando en el mercado o en la bolsa de valores —simplemente como otra forma  de juego (Pr. 13:11).
g) Pagando sueldos inadecuados a los empleados (Pr. 22:16). Contra este abuso Santiago exclama:“He aquí clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos” (Stg. 5:4).

            (5) El cristiano puede ganar tanto dinero como le sea posible sin poner en peligro su propia salud. Su cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Co. 6:19). No debe perder su salud adquiriendo riquezas.

            (6) Finalmente, el cristiano puede ganar tanto dinero como le sea posible sin volverse codicioso. Nunca debe llegar a ser un esclavo de Mamón (Mt. 6:24). Es correcto ganar dinero, pero no amarlo (Sal. 62:10).

            Para resumir, entonces, un cristiano puede ganar tanto como le sea posible mientras le dé a Dios el primer lugar, cumpla sus obligaciones familiares, trabaje de una manera constructiva, se comporte honestamente, cuide su salud y evite la codicia.


TENER PERO NO RETENER

La siguiente pregunta que debemos afrontar es: “¿Está mal acumular dinero?” En todo el Nuevo Testamento la respuesta enfática es .
            La Biblia no condena a nadie por ser rico. Una persona puede recibir una herencia y hacerse rico de la noche a la mañana. Pero la Biblia sí que tiene mucho que decirnos acerca de lo que hacemos con nuestras riquezas.
            Aquí tenemos lo que enseña la Biblia:
           
            1. Primero, que somos mayordomos de Dios (1 Co. 4:1, 2). Lo cual quiere decir que todo lo que tenemos le pertenece a Él, y no a nosotros mismos. Nuestra responsabilidad es usar Su dinero para Su gloria. La idea de que un 90% es para que lo gastemos nosotros, mientras que el diezmo restante es la porción del Señor, es un concepto erróneo de la mayordomía del Nuevo Testamento. Todo le pertenece al Señor.

            2. El segundo punto es que debemos estar contentos con sustento y abrigo. “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Ti. 6:8). Aquí la palabra abrigo significa una cubierta, o un techo. Puede referirse a cualquier tipo de abrigo o ropa. Entonces, el versículo dice que debemos estar satisfechos con las necesidades de la vida: comida, vestido y casa. Y al dejarnos estar bajo un techo, el Señor nos permite tener más de lo que Él tuvo cuando estuvo aquí; Él no tenía dónde recostar Su cabeza (Mt. 8:20).
            El cristiano que posee un negocio necesitará, por supuesto, un capital fijo y un capital operativo para seguir adelante. Debe tener suficiente para conseguir materias primas, pagar a sus empleados, y abastecer las demás demandas financieras que le salgan al paso día a día. La Biblia no prohíbe al cristiano que tiene un negocio el tener los fondos necesarios para operar.

            3. Lo siguiente es que debemos vivir de la manera más económica posible, evitando el malgasto de cualquier tipo. Después de que el Señor Jesús hubo alimentado a los cinco mil, les dijo a Sus discípulos que recogiesen la comida que había sobrado (Jn. 6:12). Su ejemplo nos enseña a conservar las cosas siempre que sea posible.
            Compramos muchas cosas innecesarias. Especialmente en la época de Navidad, gastamos una pequeña fortuna en regalos sin valor que pronto encuentran sitio en el altillo o en el trastero, donde no sirven de nada a nadie.
            Compramos cosas caras cuando otros productos más baratos nos servirían para lo mismo. (No siempre es verdad que el producto más barato es el mejor que comprar. Debemos pesar el precio, la calidad, el tiempo ahorrado, etc.).
            Debemos disciplinarnos para resistir la tentación de comprar todo lo que queremos. Y debemos desarrollar el hábito de vivir frugalmente por causa del Hijo del Hombre.

            4. Todo lo que sea por encima de nuestra necesidades debe ser puesto a trabajar para el Señor (1 Ti. 6:8). ¡Recuerda! Todo le pertenece a Él. Nosotros somos Sus mayordomos. Nuestro negocio es hacer que Su causa avance en la tierra, dentro de nuestras posibilidades.
            Inmediatamente aparecerá la objeción de que invertir todo aparte de la comida, la ropa y la casa para la obra del Señor es algo temerario, corto de vista, y un derroche.
            Bueno, tenemos la historia de una persona que sí que lo hizo. Era una viuda, y echó sus dos blancas en el tesoro del templo. Jesús no le reprochó. Él dijo: “En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos (los ricos). Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; más ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía” (Lc. 21:3, 4).

            5. Se nos prohíbe hacernos tesoros en la tierra. Las palabras de la Escritura son claras e inequívocas.

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21).

            En lo que nos concierne a la mayoría de nosotros, estos versículos podrían bien no estar en la Biblia. Al menos en teoría creemos que Jesús lo dijo, y que son divinamente inspirados. Pero ni se nos ocurre pensar que se apliquen a nosotros. Así que, en la práctica, no los obedecemos, y resulta que en lo referente a nosotros, es como si el Señor nunca lo hubiese dicho.
            Pero la verdad sigue diciendo que es PECADO hacer tesoros en la tierra. Es algo directamente contrario a la Palabra de Dios. Lo que nosotros llamamos prudencia y previsión, realmente es rebelión e iniquidad.
            Y todavía es verdad que donde esté nuestro tesoro, allí es donde también estará nuestro corazón. Una vez llevaron al Dr. Johnson a un “tour” de una finca lujo. Recorrió la mansión y los jardines bien cuidados. Entonces se volvió hacia sus amigos y dijo: “Éstas son las cosas que hacen que morir sea difícil”.

            6. Finalmente, debemos confiar en Dios en cuanto al futuro. Dios llama a todo Su a una vida de fe, dependiendo de Él. Nos enseña a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mt. 6:11). Por medio de la historia del maná, nos enseña a tener nuestros ojos hacia Él día a día para suplir nuestras necesidades (Éx. 16:14-22).  Él mismo es nuestra seguridad; no debemos apoyarnos en las cañas rotas de este mundo.
            Ésta, entonces, es la voluntad de nuestro Señor para Su pueblo —que nos demos cuenta de que somos mayordomos de Dios, y que todo lo que tenemos le pertenece; que estemos contentos con lo básico para vivir; que vivamos de la manera más económica posible; que invirtamos todo lo que va más allá de nuestras necesidades para la obra del Señor; que no nos hagamos tesoros en la tierra; y que confiemos en Él en cuanto al futuro.


¿QUÉ HAY DE MALO EN ELLO?

Pero, ¿por qué no está bien que un cristiano acumule riqueza y amontone posesiones?

            1. Ante todo, está mal porque la Biblia lo dice (Mt. 6:19); esta razón debería bastar. ¿Por qué estuvo mal que Adán y Eva comiesen del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal? Porque Dios así lo dijo. Éste debería ser el punto final para cada uno de nosotros.

            2. Pero también está mal porque pasa por alto la inmensa necesidad espiritual del mundo de hoy (Pr. 24:11, 12). Millones de hombres y mujeres, niños y niñas, nunca han oído el evangelio de la gracia de Dios. Hay millones que no tienen una Biblia, o buena literatura evangelística. Hay millones que mueren sin Dios, sin Cristo, sin esperanza.
            El tener los medios de extender el evangelio y no usarlos es una forma de fratricidio espiritual (Ez. 33:6).
            Y también da un claro testimonio de la falta singular del amor de Dios en el corazón del acumulador. Porque “el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3:17).
            Cuando dos leprosos hambrientos del Antiguo Testamento se encontraron con un gran abastecimiento de comida, después de satisfacer su propia hambre, corrieron para compartir con otros lo que habían hallado (2 R. 7:9). ¿Mostrarán los cristianos bajo la gracia menos compasión que los leprosos bajo la ley?

            3. Está mal amontonar dinero porque es cruel e insensible hacia la enorme necesidad física del mundo (Pr. 3:27, 28; 11:26). Al hombre rico de Lucas 16 le importaba muy poco el mendigo que estaba a su puerta. Si simplemente se hubiese acercado a la ventana y hubiese corrido la cortina, podía haber visto un verdadero caso de necesidad, un objeto digno de gastar un poco de su dinero. Pero no le importó.
            El mundo está lleno de Lázaros. Están en nuestras puertas. Y Jesús nos dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:39).
            Si rehusamos oírle ahora, quizá oiremos como un día nos dice: “Tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber ... en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mt. 25:42, 45). 

            4. Está mal que un cristiano se haga tesoros en la tierra porque provoca a los enemigos de Dios a blasfemar (Ro. 2:24). Esto mismo es lo que provocó a Voltaire a que dijera: “Cuando se trata de dinero, todos los hombres son de la misma religión”.
            A muchos inconversos les son familiares las enseñanzas de Jesús. Saben que Él enseñó que debemos amar a nuestro prójimo. Ven una evidente incoherencia cuando aquellos que profesan seguir a Jesús se permiten el lujo de hogares magníficos, coches lujosos, comidas epicúreas, y ropas costosas.
            ¡Ya es hora de que la iglesia se despierte! ¡Intenta hablarles a los jóvenes educados de todo el mundo, y escucha cómo critican a la cristiandad! No se oponen a las éticas de Jesús, pero se oponen violentamente a las riquezas de algunas iglesias, y de los llamados cristianos ricos en un mundo de pobreza aplastante.
            El dinero seduce y arrastra malas amistades. ¡Que la iglesia escuche!

            5. Pero no sólo nos preocupa el efecto que esto produce en los incrédulos. También pensamos en el efecto que esto tiene sobre los jóvenes cristianos.
            Ellos observan el ejemplo de sus ancianos. Importa más lo que hacemos que lo que decimos. Demostramos cómo vemos los valores, no tanto por el mensaje misionero conmovedor que damos el domingo, sino por la meta que perseguimos desde el lunes hasta el viernes.
            Los jóvenes juzgan la realidad de nuestro peregrinar por la consideración valorada de nuestra “tienda”. No les impresionan las apasionadas solicitudes de fondos para la obra de Dios por aquellos que podrían suplir la necesidad con un trazo del bolígrafo.
            Si gastamos nuestras vidas en la acumulación de riqueza, no nos debe sorprender que los jóvenes sigan nuestro ejemplo. Y no olvidemos nunca la advertencia del Señor Jesús: “Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos” (Lc. 17:1, 2).

            6. Otra razón por la que es pecado acumular riqueza es porque es robar a Dios (Mal. 3:8). Ya hemos visto que todo lo que tenemos le pertenece a Él. Si no podemos usarlo directamente para el avance de Sus intereses, deberíamos pasárselo por lo menos a aquellos que pueden. Guardarlo envuelto en un pañuelo es inexcusable (Lc. 19:20-26).

            7. Fallar en la obediencia al Señor en el asunto de la mayordomía financiera nos cierra porciones de la Biblia (Mt. 6:22, 23). Nos cegamos ante pasajes que son tan sencillos.
            Es un giro extraño de la naturaleza caída, pero es verdad. “Cuanto más lejos esté algo del centro de nuestras vidas—como por ejemplo los temas de física y matemáticas—menos se verá afectada nuestra conclusión por las deformaciones pecaminosas de nuestra naturaleza”. Cuanto más cerca nos lleve un estudio a nuestra responsabilidad personal hacia nuestro Creador, la naturaleza pecaminosa buscará más cegar nuestra mente ante verdades que no queremos creer, y nos animará a aferrarnos a alguna hipótesis que parece como si nos aliviara de esa responsabilidad”.1
            En relación a esto Harrington C. Lees escribió:

“La parte más sensible del hombre civilizado es su bolsillo, y una de las batallas más encarnizadas que el predicador debe librar es cuando su predicación toca los bolsillos de sus oyentes”.

            Los pasajes que hablan de negarse a uno mismo parecen de poca relevancia cuando vivimos como los “reposados en Sión” (Am. 6:1-6). Y, por supuesto, no podemos enseñar con eficacia pasajes que nosotros mismos no hayamos obedecido.
            Así que una de las maldiciones que trae la desobediencia, al igual que en las demás áreas, es una Biblia mutilada (Mt. 13:14, 15).

            8. La acumulación de riquezas hace que la vida de fe sea prácticamente imposible. ¿Por qué? Porque es casi imposible tener riquezas y no confiar en ellas. El hombre que tiene dinero no sabe cuánto está dependiendo de él.

“Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación” (Pr. 18:11).

            Depende del dinero para resolver todos sus problemas, para darse disfrute presente y seguridad futura. Si lo perdiese todo repentinamente, se quedaría sin apoyo y sin muletas, y en un estado de pánico.
            La verdad es que preferimos confiar en el saldo de una cuenta bancaria que podemos ver, que en un Dios que no podemos ver. El mero pensamiento de no tener a nadie o nada más que a Dios en quien confiar basta para producir un colapso nervioso.

“Dejados en Sus manos, no creemos estar seguros; mientras que si tuviésemos nuestra fortuna en nuestras propias manos, y estuviésemos asegurados en contra de riesgos y cambios por unas pocas seguridades cómodas, nos sentiríamos bastante seguros. Este sentimiento es, sin duda, muy general; todos nosotros estamos en peligro de caer en esta forma de inquieta desconfianza en la providencia paternal de Dios”. —Samuel Cox.

            La voluntad de Dios es que nuestras vidas sean “una crisis perpetua de dependencia en Él”. Cuando nos hacemos tesoros en la tierra, frustramos Su voluntad en nuestras vidas.
            La vida de fe es la única que agrada a Dios; sin fe es imposible agradarle (He. 11:6).
            La vida de fe es la única que tiene verdadera seguridad. “...Es por fe ... a fin de que la promesa sea firme” (Ro. 4:16).
            Y porque no hay nada tan seguro como la promesa de Dios, sigue que la vida de fe es una vida libre de preocupaciones. Los altibajos nerviosos y emocionales surgen del materialismo y del egoísmo, no de estar andando con Dios por la fe.
            La vida de fe es la única que da toda la gloria a Dios. Cuando andamos por vista, glorificamos la perspicacia y sabiduría humana.
            La vida de fe habla con poder a los incrédulos y a otros cristianos. Da testimonio a todos de que hay un Dios en el cielo Quien responde la oración.
            La fe es lo contrario de la vista; cuando ves, no puedes confiar.
            Acumular riqueza hace que la vida de fe sea imposible.
            La vida de fe no sigue automáticamente cuando una persona se convierte. Requiere acción deliberada de su parte. Y esto es verdad especialmente en una sociedad de consumo. El creyente debe colocarse en una posición que le lleva a confiar en Dios. Esto puede hacerlo vendiendo todo lo que tiene y dándolo a los pobres. Sólo cuando se deshaga de sus reservas y otros falsos apoyos podrá verdaderamente lanzarse a la profundidad, como dijo el Señor: “boga mar adentro...” (Lc.5:4).

            9. No sólo eso; sino que también es una deshonra para nuestro Señor el que nosotros estemos reinando como reyes en un mundo donde Él sigue siendo rechazado y donde Sus siervos son perseguidos. Pablo ilustró a los corintios como si estuviesen sentados en los asientos más caros del estadio con coronas en sus cabezas, y vistiendo ropas de las más caras. Al mismo tiempo, ilustró a los apóstoles en la arena, listos para ser devorados por las bestias salvajes.

“¡Oh, ya sé que sois ricos y prósperos! ¿No habéis estado viviendo como reyes mientras nosotros estábamos fuera? En Dios quisiera que fueseis realmente reyes a los ojos de Dios, para que reinásemos nosotros con vosotros.
A veces pienso que Dios quiere que nosotros, los mensajeros, aparezcamos los últimos en la procesión de la raza humana, como los hombres que van a morir en la arena. Pues sin duda nosotros somos hechos espectáculo público ante los ojos de los ángeles del Cielo y de los hombres. Se nos mira como a necios, por causa de Cristo, pero vosotros sois sabios en la fe cristiana. Somos considerados débiles, pero vosotros sois fuertes; habéis hallado honor, nosotros poco más que menosprecio. Hasta este mismo momento tenemos hambre y sed, estamos mal vestidos, somos maltratados y prácticamente sin hogar. Todavía tenemos que trabajar con nuestras manos para sustentarnos. Los hombres nos maldicen, pero devolvemos bendición; Hacen que nuestras vidas sean miserables, pero lo tomamos con paciencia. Manchan nuestra reputación, pero nosotros seguimos intentando ganarles para Dios. Somos el desperdicio del mundo, la escoria de la tierra, sí, hasta este mismo día” (1 Corintios 4:8-13; Traducido del Nuevo Testamento parafraseado por Philips).

            Los corintios estaban reinando como reyes antes de que Cristo mismo fuese coronado. En los actos de coronación, es una señal irrespetuosa que las figuras más bajas se pongan sus tiaras antes de que el monarca sea coronado.

            10. Acumular fortuna es directamente contrario al ejemplo del Señor Jesús. Él era infinitamente rico, sin embargo se hizo pobre voluntariamente para enriquecernos a nosotros a través de Su pobreza (2 Co. 8:9).
            En el lenguaje original del Nuevo Testamento, hay dos palabras que se traducen por pobre. Una significa la condición de un hombre trabajador que no tiene más que lo esencial para vivir. La otra significa desamparado o desprovisto de riqueza. La segunda es la que Pablo usa para describir al Señor Jesús.
            ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos y deseosos de seguir a Jesús durante todo el camino?

            11. Otro mal de las riquezas es que son perjudiciales para la vida de oración. Donde toda necesidad material es provista, ¿para qué orar?
            Más seria es la hipocresía de pedir a Dios que haga cosas que nosotros mismos podemos hacer. Por ejemplo, cuán a menudo como creyentes pedimos a Dios que provea de fondos para ciertos proyectos cuando nosotros mismos tenemos y podríamos hacer una ofrenda y proveer de ese dinero sin retraso. Pero desgraciadamente, muy a menudo el propio dinero del Señor no le es disponible a Él mismo, debido a que Sus mayordomos lo quieren para sí.

            12. Finalmente, está mal que los cristianos acumulen riqueza porque esto puede animar a otros a hacerse cristianos con la esperanza de llegar a ser ricos.
            La pobreza de los cristianos primitivos era una ventaja, no un inconveniente:

“Una religión que trastornara al mundo entero, mientras que sus primeros predicadores eran todos hombres pobres, sólo podía venir del cielo. Si los Apóstoles hubiesen poseído dinero que dar a sus oidores, o si hubiesen sido seguidos por ejércitos para asustarles, un incrédulo bien pudiera haber dicho que no había nada de maravilloso en su éxito. Pero la pobreza de los discípulos de nuestro Señor cortaba tales argumentos de debajo de los pies del incrédulo. Con una doctrina casi inaceptable para el corazón  humano, sin nada para sobornar o imponer la obediencia—unos pocos galileos trastornaron el mundo entero, y cambiaron la cara del impero romano. Sólo hay una causa que pueda justificar esto. El Evangelio de Cristo, el cual proclamaban estos hombres, era la verdad de Dios”.   —J. C. Ryle.

            Gilmour de Mongolia escribió:

“Si voy entre ellos con riqueza, estarán mendigando continuamente, y quizá me tendrán más como una fuente de regalos que como otra cosa. Si no llevo nada más que el Evangelio, no habrá nada que distraiga su atención del don inefable”.

            Pedro y Juan se encontraron con un cojo pobre en la puerta hermosa del templo. Cuando les pidió una limosna, Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hch. 3:6).
            Puede que alguien diga que los predicadores tienen que ser pobres, pero no necesariamente todos los cristianos. Pero, ¿dónde enseña la Biblia una diferencia de norma económica para los predicadores y para los demás, para los misioneros y para los que se quedan en casa?


EL CASO DE LAS CUENTAS CONGELADAS

Ya hemos tratado bastante acerca de las razones del por qué está mal que un cristiano amontone riqueza. Ahora debemos ver los argumentos que se usan comúnmente para justificar a creyentes que han ahorrado dinero para su futuro y el futuro de sus familias.

            1. El primer argumento reza así: Sólo es razonable que apartemos un poco de dinero para cuando seamos viejos. ¿Qué nos pasará cuando ya no podamos trabajar? Debemos siempre anticiparnos al día de mañana. Lo que Dios espera de nosotros es que usemos el sentido común.
            Este razonamiento parece convincente, pero no es así el lenguaje de la fe. Las reservas son muletas y apoyos que se convierten en sustitutos de la confianza en el Señor. No podemos confiar cuando podemos ver.
            Una vez que decidimos proveer para nuestro futuro, nos metemos en estos problemas. ¿Cuánto será bastante? ¿Por cuánto tiempo viviremos? ¿Habrá una depresión? ¿Habrá una inflación? ¿Tendremos que pagar facturas grandes e inesperadas? (gastos médicos, averías, reparaciones, etc.)
            Es imposible saber cuánto será bastante. Por lo tanto, gastamos nuestra vida amontonando riqueza para proveer para unos cortos años de retiro. Mientras tanto, hemos robado a Dios y nuestra propia vida ha sido gastada buscando seguridad donde no la podíamos encontrar.
            Cuánto mejor es trabajar diligentemente para nuestras necesidades corrientes, servir al Señor al máximo, poner todo lo que va más allá de las necesidades presentes para la obra del Señor, y confiar en Él en cuanto al futuro. A aquellos que le ponen a Él en primer lugar, ha prometido:

“...todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).

Y a los filipenses, que estaban usando el dinero del Señor para la extensión de la verdad, Pablo escribió:

“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19).

Hay una tragedia indescriptible en la filosofía corriente de dar la vida para la adquisición de riqueza con la esperanza de dar el tiempo de la jubilación al Señor. Esto significa dar lo mejor de tu vida a una corporación, y después darle la colilla al Señor. Y aún entonces, la colilla es bien incierta. A menudo ésta se acaba antes de que dé tiempo de quitarle el polvo a la Biblia.
            Parece que sea de sentido común el proveer para el día de mañana. Pero la verdad del asunto fue bien declarada por Cameron Thompson: “Dios derrama Sus más escogidas bendiciones sobre aquellos cuyo anhelo es que nada se les pegue en las manos. Los individuos que valoran el día de mañana más que la presente agonía del mundo, no recibirán ninguna bendición del Señor”.

            2. Un segundo argumento que se usa para justificar el hacerse tesoros en la tierra se basa en 1 Timoteo 5:8: “Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo”.
            En este pasaje, Pablo está tratando con el cuidado de las viudas de la iglesia. Declara que los familiares cristianos de una viuda tienen la responsabilidad de cuidarle. Si no tiene ningún familiar para que le cuide, entonces la iglesia es la que debe hacerlo.
            Pero lo importante que debemos ver aquí es que Pablo no está hablando de apartar fondos para apoyar a una viuda en el futuro. Más bien está hablando de sus necesidades cotidianas. Los cristianos deben cuidar a los familiares desamparados día a día; si no lo hacen, están negando de una manera práctica la fe cristiana que enseña el amor y la generosidad. Aun los incrédulos cuidan de los suyos. El creyente que no lo hace, por lo tanto, es peor que los incrédulos.
            El versículo no dice nada de libretas de ahorros, reservas, seguros, o cuentas de inversiones. Trata acerca de las necesidades corrientes, y no de obligaciones futuras.

            3. El tercer argumento se parece bastante al segundo. Muchos padres cristianos sienten que el dejar una herencia para sus hijos forma parte de su responsabilidad. Sienten que esto forma parte de lo que quiere decir “proveer para los suyos” (1 Ti. 5:8). No importa si los hijos son creyentes o no; el profundo deseo es dejarles un nido respetable, y colocarlos bien en la vida (“criarlos, casarlos y colocarlos”).
            A veces se usa 2 Corintios 12:14 para enseñar a los padres que deben ahorrar dinero para poder dejárselo a sus hijos. El pasaje dice:

...pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos”.

            El contexto inmediato está tratando con el tema del apoyo financiero de Pablo. Él no había aceptado ningún dinero de los corintios, sino que había sido apoyado por las ofrendas de otras iglesias mientras predicaba en Corinto (2 Co. 11:7, 8). Ahora estaba preparado para volver a Corinto, pero les aseguró que no les sería una carga (12:14), esto es, que no dependería de ninguna ayuda financiera de parte de ellos. A él no le interesaban sus posesiones materiales, sino su bienestar espiritual.
            Es aquí cuando él añade: “...pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos”.
            Los corintios eran los hijos y Pablo era el padre (1 Co. 4:15). Les estaba diciendo—obviamente con ironía—que no debían apoyarle, sino que más bien era él quien tenía que hacerlo. Lo dijo con ironía, pues ellos debían contribuir apoyándole (1 Co. 9:11, 14), pero él escogió renunciar al derecho en su caso.
            Lo importante que debemos ver es que este pasaje no tiene nada que ver con ahorrar para el futuro, por si a caso. Ésta no era la cuestión, sino que era un asunto de necesidades cotidianas. Pablo les estaba diciendo: “Después de todo, generalmente los hijos no proveen para los padres; son los padres los que proveen para los hijos”.
            Ciertamente la práctica de preparar una herencia para los hijos no encuentra ningún apoyo en el Nuevo Testamento. El mayor legado que los padres pueden dejar a sus hijos es el legado espiritual, pero la preocupación de ganar dinero es lo que más impide la provisión para esta herencia.
            Y pensemos en los males que han surgido de los legados financieros que han dejado los cristianos.

                        a. Muchos jóvenes se han arruinado espiritualmente por haber recibido riquezas repentinamente. Se han intoxicado con el materialismo y el placer, y se han estropeado para el servicio de Cristo.

                        b. Pensemos también en los conflictos que se han levantado en familias pacíficas como resultado de testamentos y herencias. La hermana ha tenido celos de la hermana, y el hermano del hermano. A veces se pelean y nadie quiere ceder sus “derechos” y perder la parte que le toca, de modo que las riñas amargas han continuado por años y generaciones, provocadas por una herencia.
            Tenemos la historia de una riña familiar por una herencia en Lucas 12:13, 14. Jesús rehusó involucrarse en ello; Él no había venido al mundo para ese tipo de trabajo. Pero aprovechó aquella oportunidad para darle un severo aviso contra la codicia del infeliz que no había sido nombrado en el testamento.
                        c. Luego nos encontramos con esta situación. Los padres trabajan duro durante toda su vida para poder dejar algo a sus hijos. Después se vuelven mayores y débiles, una preocupación para su familia. Y los hijos desagradecidos no pueden casi ni esperar a que se mueran sus padres para echar mano del dinero.

                        d. El dinero dejado a hijos inconversos o a un hijo o hija creyente casado con un inconverso, a menudo ha llevado a una secta, o una iglesia mundana, y se ha usado para la supresión del evangelio en vez de usarse para su propagación. ¡Piensa en esto! ¡El dinero de creyentes utilizado para luchar en contra de la Verdad!

                        e. Y entonces debemos pensar en las enormes cantidades de dinero que se lleva el gobierno con los impuestos hereditarios, y los abogados con los gastos legales. Todo esto se podría haber invertido para la salvación de almas.

                        f. Algunos cristianos intentan evitar algunos de estos males dejando su dinero a organizaciones paraeclesiales. Pero nada garantiza que este dinero llegará a tales organizaciones. Los testamentos son rotos y rebatidos constantemente. Y aun sin tener esto en cuenta, ni las organizaciones ni la  práctica de dejar el dinero al ellas tiene apoyo de las Escrituras. Tales organizaciones no son bíblicas, ni se dejan gobernar o dirigir bíblicamente, así que no es seguro que sigan leales al Señor y a Su Palabra cuando sea legalizado el testamento.

            Los creyentes no serán recompensados por lo que dejen en un testamento. En el mismo minuto en que mueren, el dinero deja de ser suyo; se convierte en la propiedad de su patrimonio.
            Los hombres amontonan riquezas y no saben quién las recogerá (Sal. 39:6). La única manera de saber que tu dinero habrá sido usado para el Señor es darlo mientras vives. Y ésta es la única manera de obtener una futura recompensa.
            Decimos que creemos en la venida inminente del Señor Jesús. Si es así, entonces debemos darnos cuenta de que cuanto más se acerca Su venida, menos valor tienen nuestras posesiones materiales. Cuando Él venga, nuestra riqueza no tendrá ningún valor para nosotros o para la obra de Dios. Así que lo mejor es invertir nuestras posesiones para la obra del Señor Jesús AHORA.

            4. Pero entonces surge este argumento: “Si todos dan todo viviendo modestamente para la obra del Señor, ¿cómo  viviríamos? ¡Alguien se tiene que quedar con el bagaje!”
            ¿Cómo viviríamos? La respuesta es: “¡Más por fe y menos por vista!”
            Y no sirve de nada argumentar con que no funcionaría, pues funcionó en los días de la iglesia primitiva.

“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hch. 2:44, 45).

“Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hch. 4:34, 35).

            Al escribir a los corintios, Pablo enseñó que nuestras posesiones materiales deberían ser fluidas, no congeladas. Cuando nos damos cuenta de una verdadera necesidad, nuestros fondos deberían fluir para abastecer esta necesidad. Y si en el otro caso algún día nosotros estuviésemos en necesidad, los fondos fluirían hacia nosotros. De esta manera habría una igualdad constante entre el pueblo de Dios.

“Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos” (2 Co. 8:13-15).

            En otras palabras, cualquiera que haya vivido realmente de una manera devota para el Señor y haya sido fiel en la mayordomía de sus posesiones, los demás creyentes deben estar deseosos y contentos de compartir con él en caso de que surgiese la necesidad.
            Si somos honestos con nosotros mismos, debemos admitir que el pensamiento de depender de otros nos parece repugnante. Estamos orgullosos de nuestra independencia. Pero, ¿no es esta una manifestación del egoísmo en vez de la vida del Señor Jesús en nosotros?
            Las instrucciones de Pablo para el cuidado de las viudas en 1 Timoteo 5:3-13 presuponen una iglesia donde el amor de Dios se derrama en los corazones humanos, donde los santos ejercen un cuidado mutuo los unos por los otros, y donde el dinero encuentra vía libre para las verdaderas necesidades que existan.
            Y si se contendiera que aunque funcionó en la iglesia primitiva, no funcionaría hoy, la respuesta es sencillamente la siguiente: Es que está funcionando hoy. Es que hay cristianos que están viviendo esta vida de fe. Y es que hay un poder y una atracción en sus vidas que no se puede negar.

            5. Pero alguno objetará: “¿No dijo Pablo: ‘Sé vivir humildemente y sé tener abundancia’ (Fil. 4:12)?” El que hace esta pregunta, obviamente se imagina al Pablo humilde vagando por un desierto vacío, hambriento, sediento, cansado, andrajoso y con zapatos viejos. Y ve a Pablo en abundancia como un joven bronceado bajándose de su coche convertible al lado de la zona vacacional de la playa, vestido a la última moda, y preparado para disfrutar de dos semanas buenas. En otras palabras, Pablo podía llevar una vida dura, o podía vivir por lo alto.
            Pero eso no es exactamente lo que Pablo está diciendo en su carta a los filipenses. Debemos recordar que esa carta fue escrita desde la PRISIÓN, no desde la zona vacacional de la playa. Y escribiendo desde la prisión, dijo:

“Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis...” (Fil. 4:18).

            Nosotros pensamos que el tiempo en la prisión iría en el capítulo de VIVIR HUMILDEMENTE, pero es que Pablo lo pone en el capítulo de la ABUNDANCIA. Por lo tanto, no tenemos ningún derecho a usar Filipenses 4:12 para justificar vidas de riqueza y lujo. Esto no es lo que enseña el versículo.

            6. Bien, entonces, ¿qué del versículo que dice que Dios nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos? (1 Ti. 6:17). Éste se cita a menudo como una prueba bíblica de que el creyente debe disfrutar “las cosas buenas de la vida”, lo cual significa que está bien permitirse el gusto de lo último y lo mejor. Su lema es: “Nada es demasiado bueno para el pueblo de Dios”.
            Pero de nuevo olvida el contexto. Démonos cuenta de cómo comienza el versículo: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas...” En otras palabras, lejos de ser una excusa para darse lujos y permitirse gustos, encontramos las palabras en un pasaje que está pregonando un mandato solemne a los ricos.
            Bueno, ¿qué significa entonces que Dios nos da todas las cosas para disfrutarlas? Quiere decir que Él no nos da estas cosas para acumularlas; Él quiere que las DISFRUTEMOS compartiéndolas con los demás. Esto está claro por los dos versículos que vemos a continuación:

“Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (1 Ti. 6:18, 19).

            El disfrute de las riquezas no se encuentra en poseerlas sino en usarlas para la gloria de Dios y para el bien de los demás.

            7. Entonces se nos recuerda a menudo que Abraham era un hombre rico (Gn. 13:2), y que aun así fue llamado amigo de Dios (Stg. 2:23). Esto es, por supuesto, verdad, pero debemos recordar que Abraham vivió en el periodo del Antiguo Testamento donde la prosperidad material era prometida a los que obedecían al Señor. Las riquezas eran una señal de la bendición de Dios.
            ¿Es así en la dispensación de la gracia de Dios? Sería más apropiado decir que la adversidad es la bendición de este periodo.
            En la parábola de Lázaro y el hombre rico (Lc. 16:19-31), los valores del Antiguo Testamento fueron cambiados. El hombre rico fue condenado porque en vez de usar sus riquezas para los demás, las acumuló para sí mismo.

            8. ¿Pero no se nos enseña a aprender lecciones de la hormiga?

“Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio; la cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento” (Pr. 6:6-8).

            ¿No muestra esto que la hormiga hace provisión para su futuro? ¿No se nos exhorta a seguir su ejemplo respecto a esto? Sí, pero lo importante es recordar que mientras el futuro de la hormiga está en esta tierra, el futuro del cristiano está en el cielo. El creyente es peregrino y extranjero aquí; su hogar está arriba, y debe estar haciéndose un tesoro para el futuro.
            Pero en lo que concierne a esta vida, tiene prohibida la ansiedad en cuanto al mañana—qué comerá o qué vestirá (Mt. 6:25). En vez de esto, se le exhorta a imitar a los pájaros, que no tienen graneros al lado del nido; pero nuestro Padre celestial les alimenta. Y el argumento es, que si Dios cuida de los gorriones, ¡cuánto más se cuida de nosotros!

            9. Un argumento final es el de que uno debe ser rico para alcanzar a los ricos. A los cristianos de la iglesia primitiva no se les ocurrió esto. “La historia relata que los cristianos primitivos, muchos de ellos, estaban tan deseosos de llevar el evangelio de Cristo por doquier, que se alquilaban como siervos o se vendían como esclavos, para ser admitidos en las casas de los ricos y de los paganos, para vivir allí, y así tener la oportunidad de hablar en esos hogares del amor de Jesús y de Su salvación” (de COME YE APART, por J. R. Miller).

¿QUÉ DICE LA BIBLIA?

Ahora ya hemos discutido los argumentos principales que se usan para justificar a los cristianos que viven en riquezas en un mundo donde prevalece la pobreza desmoralizadora.
            En gran contraste a esos pocos y débiles argumentos, hay muchas porciones de la Palabra que nos advierten del peligro de las riquezas.

            1. “El hombre de verdad tendrá muchas bendiciones; Mas el que se apresura a enriquecerse no será sin culpa. Se apresura a ser rico el avaro, y no sabe que le ha de venir pobreza” (Pr. 28:20, 22).
            La búsqueda frenética de riquezas materiales es indigna de uno que ha sido creado a la imagen y semejanza de Dios.

            2. “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24).
            Dios y el dinero se nos presentan aquí como dos señores cuyos intereses son tan opuestos que es imposible servir a ambos. Esto descarga un golpe mortal al deseo de vivir para dos mundos, ser rico ahora y ser rico después, disfrutar de riqueza aquí abajo y ser recompensado por esto arriba. Jesús dijo que no puedes tener ambas cosas; debes elegir una u otra.

            3. “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mt. 19:23-26).
            Me pregunto si consideramos estas palabras de Jesús con suficiente seriedad. No dijo que era difícil que un rico entrase en el reino de Dios; dijo que es humanamente imposible.
            Algunos intentan explicar que el ojo de una aguja era una puerta pequeña y estrecha en la puerta de la ciudad. Los camellos tenían que ser descargados de sus bultos y tenían que agacharse para pasar por ella. La explicación se ha hecho popular, pero está equivocada. En verdad la aguja de la que habla el Señor aquí es de una aguja de coser, y ningún camello puede pasar por ese ojo.  No habla de algo difícil, sino de algo imposible.
            Sólo un milagro especial de poder divino puede capacitar a un rico para entrar en el reino. ¿Por qué, entonces, luchamos tanto para defender lo que es un obstáculo para el bienestar eterno del hombre?

            4. “Mas ¡ay de vosotros, ricos! Porque ya tenéis vuestro consuelo” (Lc. 6:24).
            Aquí el Santo Hijo de Dios pronunció un “ay” sobre los ricos. Y aquí la palabra no puede más que tomarse literalmente. No puede significar nada más que ricos. ¿Por qué entonces intentamos bendecir a quien Dios no ha bendecido?

            5. “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en el cielo que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc. 12:33, 34).
            Estas palabras fueron dichas a los discípulos (ver el versículo 22). Intentamos evitarlas diciendo que no fueron dichas para nosotros. ¿Por qué no? Al resistirnos a estos versículos, lo único que hacemos es resistirnos a una bendición. Cuán completamente de acuerdo está con esta dispensación de gracia el vender nuestras posesiones valiosas—nuestros diamantes y otras joyas, nuestras pinturas originales, nuestros muebles anticuarios, nuestra plata esterlina, nuestras colecciones de sellos—y poner las ganancias para trabajar en la salvación de almas por todo el mundo.
            ¿Dónde está nuestro corazón? ¿Está en el sótano del banco local? ¿O está en el cielo?
            “Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón”.

            6. “Jesús, oyendo esto, le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico” (Lc. 18:22, 23).
            Se nos dice constantemente que el joven rico era un caso especial, y que bajo ningún concepto fue dado para todos el mandamiento de venderlo todo. Aunque esto fuese así, la enseñanza no es sustancialmente diferente a la que encontramos en el pasaje que acabamos de considerar (Lc. 12:33, 34).

            7. “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (1 Ti. 6:6-11).
            Pablo advirtió que aquellos que codician el dinero son traspasados de muchos dolores. ¿A qué dolores se refiere?

            a) Primero está la preocupación que acompaña invariablemente a la riqueza. “Al rico no le deja dormir la abundancia” (Ec. 5:12). Las riquezas que se supone que deberían dar seguridad, realmente traen todo lo contrario—constante temor a los ladrones, o bajadas en la bolsa, o inflación, etc.

            b) Segundo, está el dolor de ver a los hijos arruinados espiritualmente por la sobreabundancia de las cosas materiales. Pocos son los hijos de cristianos ricos que continúan adelante por el Señor.

            c) Y está la amargura de que las riquezas te fallen justo cuando más las necesitas.

            d) La persona rica nunca sabe cuántos amigos tiene. Puede que esto parezca cierta contradicción con Proverbios 14:20, que dice: “El pobre es odioso aun a su amigo; pero muchos son los que aman al rico”. Pero, ¿le aman verdaderamente—o simplemente hacen el papel por razones egoístas?

            e) Inevitablemente, las riquezas no satisfacen el corazón del hombre (Ec. 2:8, 11), sino que crean un deseo incesante de tener más (Ec. 4:8; 5:10).

            f) Finalmente, la abundancia tiene a menudo efectos adversos en el carácter de la persona, produciendo orgullo (Pr. 28:11) y tratos duros (Pr. 18:23; Stg. 2:5-7), por ejemplo.
            Matthew Henry nos recuerda: “la palabra hebrea que se traduce “riquezas” significa “pesado”; y las riquezas son un peso—un peso de preocupación consiguiéndolas, un peso de temor conservándolas, un peso de tentación, un peso de dolor, y un peso al tener que dar cuentas por ellas al final”.

            8. “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (1 Ti. 6:17-19).
            En estos versículos se nos dice que “mandemos a los ricos....” ¿Y cuántos siervos de Dios cumplen esta comisión? ¿Cuántos de nosotros hemos mandado esto a algún rico? La mayoría de nosotros casi ni hemos oído un mensaje acerca de este versículo. Y quizá nunca se ha necesitado este mensaje revolucionario tanto como ahora.
            Para predicar el mensaje, primero debemos obedecerlo nosotros mismos. Si en lugar de vivir por fe estamos viviendo por la vista, no podemos decir a los demás que no se hagan tesoros en la tierra. La vida sella los labios.
            Dios está buscando hombres de la estirpe profética que hablen Su Palabra sin temor, a pesar de las consecuencias. Hombres como Amós exclamaron:

“Oíd esta palabra, vacas de Basán, que estáis en el monte de Samaria, que oprimís a los pobres y quebrantáis a los menesterosos, que decís a vuestros señores: Traed, y beberemos. Jehová el Señor juró por su santidad. He aquí, vienen sobre vosotras días en que os llevarán con ganchos, y a vuestros descendientes con anzuelos de pescador, y saldréis por las brechas una tras otra, y seréis echadas del palacio, dice el Señor” (Am. 4:1-3).

            O hombres como Hageo, que tronaron:

“¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?” (Hag. 1:4).

            Por supuesto, los profetas nunca fueron populares. Su presencia era una vergüenza para sus contemporáneos. Se les presionaba financieramente y se les condenaba al ostracismo socialmente. A veces eran perseguidos, y si no había nada más que pudiese silenciarlos, se les mataba. Pero no importaba; preferían decir la verdad que vivir una mentira.
            El materialismo y la abundancia están impidiendo que el poder espiritual sea derramado sobre la iglesia hoy. El avivamiento nunca llegará mientras los creyentes estén reinando como reyes. ¿Quién se levantará y llamará al pueblo de Dios a que vuelva a la vida de fe y sacrificio?
            ¿Quién les mostrará cómo echar mano de la vida eterna (1 Ti. 6:19)? “La única vida real es vivir en la luz de la eternidad—usar todo lo que poseemos para promover la gloria de Dios y con un ojo en la mansión eterna. Esto, y sólo esto es la vida en serio” –C. H. Mackintosh.

            9. “Pero el que es rico (gloríese), en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba. Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas” (Stg. 1:10-11).
            Al rico no se le dice que se gloríe en sus riquezas, sino en cualquier cosa que le humille. ¿Por qué? Porque las riquezas perecen como la hierba, mientras que las experiencias y lecciones espirituales son de valor eterno.

            10. “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y vuestra plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia” (Stg. 5:1-6).
            Aquí el Espíritu de Dios clama contra la acumulación de riqueza (v. 3), contra el ganar dinero a costa de no pagar sueldos justos (v. 4), contra la vida de lujuria (v. 5), y contra el tomar ventaja sobre personas inocentes que no pueden hacer resistencia (v. 6).
            No es necesario argüir acerca de si estos versículos fueron escritos para creyentes o incrédulos. Podríamos resumir diciendo: “Si el zapato es tu número, ¡póntelo!”

            11. “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Ap. 3:17-19).
            Éste es el mensaje final del Señor a las iglesias; Sus palabras cortantes a la iglesia en Laodicea. Realmente, no necesitan explicación. Sabemos lo que significan. Y sabemos que tienen una aplicación particular para nosotros. Lo único que falta es nuestra obediencia.


UNA ADVERTENCIA A LOS PEREZOSOS

Siempre existe el peligro de que un escrito como este se use como una excusa para la indolencia. Puede que alguien que le tenga aversión al trabajo lea esto y diga: “Esto es lo que yo siempre he creído”.
            Bien, este mensaje no es para los perezosos o para los que piensan que el mundo (o la iglesia) les debe la vida. Dios tiene un mensaje diferente para personas de este tipo: “Sal de la cama y ponte a trabajar” (ver 2 Ts. 3:6-12).
            Este mensaje no es para soñadores, sino para personas serias, industriosas y que trabajan duro. Aquellos que proveen diligentemente para las necesidades presentes de su familia, y que viven ante todo para los intereses del Señor Jesús pueden confiar en Dios para el futuro.


UNA ADVERTENCIA EN CUANTO AL JUZGAR

Hay otro peligro que debe evitarse. Es el peligro de ir a revisar y condenar a individuos por sus posesiones materiales. No debemos juzgar así a otros, ni cuestionar su devoción al Señor, simplemente porque tienen más que nosotros. Esto sería envidia disfrazada de espiritualidad.
            Una cosa es declarar los principios de la Palabra de Dios acerca de las riquezas, y otra cosa es recorrer el hogar de un cristiano, hacer un rápido inventario mental, y menear el dedo acusándole.
            Todos somos responsables de oír lo que Dios dice, y entonces de hacer la aplicación para nuestras propias vidas. Las necesidades corrientes de una familia grande serán, obviamente, mayores que las de un soltero.
            No siempre es posible decirle a otra persona lo que significará para ella ser obediente a los mandamientos del Señor. Como mayordomos, cada uno de nosotros debe dar cuentas a Dios por sí mismo, no por los demás.
            ¡Que el Señor nos libre de tener un espíritu áspero, criticón y censurador hacia otros individuos!


CONCLUSIÓN

Según la Palabra de Dios, parece estar claro que los creyentes deben estar satisfechos con sustento, abrigo y techo; que deben ser diligentes en proveer de estas necesidades cotidianas para sus familias; y que todo lo que exceda debe ir para la obra de Dios. No deben intentar proveer para su propia seguridad futura, sino confiar en el Señor. El gran objetivo de su vida debe ser servir al Señor Jesucristo; todo lo demás debe estar subordinado a esto.
            Esta es la vida que enseñan los Evangelios, practicada en los Hechos de los Apóstoles y expuesta en las Epístolas. El ejemplo supremo es el del Señor Jesucristo mismo.
            Pero puede surgir la pregunta: “¿Cómo puedo poner esto en práctica en mi vida? ¿Qué debo hacer?”

            1. Lo primero que debemos hacer es darnos enteramente al Señor (2 Co. 8:5). Cuando Él nos tiene, es seguro que Él tiene también nuestras posesiones.

            2. Entonces, cuando el Señor ponga el dedo en diferentes áreas de nuestra vida, debemos responder inmediatamente. ¿Quizá pondrá incomodidad en nuestros corazones al comer en restaurantes caros? ¿O al gastar dinero en equipamiento deportivo? Puede que mientras miramos al coche tan caro, último modelo, Él nos muestre la posibilidad de comprar uno más modesto, y usar la diferencia para la extensión del evangelio. Puede que Él revolucione la ropa de nuestro armario, para vestirnos con la coraza de justicia. O puede que nos indique un cambio de empleo que sea menos demandante. Puede que perdamos el amor a un hogar tan caro y pensemos en mudarnos a otro más barato.
            Cuando Dios empiece a hablarnos acerca de estas cosas, lo sabremos. Será tan claro que rechazarlo será clara desobediencia

            3. Lo tercero es: “¡Haced todo lo que os dijere!” (Jn. 2:5). Puede que tus amigos no te entiendan. O que tus familiares te reprochen. Habrá repercusiones. Tú sencillamente sigue a Jesús, y deja las consecuencias en Sus manos.

            4. Invierte todo lo que exceda a las necesidades diarias para la obra de Dios. Ora para pedir dirección. Pídele que te muestre dónde deberías mandarlo. ¡Él lo hará!
            Que el Señor nos permita ver en nuestras vidas y en nuestra generación una vuelta a esta clase de devoción cristiana. Como John Wesley oró:

“¡Oh, que Dios me diese lo que anhelo! Que antes de que me vaya y no sea visto más, pueda ver a un pueblo enteramente dedicado a Dios, crucificado al mundo, y el mundo crucificado a ellos. ¡Un pueblo rendido verdaderamente a Dios en cuerpo, alma y sustancia! Cuán alegremente podría decir entonces: ‘Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz’”.





           

                         


           
           








            1 (Citado en CREATION REVEALED por Frederick A. Filby. London: Pickering & Inglis Ltd., 1964, pág. 126).